El confort humano es el único progreso del siglo XX, escribe Frédéric Beigbeder en Una novela francesa (Anagrama), historia pensada desde una cárcel parisina a la que fue llevado por inhalar cocaína en vía pública. El destino le jugó una broma sarcástica a quien fuera publicista en sus tiempos de campesino del aforismo. En los momentos de pisar la cárcel, su hermano, el empresario Charles Beigbeder, recibía la Legión de Honor de manos de Nicolas Sarkozy. Pero más allá de la anécdota efímera, Beigbeder se ha convertido en un escritor consagrado en nuestra transmodernidad.
Frédéric Beigbeder anima a sus novelas a través de aforismos. Entiende que las grandes ideas se escriben con pocas palabras o, si se prefiere, el pensamiento literario no requiere de excesos retóricos. De esta manera, al recorrer su obra, me provoca la sensación de que el aforismo arrastra lo que escribe en sus historias; sin sus “cuatro palabras” no valdría la pena leer las miles que les acompañan en cada novela. Es decir, tal parece que, el propio Frédéric, decidió que el aforismo se convirtiera en el mejor pretexto para escribir novelas. Al menos, así lo pensé después de haber leído 13.99 euros y lo confirmé con Una novela francesa.
Son tiempos de reality shows y transmisiones televisivas 24/365; pantallas de plasma (con el zapping no hay pausas) y iPad como complementos de vida; Twitter y la demencia compartida a los miles de seguidores; clase política global anquilosada y star pops incubadas en YouTube. Beigbeder pasó a ser, de vendedor de placeres en 30 segundos (publicista,) a una especie de tuitero literario. Pero corrijo la clasificación que la propia transmodernidad me empuja a “empaquetar” como un siniestro cliché: espeleólogo de palabras en búsqueda de una historia.
La creatividad de sus aforismos es inversamente proporcional a los niveles de contaminantes que expulsa la cotidianidad retórica.
Beigbeider declara que acude a la lectura como un medio para hacer desaparecer el tiempo, y la escritura como un medio para retenerlo. Así es Una novela francesa.
En sus entretiempos carcelarios, Beigbeder pensó en una hipótesis a la Michel Foucault que le ayudara a despejar la incógnita de su presente. ¿Por qué en la cárcel? La respuesta la encuentra en la biopolítica: “…cuando el Estado empieza a poner en cuarentena a los leprosos y a los apestados. Sin embargo, Francia es el país de la libertad, lo que me autoriza a reivindicar el Derecho a Quemarme las alas, el Derecho a Caer Bajo y el derecho a Buscarme la Perdición. Son derechos humanos que deberían figurar en el preámbulo de la Constitución al mismo nivel que el Derecho a Engañar a la Mujer sin Salir Fotografiado en los Periódicos. El Derecho a acostarse con una Prostituta, el Derecho a Fumar un Cigarrillo en el Avión o a beber Whisky en un Estudio de Televisión, el Derecho a Hacer el Amor sin Preservativo con Personas que Aceptan Correr el Riesgo, el Derecho a Morir con Dignidad cuando se Sufre una Enfermedad Dolorosamente Incurable, el Derecho a Picar entre Comidas, el Derecho a No Comer Cinco Frutas y Legumbres al Día…”.
Con Windows on the World, Beigbeder defraudó por haber desmantelado su estilística acostumbrada, es decir, la natural. Bajo la sombra de la destrucción de las Torres Gemelas, reconstruyó una historia de tantas. Una mañana placentera, Beigbeider se sienta en el último piso de la Torre Montparnasse para viajar a Nueva York a través de su laptop.
Me quedo con el Beigbeder aforista, el que desdobla cuatro palabras en una novela. Con el Beigbeder que provoca a los lectores a buscar aforismos en medio de los océanos de palabras.
fausto.pretelin@24-horas.mx | @faustopretelin
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