Quien más quien menos pero México hoy, ¿quién lo diría?, tiene en cada uno de sus hijos –además de un soldado–, un sabio, un politólogo, un jurista, un adivino o un profeta. Gozamos o padecemos, como cada quien lo quiera ver, una enorme producción de talento.
O al menos la barca nacional navega en medio de un archipiélago realmente notable de sabiduría. Nación abundante en diagnósticos profundos, sobre cuya triste condición teorizan el taxista y el filósofo; el político y el abajo firmante mientras una realidad construida al parecer por la casualidad y la dejadez, por su propio impulso, nos va construyendo –o destruyendo–, de manera anárquica y violenta.
No será pues este redactor quien voluntariamente se aísle del docto conjunto o al menos se rehuse a exponer y comentar algunos de los más notables diagnósticos nacionales, en cuya sentencia jamás hallamos solución aplicable en el momento. Todo se nos va en amagos, advertencias y frases de sonora contundencia como estas:
“Si el objetivo final de la democracia es el gobierno de todos, actualmente tenemos un mal gobierno y de pocos. El problema es la mala política y no aceptar que hoy tenemos un régimen político agotado”.
Eso cabe en cualquier muro de mármol. O esto: “El actual régimen político estuvo diseñado para un México que ya no existe. Hoy, el reto es construir un nuevo régimen para hacer un México viable mínimamente para los próximos 50 años.
“Un nuevo régimen capaz de poner orden y resolver una crisis de legitimidad; una crisis de representación; una crisis de los partidos políticos, una crisis de gobernabilidad y una crisis de seguridad”.
Eso lo dijo el presidente del Senado, Manlio Fabio Beltrones, durante una reunión en Querétaro y nadie podría disminuir ni un miligramo a la certeza de sus ideas. Y dijo más sobre la cadena de desgracias mexicanas de hoy: “En primer lugar, la pérdida de legitimidad de las instituciones es consecuencia de la incapacidad y deterioro para solucionar los problemas de la economía, del empleo, pobreza y desigualdad. También lo es su incapacidad para dar certezas”.
Es cierto, es perfecto, pero durante meses hemos leído y escuchado análisis de la misma profundidad y sin embargo todo se ha reducido a una competencia fraseológica interminable. Y lo mismo vale para ese diagnóstico de cancelación de las potestades del Estado en amplias zonas. A ese fenómeno Carlos Pascual le llamaba el “Estado fallido”. Aquí le hemos dicho, Estado acosado, Estado trabado, Estado infecundo. Enrique Peña le llama Estado ineficaz.
Pero vea usted cómo diagnostica el presidente de la República quien del Poder Ejecutivo ha pasado al Poder Persuasivo: “…hemos luchado y luchado con determinación para frenar, para hacer frente a todos aquellos que, a través de su acción criminal, pretenden vulnerar la seguridad y la tranquilidad de las familias.
“Y estamos decididos, porque ese es el mandato ciudadano –les dijo a los concesionarios de la CIRT, erigidos en jueces y si falta hace, en verdugos–, a no detenernos y a no descansar hasta ver a nuestro México convertido en lo que siempre hemos querido que sea: un país de leyes y de libertades donde impere el Estado de Derecho”.
Pero en verdad todos esos análisis nos han llevado al “sobre-diagnóstico”. México, tiene, como un enfermo terminal, una resma de papeles amarillos en los cuáles se le han medido los síntomas de su condición pero nadie lo mete al tratamiento ni lo lleva de la mano al quirófano y cuando se le aplica un tratamiento entonces se diagnostica sobre el diagnóstico y el método. Todo igual. Peor el remedio.
Todo se queda en enunciados sin consecuencias mayores. Por ejemplo: Los funcionarios de la impartición de justicia y la investigación de los delitos nos colman con los autoelogios derivados de su rigor moralizante.
“Este año –refiere la prensa con datos de Marisela Morales, procuradora general de la República–, han sido separados de su cargo, por el Consejo de Profesionalización, 205 servidores públicos. De ellos, 146 eran policías federales ministeriales, antes agentes federales de investigación, 54 agentes del Ministerio Público de la Federación y 5 peritos”.
Separar de su cargo no Implica ni justicia ni moral pública. Esa es otra de las bases de la impunidad, lo mismo en la PGR o en la Contraloría o en cualquier otra parte; hacer como si se hiciera, proteger, encubrir. Remociones pero nunca consignaciones; expulsiones, jamás puniciones. Eso no es depurar; eso es trasladar el pus.
¿Dónde andarán quienes fallaban y traicionaban a las instituciones? ¿A dónde fue a dar la mugre hallada en la Operación Limpieza, por ejemplo? Pues ahí donde mira la suegra. Pero lo preocupante no es ver cómo la realidad derriba el muro de los diagnósticos y las buenas intenciones sino el incesante declive nacional.
