Exportar 2024 futbolistas al año, conseguir que todo club importante del mundo cuente con uno de los tuyos, ingresar 700 millones de dólares anuales en venta de jugadores, tener la teórica capacidad para montar cinco alineaciones que inspiren respeto… Pero remontar la grandeza a lejanas glorias: último título mundial, 1986; último título americano, 1993.

 

Ahí está Argentina, incapaz el viernes pasado de derrotar en casa a Bolivia en eliminatoria mundialista.

 

Crearon un esquema perfecto para sus finanzas futboleras: generan futbolistas a granel, tejen un complejo sistema de promoción, distribución y venta (sus promesas llegan lo mismo a África, el Lejano Oriente, el Cáucaso o la división de ascenso mexicana), pero eso de poco sirve a su selección.

 

En Sudáfrica 2010 y Alemania 2006, cuartos de final; en Corea-Japón 2002, primera ronda. Anfitriones en la pasada Copa América, misma impotencia: un futbol agrio que poco tiene que ver con el exhibido por sus talentos cuando desbordan, anotan, driblan, centran, barren, en los mejores equipos del planeta.

 

Y Lionel Messi en el centro de la discordia: que si no es tan bueno, que si en Barcelona funciona porque está arropado por los mejores, que si a su país no lo ama, que si Maradona hacía tal cosa…

 

Messi está poco integrado al futbol argentino por consecuencia obvia de que él es máximo exponente de ese esquema de venta histérica ya descrito: por circunstancias singulares, el Barcelona lo ató cuando no había siquiera iniciado la adolescencia. Creció y se hizo hombre en Cataluña, se convirtió en hermano dentro y fuera de  la cancha de Iniestas y compañía.

 

No es amado en su tierra, porque no se le perdona ser clasemediero, porque no representa la reivindicación del pibito de Villa Miseria como un Carlos Tévez o, en su momento, un Ariel Ortega, porque para Messi el futbol no era la única salida de la eterna pobreza: sin haber sido acaudalado, hambre nunca pasó ni estaba destinado a pasar.

 

¿Juega cómodo con Argentina? No, porque siente que debe demostrar su virtuosismo a cada balón, porque todo lo que en Barcelona le funciona por inercia en Buenos Aires le pesa.

 

En España sigue destrozando récords y demostrando un instinto competitivo a prueba de patadas y fuego. Tras esa cara de niño y cuerpo mínimo, se esconde un tipo que no se permite a sí mismo perder y pelea al máximo por todo.

 

Y Argentina que tiene mucho sin ganar algo, achaca sus males a Messi.

 

¿Qué tan triunfadora ha sido la gran albiceleste en el futbol? Relativamente poco. Dos títulos mundiales más o menos recientes (1978 y 1986) algunos momentos brillantísimos y, de ahí en fuera, largos períodos de confusión y falta de identidad, aunque siempre con individualidades del máximo de los niveles.

 

Argentina está en crisis, pero eso no es por culpa de Messi… Eso es anterior a Messi. Messi, más bien, es resultado del esquema ideado por el futbol argentino: mandar fuera a Saviola, a Cambiasso, a Aimar, a Tévez, a Gago, a Higuaín, a todos, cuanto antes: facturar por ellos y sustituirlos, hasta convertir su liga en asunto de veinteañeros y su selección en cosa de triunfadores de ultramar, luces deslumbrantes de tierras ajenas, que ya no prenden en casa.

 

@albertolati

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