Tal y como sucediera al inicio de su carrera, Django Unchained -la más reciente cinta del maestro del remix, Quentin Tarantino- ha despertado toda una serie de polémicas y acaloradas discusiones como no se veía desde Perros de Reserva o Pulp Fiction.

 

Que si es un sádico, misógino y homófobo, que si su película es racista, que si es la peor de su carrera, que si la nominación al Óscar es producto de la amplia cartera de Harvey Weinstein (su productor), que si le falta al respeto a los negros, que si ya está muy gordo como para salir haciendo cameos con tales lonjas, etc.

 

A eso se le agregan sus no muy afortunadas declaraciones respecto al cine de John Ford (“Simplemente lo odio”, dijo recientemente) y su cada vez más reducida tolerancia ante la siempre insistente y tramposa pregunta sobre el por qué de la violencia en su cine (como él bien responde “es como si le preguntaran a Judd Apatow por qué hace comedias”).

 

Pero, ¿es realmente Django Unchained una película fallida?, ¿es realmente tan violenta?, ¿es racista? A mi no me lo parece.

 

Django Unchained es una amalgama de las mejores virtudes y los peores vicios de Tarantino. Es un juego emocionante, divertido, fascinante en la presencia magistral de Chris Waltz (sin él no habría película) pero que -y es una verdadera lástima- rumbo al final Quentin se engolosina en su propio juego, resultando en un desenlace que no sólo desmerece sino que inclusive traiciona a la cinta misma.

 

Texas, 1858. Tres años antes de la Guerra Civil. El dentista de origen alemán King Schultz (Chris Waltz, ya denle otro Óscar, por favor) se alía con Django (Jamie Foxx), otrora esclavo ahora liberado por el propio doctor y convertido en su socio para el muy redituable negocio de caza-recompensas. Hábil con el revolver pero aún más con el habla, Schultz planea todo a conciencia, tratando siempre de respetar la ley… así sea la del revólver.

 

Su sociedad se vuelve amistad cuando Django le cuenta a Schultz sobre Broomhilda, su esposa quien ha sido vendida y torturada. Ambos idearán un plan para ir tras ella y rescatarla.

 

Tarantino sigue siendo un efectivo creador de emociones, personajes y momentos. Para la primera mitad del filme, el director ya nos tiene fascinados con su dupla de protagónicos, nos ha hecho reír con la hilarante secuencia donde se burla del KKK, nos ha contagiado del black power que inunda la pantalla  y nos ha emocionado con su juego de referencias hacia el spaguetti western con trazas del cine de acción de Hong Kong y mucho blaxsploitation.

 

Quejarse de la violencia en el cine de Tarantino es como quejarse de que el agua moja; así es su estilo, aunque no hay una sola escena de violencia en esta cinta que carezca de contexto, o lo que es lo mismo, la violencia no es gratuita, aunque si muy sugerente.

 

Empero, el peor Tarantino llega al final cuando, completamente desbocado, no sabe poner fin a su cinta, alargándola innecesariamente, explicando de más, dejando nada a la imaginación, traicionando la mística propia del western y de su personaje: aquella sonrisa del final que no hace sino desquebrajar todo lo construido anteriormente.

 

Tarantino debe ser juzgado por ese traspiés, no por sus declaraciones, no por la violencia de sus cintas. Más valdría hacer oídos sordos y juzgarlo, simplemente, por sus películas.

 

Django Unchained

Dir. Quentin Tarantino

4 de 5 estrellas.

Con: Chris Waltz, Jamie Foxx, Samuel L. Jackson, Leo Di Caprio.