México es un país repleto de bondades. Sus entrañas se tentaculan por miles de kilómetros de un litoral con azules ilimitados y una infinita variedad de pescado y marisco que hacen de la gastronomía una recreación de los sentidos, una imaginación del paladar.

 

Su interior, el Bajío, esa pequeña España tan lejana de la Península, tan cercana en el corazón, revive lo que pudo ser y sí fue o lo que ha sido distinto, pero con la comunión de la consanguinidad que ha hecho una yuxtaposición perfecta del amor a México.

 

El Norte rudo, seco, árido con su carne deshebrada y sus quiebros de acordeón rizan el rizo de las bellas mujeres, del trabajo sin denuedo, de sol a sol para aportar millones de granos de arena al México que todos amamos.

 

Por eso, el turismo mexicano tiene posibilidades infinitas, porque ningún turista es extraño, porque todos se enamoran y nadie se quiere ir.

 

Y todo ello influye en un servicio excelente. Lo atestiguo porque creo que los millones de mexicanos que trabajan en el servicio se merecen un reconocimiento que no lo hacemos público. He recorrido muchos países, más incluso de los que imaginé. Jamás he conocido ningún país con un servicio tan extraordinario que el que tenemos en nuestro México.

 

La gestión del turismo ha contribuido de manera decisiva a la captación del turismo.

 

Fue un acierto que Oscar Espinosa Villarreal, bajo la administración del presidente Ernesto Zedillo, creara el CPTM. A partir de ese momento, los recursos del turismo se canalizaron de manera óptima y efectiva. Oscar Espinosa logró una visión del turismo a largo plazo. Gracias a su gestión y la creación del CPTM, hoy México se encuentra entre los 10 primeros países en la captación de turistas.

 

Ha habido muchos secretarios de Turismo; la mayoría con altura de miras. Pedro Joaquín Coldwell lo llevaba en la sangre. Él que fue uno de los hijos pródigos de mi recordado Antonio Enríquez Savignac, ex secretario general de la Organización Mundial de Turismo y hacedor de Cancún en los 70. Espinosa Villarreal sentó las bases de la gestión del turismo actual y De la Madrid lo está ejecutando con la visión política que heredó de su padre.

 

Por eso han elegido bien a Lourdes Berho. Se trata de una ejecutiva respetada por su solvente experiencia en el sector privado que ha estado fuertemente expuesta a la ejecución de diversas políticas públicas, con lo cual se puede esperar la adopción de acciones programáticas basadas en indicadores, que permitan medir los avances con mayor nitidez y, por tanto, establecer retos gradualmente más ambiciosos. Berho es una gran profesional. Con ella veremos un crecimiento exponencial del sector.

 

El turismo de México puede ser el detonante de una economía más dinámica. El reto de De la Madrid y de Berho no es menor, pero es apasionante.