La intensa relación entre México y Estados Unidos ha requerido de un elevado consumo de energías política y comercial. Todas ellas se convirtieron en sinergias a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); convertido en anatema de los etnocentristas, y el debate desgastó a la opinión pública durante una década. Que si las hamburguesas le ganarían la batalla al taco; que si las Chivas cambiarían de sede al Yankee Stadium; que si el peso adoptaría la leyenda In God we trust; que si las asimetrías entre ambos países acabarían con la soberanía de México. Muchas dudas. En pocas palabras, la idea de que la transcultura devora a todo lo que encuentra a su paso generó pleitos entre las corrientes políticas y otorgó a miles de contertulios el tema de moda.

 

Ni las hamburguesas de McDonald’s provocaron el cierre de El Tizoncito, ni los Yankees de Nueva York le compraron a Jorge Vergara la franquicia de las Chivas del Guadalajara, el equipo más popular del país. Tampoco se han formado instituciones de gobernanza financieras conjuntas, por lo que la idea del dólar mexicano forma parte, de manera exclusiva, de los comics trasnochados. Por el contrario, surgen nuevas cadenas de taquerías y nuevos mercados, como el del café, fueron incentivados gracias a la entrada de empresas como Starbucks y ahora Cielito Querido Café.

 

La realidad que nos encontramos es que la externalidad más importante del fenómeno de la transcultura, el conocimiento, se ha convertido en el eje central del siglo XXI. Algo más, en los 20 años del TLCAN, muchos países se han desprendido de sus respectivas soberanías, por ejemplo, pensemos en el euro. Otros, como China e India, han logrado acuerdos comerciales con trascendencias histórica y global.

 

 

Veinte años después del inicio del TLCAN nos encontramos en una escala llamada Alianza del Pacífico, una de las mejores oportunidades para que México se integre, ahora sí, con América Latina. El paradigma cultural establecido en muchos países latinoamericanos, que ha consistido en conceptualizar a México como un aliado monopolístico de Estados Unidos, ha permeado en distintas demografías. Lo que también es cierto es que varios gobiernos mexicanos se dejaron arrastrar por la inercia del mencionado paradigma. Ahora, la oportunidad es de oro: dar un paso hacia adelante para demostrar el interés de cambiar el paradigma.

 

No se equivocó el entonces presidente peruano Alan García, hace dos años y medio, al crear una alianza gradual entre Colombia, Chile, México y Perú. El ALBA estaba en ebullición ideológica pero con rumbo desdibujado y el Mercosur sufría un proceso de transformación, en donde el comercio, por primera ocasión, se encontraba subyugado por un entramado ideológico. Pero más allá de las variables exógenas (no controlables), para México, la idea de Alan García resultó lo mejor que le pudo pasar. Si bien es cierto que los nexos comerciales existen desde hace años faltaba dar un paso cultural importante.

 

Pensemos, por ejemplo, que el primer tratado de libre comercio de largo alcance de México lo firmó con Chile; sin embargo, la relación educativa no ha sido importante. Ahora, por ejemplo, en la reunión de ayer, celebrada en Colombia, una de las tres mesas de negociación fue la de Cooperación. Estudiantes de los cuatro países tendrán más incentivos para movilizarse entre ellos. Otra de las mesas corresponde a Servicios y Capitales: el comercio electrónico, las inversiones y una alianza bursátil son tres brazos importantes de unión.

 

 

La cafetería colombiana Juan Valdez está por abrir en México su primer punto de venta. Las facilidades para que Cielito Querido Café haga lo propio, no sólo en Colombia sino en Perú y Chile, serán mayores día a día.

Por fin.