EL CAIRO. La policía y el caos se han convertido en los principales enemigos de los activistas que desde hace tres días intentan hacerse oír por encima de la confusión que reina en el centro de El Cairo.

 

Decenas de personas descansan envueltas en mantas sobre el suelo de la plaza Tahrir, donde en los últimos días la basura y los deshechos han sustituido a las pancartas revolucionarias.

 

Centenares de adolescentes que lucen mascarillas corren excitados de un lado a otro creando un ambiente de confusión muy diferente al espíritu de solidaridad y cooperación que reinaba durante los días posteriores al 25 de enero, fecha de inicio de la revolución egipcia.

 

El pasado viernes, miles de egipcios se concentraron en la plaza Tahrir de El Cairo para exigir la renuncia de la Junta Militar y al día siguiente estallaron los enfrentamientos entre policía y manifestantes que ya han causado al menos 26 muertos y miles de heridos.

 

Aun así, algunos voluntarios y activistas intentan dar sentido a la movilización y combaten el caos desde los hospitales de campaña que se han improvisado junto a la emblemática plaza para atender a los heridos.

 

“Hemos atendido lesiones en los ojos, cuchilladas, quemaduras, fracturas, fisuras y heridas por balines de plástico y metal”, enumera el doctor Mohamed Reda, que el pasado viernes acudió a Tahrir para manifestarse y terminó poniendo sus conocimientos al servicio de la movilización.

 

El goteo de heridos se suma al de ciudadanos que acuden a los puntos de atención médica para donar material básico como guantes, vendas, pastillas contra el dolor, agua o mascarillas.

 

Luciendo el uniforme verde de los conductores de ambulancias, Ahmed Abu Rahib espera pacientemente apostado junto a una decena de vehículos. “Estamos llevando a la gente con problemas graves a todos los hospitales de la ciudad y a los que no son muy graves los atendemos aquí”.

 

Pocos minutos después, Abu Rahib corría a socorrer a un joven al que un grupo de manifestantes traía en carretillas hasta las ambulancias.

 

En un momento de calma en que dejaron de escucharse los tiroteos en las calles próximas, el manifestante Ahmed Siyam intentaba cargar su teléfono móvil aprovechando una instalación eléctrica improvisada y precaria que tenía su origen en una de las farolas de la plaza.

 

“Llevo aquí tres días y he dormido tres horas”, asegura con voz ronca, antes de agregar que “aquí el que quiere dormir deja la plaza y se va a casa”.

 

Siyam explica que a primera hora de ayer, los manifestantes acordaron una tregua con la Policía, pero aseguró que fueron las fuerzas de seguridad quienes rompieron el pacto lanzando gases lacrimógenos contra la multitud.

 

Este activista, que asegura no simpatizar con ningún partido político sino ser “simpatizante de Egipto”, explica que un grupo de manifestantes intentó apagar un incendio que se declaró en un edificio de viviendas del centro de la ciudad.

 

“El portero del edificio cerró las puertas y no dejó que nadie entrara, pero al final unos cuantos subieron a un muro y consiguieron sacar a la gente”, dice, mientras muestra una mascarilla y unas gafas de natación, sus únicas herramientas para combatir el humo.

 

Al otro lado de la línea de batalla, una decena de tanquetas del Ejército protegen la sede del Ministerio del Interior y los agentes, también afectados por el gas lacrimógeno, compran Coca Cola en los colmados próximos para empapar pañuelos, que les ayudan a respirar mejor.

Algunos de ellos incluso se protegen la boca y la nariz con pañuelos palestinos, los mismos que utilizan los manifestantes, que a pocos metros de distancia no paran de desafiarlos con piedras.

 

En la primera línea de combate están los ultras de los principales equipos de fútbol del país, que consideran tener sobradas razones para enfrentarse a la Policía.

“Son jóvenes ultras a los que los policías han propinado muchas palizas en las celebraciones de después de los partidos”, aclara Siyam lanzando una mirada a la plaza, llena de basura y gente dormitando.

 

Este ambiente conflictivo hace que Tahrir, epicentro de la revolución egipcia, muestre una cara distinta ante la ausencia de pancartas que expresen las reivindicaciones de los manifestantes, que forman un grupo heterogéneo cuyo único punto en común parece ser la lucha contra la Policía. (Laura Millan Lombraña, EFE)