Fotos: Javier Otaola  

 

 

Son las 8 de la mañana y la bulliciosa calle de Guatemala, en el Centro Histórico, luce solitaria. En el fondo de la calle se observa la silueta de un pequeño hombre, enfundado en una sudadera y capucha en la testa, que fuma y parece encogerse de frío.

 

Me dirigo al Centro Cultural España donde conoceré a uno de esos artistas que, a pesar de moverse en el mainstream global, aún conserva ese halo callejero y anarco de los grafiteros duros. Al llegar a la recepción pregunto por Suso 33; me responde el hombre de negro encapuchado, con una sonrisa amable y la mano extendida para saludarme. Suben a un automóvil los materiales para su pinta, aerosoles y una bomba para rociar pesticidas, después nos dirigimos hacía las cordilleras de la Magdalena Contreras. Como un péndulo, nos desplazamos del centro hacía el sur de una ciudad; de Madrid a las periferias suburbanas chilangas.

 

Es la primera vez que Suso 33 visita México pero ya le esperan una pequeña multitud de jóvenes de la colonia Barrios Serra, en una pista para patinetas construido, por más surreal que parezca, en las colinas de una montaña.

 

Fue invitado a trabajar a una comunidad que no conoce, pero ellos a él sí. Hasta hace poco tener contacto con un artista extranjero era privilegio de unos cuantos. Hoy, sólo basta goglear el nombre y puedes acceder a todo tipo de hipertextos. Este fue el caso. Los grafiteros de la Barrios Serra y sus alrededores, esperaban el arribo de este menudo y tímido artista, de piel blanquecina, barba rala y cabello largo. Suso 33 mostraría su multifacética obra en una pista para skatesboards, rodeado de una panorámica donde lo verde de las frías montañas se funde con el gris de las colonias trepadas en los cerros, de donde han emergido los crews de grafiteros que esa tarde le recibirán. Avanzamos por el viaducto hacía periférico en una carretera que va 10 metros por arriba del piso, mientras Suso 33 obtura, una y otra vez, su cámara digital para tener registro de un paisaje abigarrado de anuncios, edificios, puentes y casas asentadas en plenos cerros, que van apareciendo conforme nos desplazamos sobre el segundo piso; durante el trayecto se anima a charlar sobre su vida, su trayectoria y algunos proyectos.

 

 

 

 

Suso 33 creció en las periferias de Madrid y vivió los últimos años de la dictadura franquista. Sufrió la intolerancia de un sistema escolar represor que le obligó a usar la mano derecha, siendo zurdo natural; lo que derivara en su habilidad ambidiestra, una de sus grandes cualidades artísticas que, cuando lo pone en acción, es increíble la destreza que muestra.

 

Verlo es un espectáculo visual. Es un placer para la imaginación. Dibuja con aerosol con ambas manos y al mismo tiempo; traza rayas, círculos concéntricos con spray hasta que poco a poco aparecen rostros, personas, siluetas y todo tipo de iconografía.  Si el estadounidense Jackson Pollock había encontrado en la acción de pintar su principal atractivo, Suso 33 trasciende lo abstracto para construir retratos de personajes ausentes, agrios, solitarios, propios de las urbes contemporáneas.

 

No se trata de un jam session de los aerosoles, sino el despliegue de sus hemisferios cerebrales confeccionando, con ambas manos y al mismo tiempo, rostros largos, descarapelados, ausentes. El número 33 que usa Suso se refiere a su fecha de nacimiento y lo usa como tag desde los 80, años cuando inició a pintar en las calles.  Hoy, la obra de Suso 33 inunda lo mismo muros de ciudades del mundo que galerías y museos de arte contemporáneo europeos, tanto o igual que Bansky, aunque son diametralmente opuestos; el español es un iconoclasta, asesor de la mejor marca de aerosoles del mundo del grafo, Montana; escenógrafo para ópera, teatro, danza, cine y publicidad, con instituciones como el Teatro Real, el Centro Dramático Nacional, la Compañía Nacional de Danza, Benetton o Cartoon Network; videoasta con obra en Festivales como “Cinemattic” o “Future Shorts” (Edimburgo), en la Embajada de España e Instituto Cervantes de Shangai, Basel y en el “LOOP Festival”; colaborador de la Furia del Baus y artista exponente en ARCO.

 

Pero él es silencioso, poco expresivo; en su personalidad, las huellas de una infancia donde la tartamudez lo llevó a dejar de hablar, son aún muy presentes, pero recuerda que el grafiti le devolvió el deseo de comunicarse. Y, de alguna manera, al verlo trabajar en vivo, eso trasmite. Su trabajo es comunicación, Y si bien comenzó con el grafo y la pinta de rostros oscuros y melancólicos en los muros de edificios abandonados, pronto se desplazó hacía las artes visuales, el perfomance, el action paiting, inclusive al videoclip.

 

La música, la danza y el teatro son sus tres principales influencias, confiesa, donde ha logrado innovar al relacionar el escenario con el aerosol y el Scenic Paiting in Action, ejecutando un performance donde dibuja en tiempo real sobre un lienzo, acompañado de bailarines de break dance, cantantes de beatbox y DJs.

 

En la obra de Suso 33 parece no existen las limitaciones, extiende -tal fuera una raya de aerosol sobre una larga pared- al máximo el acto pictórico: muros, calles, sábanas que cuelgan de balcones, vagones de metro, monumentos, escenarios teatrales, video-arte.

 

Sobre una superficie blanca, con luces cenitales sobre él y en medio de un fondo negro, Suso 33 comienza a sincronizar el baile, la música y el movimiento, mientras delinea en el lienzo, rostros, formas, miradas. La figura que surge durante la actuación es sólo una pequeña parte de la obra total, compuesta de imágenes aparecidas de la nada, del sonido de las válvulas al ser usadas, microfoneadas y sampleadas después, así como el movimiento de pintar con ambas manos, acompañados de una compañía de danza contemporánea, conforman un espectáculo donde la improvisación y la magia del atontecimiento cautiva.

 

Suso 33 ha sido figura principal en la Noche en Blanco en la Fuente de la Cibeles, inaugurado el Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro y el Festival de  Flamenco, compartiendo escenario con el afamado bailarín Joaquín Cortés. Sin embargo semejante cartel parece no pesarle, habla poco y se comporta con sencillez. Apenas desciende del auto y saluda uno a uno de los grafiteros quienes le rodean y le escucharán por más de una hora mientras les pasará vídeos y fotografías de su obra. Al terminar su exhibición se trasladan hacía la pista donde se pintarán; toma su bomba de pesticidas, lo llena de pintura y comienza a rociar el muro.

 

Balancea lenta y pausadamente su mano, como si tuviera una batuta y estuviera frente a una orquesta, entonces, poco a poco, en la barda grisácea comenzará a asomar uno de esos rostros oscuros de mirada artera que le han dado fama, con los que busca hacer visible a los seres invisibles de las grandes ciudades. Mientras los loops del rap y el break dance que suelta el dj se confunden con el sonido de las latas de los escritores de grafiti que ya lo siguen en la coreografía callejera e improvisada en la que se convierte la pinta urbana.