Quedó cautivado. Casi no lo podía creer. Era sorprendente. Ahí estaba la Universidad Nacional Autónoma de México. Eran las nuevas instalaciones de CU en los pedregales del sur del Distrito Federal y era la presencia magnífica de ese espacio múltiple en el que habría de estudiar lo que quería hacer de su vida y, también, lo que tranquilizara a doña Florinda: Para él, Periodismo; para ella, Derecho: Estudió las dos carreras de forma simultánea, y siempre, en pláticas, le gustaba recordar la tarde de 1960 en que descubrió su nuevo mundo.
El principio:
Miguel Ángel Granados Chapa nació en Real del Monte, Hidalgo, en 1941. A los quince días de nacido su madre lo llevó a Pachuca, en donde viviría con sus hermanos Horacio, Emelia y Elbecia, su prima hermana; luego llegaría Armando y uno más que, como el primero, murió antes de tiempo.
Su madre, doña Florinda Chapa Díaz era maestra de primaria desde los trece años. En 1941 puso un salón de clases en la casa para la manutención de todos; era “La Escuela” y ahí enseñaba y al tiempo cuidaba a sus hijos. Su padre fue don Dionisio Granados Mendoza, un agricultor con el que nunca se llevó bien. De hecho vivían distantes; ellos en Pachuca y él en Actopan.
Aprendió a leer y escribir con su madre; tenía predilección por los periódicos que traía su tío Horacio: a veces uno de la Cadena García Valseca, o Novedades. En 1949, con ocho años de edad, comenzó a estudiar la primaria en la Escuela Teodomiro Manzano, pero como ya sabía leer lo promovieron a segundo año a unas cuantas semanas.
En 1954 ingresó a la secundaria a pesar de la insistencia familiar de que dejara eso porque era ‘inútil seguir para conseguir una carrera que nunca se va a tener’ le decían. Él se empeñó y consiguió entrar a una secundaria para hijos de trabajadores, la Escuela de Enseñanzas Especiales tipo A, No. 15, que era para alumnos extremadamente pobres. Por entonces comenzó a trabajar en la imprenta que distribuía Novedades y fue ahí en donde dice que abrevó la sabia del periodismo, como es la tinta.
Intentó ingresar a la vocacional porque pensó en estudiar ingeniería; pero al mismo tiempo tenía interés en ingresar al Colegio Militar. Y sí; ingresó en mayo de 1958, pero no consolidó esta vocación y “me fui; me escapé”.
En 1958 ingresó al Instituto Científico Literario Autónomo de Hidalgo para estudiar el bachillerato en donde terminó en 1960 que es cuando se traslada al DF, a la colonia Roma, en condiciones que él mismo calificaba de extremadamente precarias. Por entonces se podían hacer dos carreras al mismo tiempo en la UNAM y así ingresó a la Facultad de Derecho y a la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales.
La ideología
En Pachuca, a fines de los cincuenta, durante sus estudios preparatorios, Miguel Ángel Granados Chapa se afilió a la Asociación Cristiana de Jóvenes de México (ACJM), una organización con inocultable color católico e indudablemente de derecha. No obstante años después diría que por aquellos años él tenía una religiosidad ‘vaga’. Ya en México y siendo miembro de la misma organización, fue representante estudiantil de esta corriente en la UNAM. Luego, a través de Horacio Guajardo, quien era director de la revista Señal, de corte también católico en 1964 conoció a Manuel Buendía, quien no ocultaba su filiación en la Democracia Cristiana.
Y comenzó a trabajar con él en el periódico semanal Crucero aunque ya antes había trabajado en Radio Prensa en un espacio de Roberto Ayala que se llamaba “Selecciones musicales” y que vendía información para otros medios. Ahí “escribí de todo, lo mismo la explicación de un refrán que la redacción de datos curiosos”.
Por entonces su línea de pensamiento seguía siendo la de la derecha aunque su observación de la realidad social desde los espacios universitarios y su vínculo con corrientes periodísticas progresistas lo llevaron a reconsiderarse y marcar su ruta futura por un centro izquierda del que surgió lo mejor de su periodismo.
Los periódicos… y otros…
A en los sesenta trató a Fernando Solana, quien era amigo de Manuel Buendía y había sido su maestro. Un tío de éste era dueño de la revista Mañana y a él lo había nombrado como subdirector e iniciaron una relación profesional muy provechosa para todos; pero en 1965 don Fernando estableció la agencia Informac en donde Granados Chapa fue nombrado subdirector y en donde tuvo tiempo para hacer su tesis de licenciatura: “La sección editorial”, con la que se tituló. Ahí estuvo hasta 1966 cuando tuvo conflictos con Luis Lezur, a quien Solana había nombrado director de la agencia.
