Estoy vieja. No lo digo yo. Lo soltó un ejecutivo televisivo que consideró –hace algunos meses– que soy muy mayor para estar en pantalla. Sí, últimamente, las mujeres cincuentonas no son tan apreciadas como comunicadoras. En la política sí las valoran, mira a Hillary Clinton: con neumonía, pero de pie como un árbol.

 

Después del comentario –no sé si machista o gerontofóbico– estuve a punto de internarme voluntariamente en la Casa del Actor o en un asilo de ancianos.

 

Ya luego pensé: “¿Quién se cree este reverendo imbécil?, no sabe nada de televisión, jura que una treintañera va a conectar con las mujeres adultas y que atraerá público joven” (ignora que los jóvenes van a la escuela y ya no ven tele).

 

Lástima que no existe un organismo tipo el Instituto del Consumidor o una figura como el Defensor del lector para que nos ampare. Uf, qué ganas de partirle la cara (nomás porque le temo a la osteoporosis no le suelto un derechazo).

 

Bueno, a lo que iba es que el insulto me provocó coraje que luego se convirtió en comprensión.

 

Recapacité y le di la razón. Hizo muy bien en no darme el nuevo programa porque seguramente una cincuentona lo único que puede aportar son quejas. Tal vez no sirvan los años de experiencia, las tardes de lectura y el kilometraje; ya no digas si eres inteligente o no. El problema es la edad, aunque el cascarón todavía esté comestible.

 

Creo que el ejecutivo –que ronda los 60 años– sólo me visualizó como un costal de achaques –temblorosa por los calambres–, vestida con medias para la trombosis, con lentes para poder leer y faja para que no se me cayeran los órganos al aire. ¿Se imaginan? En pleno show matutino: “Oh, se le cayó la vejiga a Marthita”, o ¡la dentadura! Tal vez al ejecutivo en cuestión le preocupa que si bailo un poco sufra una fractura de cadera… ¡ve tú a saber! cada cabeza es un mundo.

 

Mejor que su conductora estrella sea una milenial, que hable con mentalidad milenial sobre temas milenials, acompañada por otro milenial para que las amas de casa comprendan lo que es milenialismo. Por cierto ¿se escribe así o millennial?

 

Ustedes se preguntarán por qué les cuento esto. Es que me acordé del desaire viendo las fotos de Mónica Bellucci desnuda en la portada de la revista Paris Match.

 

No, no me comparo. La italiana es un bellezón, pero tenemos casi los mismos años (ella 52) y se ve impresionante en un desnudo acuático. Debo confesar que con el último adelgazamiento mejoró mucho mi desnudo (antes desmerecía un poco), aunque hay que tener la seguridad de la Bellucci para mostrarlo todo. Bueno, su seguridad ¡o la de Lyn May! Ella sí es una diosa china del endurecimiento corporal. Acabo de saludarla y parece piedra a sus setenta y tantos años.

 

Es más, estoy pensando mandarle al ejecutivo insensible una foto en la que Lyn y yo parecemos hermanas (no se rían, es verdad) por los ojos rasgados, pero ella tiene mejor trasero y cintura. No sé, quiero que aprecie el talento de las mujeres que rayan el medio siglo. Que se eduque, pues.