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Hace unos días –como muestra–, este diario dio a conocer una información terrible. La reunión de la maestra Elba Esther Gordillo con sus siervos, en la cual la desollada realidad de la política cambista (del “quid pro quo” al no te metas con mi cucu) se nos muestra con extrema claridad. Estamos frente a una muestra ejemplo de la “cartelización” de los poderes fácticos.
“…Muchos piensan que el PRI ya ganó porque tienen a un hombre muy bien posicionado. Por cierto, una persona amable. No tenemos problema con él ni tampoco gratitudes (…). Todos sabemos (…) que está por encima de su propio partido.
“Pero hay un problema dentro de su partido: están en disputa dos personajes que hacen pública su diferencia y lamentablemente el gobierno se fija y pueden pasar muchas cosas (…) no estoy entre niños (…) como que no sé qué pudiera pasar… no nos vaya a pasar con el PRI lo que nos pasó con el PAN… ¡No, señores, no hemos llegado a ningún acuerdo con el PRI ni con el PRD, menos con el PAN!”
Y en el extraño maridaje entre un sindicato de imbatible condición corporativa (sostenido por el Estado al cual agrede) y un partido (también financiado por el Estado), la señora persigue una unidad mafiosa: “Que (…) no se confronten (los “panalistas”) con el sindicato (los senteístas). ¡El poder es poder, señores!” Sobre todo si es mío, le faltó decir.
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Lloriquean algunos por la decisión del Partido Acción Nacional de poner toda la estructura en favor del proyecto construido desde Los Pinos y resolver candidaturas por designación. Hablan de la fábula aquella de los procesos “democráticos” abiertos en algunos casos a quienes no militan comprometidos ni guardan en el bolsillo el orgulloso carnet de los herederos del gran Gómez Morín. Poca memoria.
Leo a Carlos Arriola en su célebre El miedo a gobernar, la verdadera historia del PAN (isbn 978-607400-041-2).
“El tipo de organización que se dio AN en 1939, en los estatutos, respondió a los criterios de un partido fascistoide. En palabras de Gómez Morín: “la jerarquía y la disciplina son las únicas fuentes capaces de proporcionar estructura, fisonomía, medios reales de acción a la actividad de grupo y son, además, expresión concreta y con secuencia inmediata de nuestra posición doctrinal misma”.
Posición doctrinal derivada, dice más adelante con el sustento de las investigaciones de Soledad Loaeza, (“Historia mexicana”):
“La tesis anterior no fue ajena a la admiración que Gómez Morín tuvo por la dictadura de Miguel Primo de Rivera en España.”
¿Verticalismo? ¿Dedazo? Nada, en todo caso fidelidad al origen, a la historia. La conozcan o no, eso es otra cosa.
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Pero hay algo en lo cual la historia del Partido Acción Nacional no tiene antecedentes de este tipo: la majadería extrema, la grosería vil.
Como si se tratara de una triaca o el combate del veneno con la misma sustancia, el panista Leoncio Morán (hombre sin biografía ni trayectoria), emprende un torneo de leperismo absoluto contra el dorado medallista de esa especialidad, el diputado amarillo Gerardo Fernández Noroña y cosa extraña: lo vence. Se muestra más majadero.
Arropado por la impunidad parlamentaria acusa a Gerardo de lenocinio, padrotismo u oficio de “cinturita”. Le dice de su “chulería”, como llaman en España a tal tercería; de ofrecer envuelta para regalo y con moño a la secretaria a cuya diestra se coloca siempre en San Lázaro, quien resulta salpicada sin deberla ni temerla.
No se sabe si calumnia el diputado con pruebas de tal circunstancia o simplemente de oídas o por un secreto deseo de estar entre los supuestos beneficiarios de tan recurrente obsequio. Quién sabe. Pero a la cobardía de saberse impune e inmune, Morán agrega una taimada disculpa a la ofendida Martha Angélica. No se le vaya apareciendo alguien en el oscuro callejón donde vuelan los mojicones.
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Como si hubiéramos ganado todas las medallas de oro en Guadalajara o conociéramos en valor de la justicia binacional, aplaudimos como focas felices por un pobre camión capaz de cruzar la frontera del norte tras 17 años de trabas e incumplimientos del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.
Ufanos y satisfechos de la enorme victoria moral (jamás hemos conocido otras) de ver el tráiler de la esperanza y la dignidad nacional más allá del puente acompañamos en convoy con los pañuelos y el rezo de la abuelita. ¡Regresen con bien!
Y a cambio de tan ansiada y mínima expedición en transporte carguero, para prueba de nuestra inmanente bondad y nuestra perpetua adhesión al espíritu de la equidad, les quitamos la mitad a los aranceles punitivos con los cuales castigábamos a los estadunidenses desde hace dos años con la “huracarrana” de nuestro rigor y a los cuales nada más les faltó un letrero sobre cartulina:
“¡Pa’que aprendan a respetar!, LA MANO CON RUEDAS”.