Lo que inició el pasado 13 de julio como una convocatoria de una revista (Adbusters.com), un mensaje táctico que invitaba a través de un hashtag de twitter (#OcuppyWallStreet) a ocupar Wall Street, ahora se ha convertido en un foco de atención a nivel global. Al principio, un movimiento social con un bajo perfil, un millar de personas reunidas alrededor de un Toro representativo del distrito financiero de Nueva York. Movimiento en ese entonces desapercibido en general por el gran público, la opinión o los medios. Una vez que no lo pudieron ignorar, dadas las proporciones del fenómeno, algunas marchas adicionales y una serie de enfrentamientos con la policía que derivaron en cárcel para muchos, los principales medios en Estados Unidos no tuvieron otra opción más que iniciar su cobertura, en un intento aún así por desprestigiar al movimiento. Actualmente en Zucotti Park se reúnen personajes heterogéneos con un amplio espectro de demandas, vinculadas la mayoría de ellas a la creciente desigualdad, la falta de oportunidades, el desempleo, el miedo ante una recesión económica y el malestar de una crisis que, iniciada en 2008, aún no ve posibilidades claras de recuperación.
Llegó entonces la ocupación. Como uno de los principales representantes de la actividad económica, Wall Street es de alguna forma responsable también de la crisis financiera global en la que estuvo inmerso el mundo a partir de 2009. Si bien no se trata de simplificar la historia, pertinente advertencia de Niall Ferguson (Boomberg.com), es cierto que el gobierno ha sido incapaz de imputar ciertas responsabilidades a las entidades financieras y los actores alrededor de ellas que generaron una burbuja especulativa en torno a la vivienda. Esta falta de respuesta, esta imposibilidad de señalar y procesar a ciertos culpables, ha dejado un sentimiento profundo de malestar. En este contexto, miles de personas desfilaron el pasado 15 de octubre por ciudades alrededor del mundo, su afecto: la indignación. En una entrevista para el Washington Post, Kalle Lasn, editor de la revista Adbusters, señala que una de las cuestiones que provocó el mensaje táctico fue el sentimiento, que percibía en miles de jóvenes, de una ausencia de futuro. Un futuro parecido a un hoyo negro, un grado de incertidumbre infranqueable acompañado de impotencia.
El movimiento se inspira originalmente en la ocupación de Tahir, en aquella primavera árabe de la que tanto se ha hablado, y en las acampadas de la Plaza del Sol en Madrid. El movimiento de los indignados precede a éste, sin embargo, se tejen afinidades entre uno y otro, tales como: un sentimiento de desarraigo, de falta de posibilidades y expectativas truncadas. Un reclamo por mayor justicia, menor desigualdad y una lucha por una democracia real, que ponga por delante el bien común sobre los intereses corporativos. Los jóvenes utilizan su imaginación para orquestar slogans contra el 1% desde ese 99% al que pertenecen. En el fondo, dos discusiones cruzan el espectro socio-político que se ve reflejado en estos movimientos sociales: Por un lado, el deterioro de un modelo político como el Estado de Bienestar europeo defendido por la socialdemocracia. Los jóvenes han encontrado que los programas de recortes a programas sociales y la limitación de ciertas garantías previamente adquiridas, significan un retroceso en términos políticos. El fuerte desempleo aunado a los planes de austeridad, según el economista David Blanchflower (Bloomberg.com), abren una caja de Pandora de la que surgen estas manifestaciones de descontento y otras consecuencias aún no figurables.
Por otro lado, las protestas sociales, muestran un desgaste del sistema de representatividad política en el que está basado nuestro actual régimen democrático. Siguiendo las reflexiones de Michael Hardt y Toni Negri (Foreignaffairs.com), “…no es tanto la pregunta sobre si éste o aquel político, éste o aquel partido, es poco efectivo o corrupto (aunque eso también es cierto) sino más bien sobre si el sistema de representatividad política en general es inadecuado.” Aquello que debiera representarse son los intereses de la población, un interés común que funda el ejercicio de la política al trascender y separarse del interés privado. La capacidad de los políticos de vehicular este interés común a través de los canales institucionales ha cedido cada vez más espacio a intereses particulares, inmediatos o partidistas que doblan su autonomía ante las demandas de fuertes actores económicos y financieros.
Lecciones por aprender
Wall Street refleja un problema de asimetría, según lo hace ver Nassim Taleb. ¿Cómo es posible, se pregunta el autor del Cisne Negro, que una administración haya rescatado un banco con dinero público, financiado por los impuestos de los ciudadanos, y éste no se responsabilice por las consecuencias de sus acciones? ¿Cómo se puede concebir que se pague tal cantidad de dinero en bonos a banqueros cuando otras actividades civiles y profesiones no obtienen bonos por las actividades que desempeñan, inclusive cuando éstas se traducen en un beneficio al interés general muy concreto? Este planteamiento, al dejar ver dicha asimetría, muestra la manera en la que ciertos intereses privados se han posicionado sobre los intereses generales de la población.
Muchos críticos han levantado la voz en contra de quienes pretenden ocupar Wall Street, dado que el movimiento no tiene una claridad en sus objetivos y metas. Sin embargo, el hecho de haber llamado la atención sobre un tema como éste, es ya una ganancia al posicionar en el centro de la agenda pública dicho malestar social. Se trata de reinventar formas de diálogo público que pueden devolver la capacidad deliberativa a voces que antes no tenían una presencia significativa. Los mecanismos de asamblea y decisiones horizontales, devuelven a la democracia esa capacidad de discusión pública y participación que hasta ahora le ha faltado y ahí podría estar una de sus fuerzas a largo plazo. Sin embargo, la protesta se reinventa y cristalizan ciertos objetivos: uno de ellos la invitación a manifestarse este 29 de octubre por el #Robinhoodtax, una propuesta que pretende imponer 1% a las transacciones financieras para poder solventar con ese recurso programas sociales y ambientales. Dicha idea no es nueva.
En un país cuya atención se concentra principalmente alrededor de las elecciones de 2012 , el espectro social se ha dividido en lo que es la lucha por la representación política de sus principales partidos, en un contexto de una ciudadanía desencantada con los procesos políticos y un modelo deteriorado de dicha representatividad. Las similitudes con México están a la vista. Por estos rumbos pasó también el movimiento de los indignados, desarticulado y poco representativo en número más no en el sentir social que refleja. Un síntoma de hartazgo que tiene reminiscencias de nuestras pasadas elecciones presidenciales y el ambiente de polarización que éstas dejaron frente a nosotros. La falta de oportunidad para los jóvenes está latente y un ejemplo poderoso de ello es la discusión que desde hace meses se libra en torno a los ninis. Quizás debamos aprender aún algunas lecciones de estas protestas: una clara manifestación sintomática de nuestra realidad socio política y sus afinidades electivas con aquel malestar global. Es necesario permanecer a la escucha. Quedará preguntarnos hacia dónde se canalizará ese descontento y los puntos de fuga posibles para dicha energía social. Velar lo que se muestra sería, en gran medida, ignorar lo que nos espera. (CONTORNO)
@oem79