En nombre de la Reina, en nombre de una ideología, en nombre de un idioma, o de un grupo social, o un barrio, o un episodio histórico, o un credo: en nombre de todo eso se juega al futbol. A esos cotejos suele denominarse “clásicos” (cuando enfrentan a equipos de diferentes ciudades) o “derbys” (cuando se trata de dos clubes pertenecientes a una misma localidad).
Este fin de semana han coincidido en México el derby más caliente (Tigres-Monterrey lo es hoy, evidentemente, por encima de América-Cruz Azul o Atlas-Guadalajara) y el clásico de mayor convocatoria (América-Chivas, por más que el presente de estos cuadros no corresponda a su grandeza histórica).
Está claro que los juegos arriba mencionados no reivindican causas tan complejas como las que a continuación veremos pero, aún así, tal como dicta el sentido original de la palabra “clásico”, son no perecederos, carecen de fecha de caducidad, nunca pasan de moda.
SU SANTIDAD VS SU ALTEZA
Todas las complicaciones que supuso la ruptura inglesa con el Vaticano (y de eso ha pasado ya casi medio milenio) brincan a la cancha cada vez que Rangers y Celtic disputan el derby de Glasgow. Pero, por si lo anterior no bastara para un choque de tan peculiar connotación, la relación entre Irlanda y la Gran Bretaña también divide y confronta a estos dos equipos.
Rangers es protestante y contrario a la independencia irlandesa; Celtic es católico y clama por la soberanía de Irlanda completa; la afición del Rangers canta en contra del papa, la del Celtic en contra de la reina inglesa. El partido más importante del futbol escocés, pero en el que jamás se verá una bandera escocesa: Celtic ondea la “tricolor” irlandesa y Rangers la “Union Jack” británica.
Para entender lo que se escucha en la tribuna y se lee en cada letrero, sería necesario repasar buena cantidad de libros de historia: las confrontaciones religiosas, las represiones militares, las huelgas, las alianzas y hasta los divorcios del rey Enrique VIII.
No hace mucho, era imposible que Rangers contratara a un católico o ver a un protestante en Celtic; hoy eso se ha suavizado, pero la forma de denominar al cotejo define muy bien el concepto de toda rivalidad deportiva: Old Firm, vieja empresa, porque Rangers y Celtic lucran con el resentimiento religioso y son socios codependientes para mantener tan jugoso negocio.
ÉRASE UNA VEZ UN PAÍS…
Cada herida de las Guerras de los Balcanes, se reabre y vuelve a supurar a través del balón. En uno de los episodios más lamentables que se hayan relacionado con el futbol, los hooligans del club Estrella Roja de Belgrado se convirtieron en un comando paramilitar serbio que efectuó limpiezas étnicas en Bosnia; muchos croatas, a su vez, dicen que su guerra de independencia empezó con los disturbios anti-serbios en un partido.
Hoy, con la Ex Yugoslavia ya dividida en tantos trozos (“Érase una vez un país”, diría el cineasta Emir Kusturica) los clásicos proyectan pugnas de todo tipo.
En la ciudad bosnia de Mostar, entre paredes que siguen tatuadas por artillería y sufrimiento, se disputa el derby entre Zrinjski y Velez. El primero es católico y croata; el segundo, musulmán y bosnio. Pero, por si no bastara con la confrontación religiosa, étnica y lingüística, debemos añadir la política: un importante sector del Zrinjski canta consignas fascistas, y aficionados del Velez responden con nociones anarquistas.
Macedonia, en tanto, tiene su principal clásico entre el club Vardar (serbio y cristiano ortodoxo) y el Sloga (musulmán y albano).
Así de complicado es el futbol balcánico. Tanto, que parece tristemente profética una frase grabada en el caso medieval de Dubrovnik, prohibiendo desde siglos atrás juegos consistentes en patear esferas.
IDEOLOGÍAS REVUELTAS
La política hace muy curiosos los derbys italianos.
El Milán siempre representó a la clase trabajadora de su ciudad y le apodaban casciavit (“desamador” en dialecto local, alusivo a la procedencia obrera de sus seguidores). Al paso del tiempo, fue comprado por Silvio Berlusconi, personaje que gobierna Italia desde posturas nada izquierdistas. Su acérrimo rival, el Inter, se vinculaba a las derechas de la región. La carambola de posturas se consumó cuando el dueño interista (Massimo Moratti), empezó a acercarse a círculos socialdemócratas.
En la capital sí se mantiene el choque político aunque de forma más radical: la Lazio llega a la extrema derecha (alguna vez ahorcaron un maniquí negro en contra de que su club contratara futbolistas de esta raza y su jugador Paolo Di Canio llegó a festejar un gol con el saludo de Mussollini), al tiempo que la Roma se desenvuelve en el plano opuesto.
PARADOJAS DE UN NOMBRE
Una de las rivalidades lingüísticas más célebres, es la barcelonesa. El Barça siempre ha sido promotor del idioma y la cultura catalanes (su estadio era el único sitio donde se hablaba esta lengua durante la dictadura franquista). Por su lado, el Real Club Deportivo Espanyol plantea en el nombre mismo la contraposición: hispanista, monárquico y cercano al gobierno en Madrid. Sucede que al dejar de ser Español y convertirse en Espanyol, reivindica en un idioma del que reniega (o sea, en catalán) su pertenencia a otro idioma en el que ya no se llama (o sea, el castellano).
LA VERSIÓN MEXICANA
Si comparamos los cotejos más mediáticos del futbol nacional con los casos arriba explicados, es evidente la diferencia: en México, la razón esencial para apoyar a un equipo es la elección en la infancia o el legado familiar, y no alguna circunstancia más compleja.
Ya después si Pumas es visto como irreverente-intelectual, o América como arrogante-millonario, o Chivas como mexicano-popular, o Atlas como aristocracia tapatía, o Tigres como popular regiomontano, resulta otro tema.
¿Qué igual hay violencia? Desafortunadamente, aunque con detonantes muy distintos.
Lo ideal, que un Tigres-Monterrey o un Chivas-América, sigan siendo disfrutables para todo; que la esencia siga radicando en quién mete más goles, en quién juega mejor, porque esto es futbol.
@albertolati