En esas estaba cuando Carlos Camacho se enteró de que estaba desempleado. Lo invitó a intentar su ingreso a Excélsior, y lo hizo; pasó el examen con don Víctor Velarde y se incorporó a esta empresa editorial a fines de 1966 como secretario de redacción. De ahí en adelante el crecimiento en el periódico que habría de dirigir don Julio Scherer y en donde llegó a ser Director Editorial.
En Excélsior hizo una carrera rápida y sólida. Pronto pasó de la mesa de redacción a hacer trabajo editorial y era, al mismo tiempo, un participante muy activo de la Cooperativa, en la que fue electo para puestos importantes en los órganos de dirección. Pero el 8 de julio de 1976 un golpe de fuerza desde el gobierno del entonces presidente Luis Echeverría hizo trizas el proyecto editorial del grupo que había consolidado a este diario como uno de los más importantes de América Latina y tuvieron que salir; el éxodo lo llevó por varios caminos, a la Revista Proceso, primero, luego al diario UnomásUno además de que en 1978 fue nombrado director general de Radio Educación, al tiempo que contribuía con otras publicaciones, como fue Razones, dirigida por Samuel I. del Villar.
Por entonces ya era un articulista muy prestigiado. Su columna Plaza Pública, desde que surgió en Ultimas Noticias en 1977 a invitación de don Luis Javier Solana, fue una lectura obligada por quienes necesitaban una explicación seria, confiable y contundente de los hechos políticos como también del quehacer político mexicano. Es la misma columna periodística que siguió publicando en el diario Reforma y en muchos medios de la República Mexicana, además de que desgranó su reflexión diaria a través de su programa de radio ‘Plaza Pública’ en Radio Universidad de México.
Miguel Ángel Granados Chapa inauguró el género en el que la columna informativa se transmuta a una columna de información y opinión; en ello radicaba su peso específico en el ánimo social y en ello radica su aporte riguroso y humano al periodismo nacional.
Como periodista hizo el registro y la interpretación de grandes momentos de nuestra historia social y política mexicana, como fue el movimiento de 1968, Corpus Christi en 1972, la Reforma Política en 1977, el movimiento armado de 1994 en Chiapas, la llegada del PAN a la presidencia en 2000 y muchos otros momentos que pasado el tiempo se recuperarán de su trabajo periodístico para entender lo que hizo o dejo de hacer su generación en la vida de este país.
Intentó, incluso, buscar la gubernatura de su estado, Hidalgo.
Ha sido autor de un buen número de libros que atienden problemas específicos de México: “La banca nuestra de cada día”, “Votar ¿para qué?”; Comunicación y Política; “¡Escuche, Carlos Salinas!” y más.
Su legado también radica en su interpretación del trabajo periodístico como un ejercicio de responsabilidad, de transparencia, rigor y ética. Fue un periodista de tiempo completo en el sentido más honorable del término; como maestro predicó con el ejemplo en un ambiente en el que todo parece proclive para desviar el camino del periodista hacia los espacios de la arrogancia, el poder mal entendido y la ganancia inútil.
Tuvo muchos reconocimientos a su ejercicio periodístico, como fueron la Medalla Belisario Domínguez del Senado de la República, laPedro María Anaya que otorga el congreso de su estado natal, Hidalgo; el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma Metropolitana, tres veces el Premio Nacional de Periodismo…
El ideal
En su columna del viernes 14 de octubre en el periódico Reforma, escribió: “Casi nadie (…) entre los mexicanos todos, pueden negar la terrible situación en que nos hayamos envueltos: la inequidad social, la pobreza, la incontenible violencia criminal, la corrupción que tantos beneficiarios genera, la lenidad recíproca, unos peores que otros, la desesperanza social. Todos esos factores, y otros que omito involuntariamente pero que actúan en conjunto, forman un cambalache como esa masa maloliente a la que cantó Enrique Santos Discépolo en la Argentina de 1945. Con todo, pudo cantarle. Es deseable que el espíritu impulse a la música y otras artes y ciencias y otras formas de hacer que renazca la vida, permitan a nuestro país escapar de la pudrición que no es destino inexorable. Se que es un deseo pueril, ingenuo, pero en él creo, pues he visto que esa mutación se concrete. Esta es la última vez que nos encontraremos. Con esta convicción digo adiós.
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