La dependencia también se globalizó. BlackBerry anuncia barra libre de aplicaciones para sus estresados usuarios quienes, durante 72 horas, no lograron comprender lo que sucedía con su vida sin mensajes, chats, correos electrónicos y sucedáneos.
¿Un teléfono sin servicio de datos para qué diablos me sirve? Sería la pregunta hermenéutica con la que se describe a toda una generación tecno-dependiente.
Lo que BlackBerry no ha logrado cuantificar es el número de consultas médicas detonadas por la interrupción del servicio, es decir, cuánto estrés generó. Poco importa si las consultas ocurrieron de manera inmediata o si los efectos comenzarán a manifestarse durante los próximos meses o años, lo que es cierto es que el Crack Berry se ha convertido en una pandemia. Si usted lector(a) observa su BlackBerry, por lo menos, 300 ocasiones al día, es proclive a ser infectado por unos bichos encargados de carcomer al sistema nervioso de manera silenciosa y lúdica. (Lo que durante el siglo pasado se le conoció como droga soft a la televisión, la estafeta, en nuestro siglo, la tienen los iPhone y los BlackBerry.) No nos debemos de asustar. El ser humano, para no aburrirse por su falta de creatividad, decidió desde hace siglos, vivir bajo la estela de la dependencia. A este estado lo reconocieron como el óptimo de vida. Dejar hacer, dejar pasar. Nos dirían los clásicos. Por ejemplo, a Berlusconi le gusta depender de las velinas, modelos de televisión contratadas para desarrollar múltiples funciones: lo mismo protagonizan el rol de diputadas como el de directoras de agencias de relaciones públicas; pueden subir a tribuna en el Euro Parlamento de Estrasburgo para defender los intereses del patrón pero también se pueden convertir en hostess; obsequian daikiris (en Villa Certosa) a Putin y los cuates de Berlusconi en paradisiacas albercas pero también deciden el futuro de Italia. El único requisito que deben cubrir, es que se refieran a Berlusconi como Papi. Los italianos, al parecer, ya se acostumbraron a ser gobernados bajo el yugo de las ocurrencias del showman bajo la máxima de: más vale malo que bueno por conocer. Entre el deseo y la tolerancia que han desarrollado los italianos, por la persona de Berlusconi, se quedan con ambas. Toleran los papelones del primer ministro y, lo peor, desean que no termine el espectáculo. La última moción de confianza ocurrió el pasado viernes. Lo surrealista del caso es que su ministro de economía, Giulio Tremonti (en realidad el verdadero gobernante de Italia), se ha distanciado de su patrón. Lo normal es que Berlusconi lo removiera del puesto. No. En este caso, sabe que sin Tremonti el agua le cubriría la cabeza.
Una primera conclusión es que el fenómeno estadístico denominado La Espiral del Silencio (recurrir a la mentira durante una encuesta o tertulia para evitar el sonrojo de bracear a contracorriente de la masa o amigos) se presenta en la sociedad italiana. Muchos lo critican pero, el día de las elecciones, votan por él. Y es que el italiano promedio tiene un pequeño Berlusconi en su interior. ¿A quién no le gustaría ser la persona con más poder en el mundo? En él se personifican todos los poderes: el económico, el mediático y el político. Ni Carlos Slim o Bill Gates poseen el poder tripartito.
La segunda conclusión se aplica a las tecno-pandemias. Ocurre cuando los objetos enmudecen a sus amos. Hegel se referiría como la dialéctica del amo y el esclavo. Ahora, el amo lo protagoniza BlackBerry y el usuario interpreta al esclavo. Cuando el amo deja de funcionar, el esclavo enloquece. La alegría regresa a través de la barra libre de aplicaciones y velinas.
fausto.pretelin@24-horas.mx | @faustopretelin
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