“México debe invertir mucho más”. Parece una verdad de Perogrullo pero que repetida por un premio Nobel de Economía como Joseph Stiglitz adquiere una resonancia distinta.

 

Uno de los grandes problemas que ha enfrentado la sociedad y la economía mexicana en el último medio siglo es que no se han invertido los suficientes recursos para detonar un crecimiento económico elevado y sostenible. Eso lo sabe y entiende todo mundo, como Stiglitz, que ven en la falta de inversión pública y privada a una de las causas más importantes del rezago que hoy tiene México frente a países como los llamados BRIC.

 

Un solo dato es suficiente para ilustrar la pobre inversión que tenemos en el país: En las últimas cuatro décadas la tasa de inversión se ha mantenido igual. Entre 1970 y 1990 la tasa de inversión, como porcentaje del PIB, fue 20.2%, mientras que entre 1990 y 2008 fue 20.3%. Es decir, en el largo plazo, con gobiernos de distintos colores políticos los resultados gruesos que hemos obtenido han sido prácticamente los mismos en términos de inversión y ello explica la pobre tasa de crecimiento económico promedio de las últimas décadas.

 

Mucho ya se ha dicho sobre los factores que han rezagado la inversión en México y que van desde el uso ineficiente de los recursos públicos que se destinan en una gran proporción al gasto corriente, pasando por la ausencia de planes estratégicos de largo plazo, de enfoque y de proyectos de gran calado; hasta la ausencia de incentivos básicos para la atracción de capital privado por razones fiscales, laborales, de infraestructura, de certidumbre jurídica y de falta de definiciones para las inversiones en sectores estratégicos.

 

Y hay un factor que sigue jugando un rol central en el desincentivo a la inversión privada en México y es la llamada ‘cartelización’ de la economía. Es decir, la elevada concentración de empresas dominantes en sectores clave y que son barreras de entrada al ingreso de nuevos capitales a esos mercados. Allí están sectores como la telefonía, cemento, alimentos, cerveza, refrescos, televisión, banca, distribución de medicamentos, etcétera; cuya dominancia impide nuevas inversiones, una mayor competencia, desarrollo de la innovación y mayor transferencia de tecnologías.

 

Es decir, los desafíos de la inversión de gran calado aún están latentes en México y nuestros gobiernos y políticos no han hecho lo suficiente para hacerla detonar.

 

Eso lo recordó hace unos cuantos días el líder de la izquierda latinoamericana y ex presidente de Brasil, Lula da Silva, en su visita al Distrito Federal atacando frontalmente la atrofia ideológica de los políticos mexicanos que –sabemos- no es otra cosa más que un disfraz para encubrir la supervivencia de sus intereses particulares.

 

Pues bien, ayer en Oaxaca Joseph Stiglitz volvió a insistir: Si México no invierte mucho más se quedará lejos de los centros de competencia global.

 

El momento parecería oportuno si hubiera oídos que oigan: Los legisladores acaban de aprobar la Ley de Ingresos para 2012 con los mayores montos de recursos públicos de la historia, y ahora se disponen a discutir el Presupuesto de Egresos para el próximo año en el que, por cierto, la inversión pública sigue en un segundo plano ante el galopante crecimiento de los gastos corrientes que han dominado las finanzas públicas de las últimas décadas.

 

Las advertencias se han hecho antiguas y los oídos se han acostumbrado a no oír.

 

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