A principios de este año fueron publicados dos importantes análisis, el primero en la Universidad de Tulane en los Estados Unidos (por Nora Lustig y Leonardo Gasparini) y el segundo por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de Naciones Unidas (de Rolando Franco, Martín Hopenhayn y Arturo León) que constataron el crecimiento absoluto de una nueva clase media en América Latina, producto de una compleja combinación de décadas de reformas económicas, cambios demográficos y tecnológicos, transformaciones del mercado de trabajo y distribución más progresiva del gasto público. Así, la región se integra a la expansión internacional de los estratos medios, que para el año 2030 pueden llegar a representar un tercio de la población mundial. Varios atributos presenta este actor social, cuya participación electoral en el 2012 será relevante y en donde México participa de este fenómeno regional y global.

 

Demográficamente la nueva clase media se conformada por el aporte de grandes contingentes de fuerza laboral femenina, cuyos mayores incrementos se han dado en Brasil, Chile, Costa Rica y México. Cultural e ideológicamente es sensible a las señales globales, ya que posee las habilidades necesarias, un espíritu competitivo, capacidad de asumir riesgos y, en gran parte, no depende del empleo público. Su peso creciente cuestiona a los partidos políticos latinoamericanos, muchos de los cuales han moderado su retórica anti-mercado y anti-global, a la vez que desconfía de los candidatos construidos mediáticamente, al estilo de la Italia de Silvio Berlusconi, hoy fuera del poder, siendo el ejemplo actual el presidente chileno Sebastián Piñera (ex propietario de un canal de televisión, una línea aérea y un popular equipo de fútbol), que a mayor exposición mediática logra menos aprobación social.

 

Por ello, durante este año los estratos medios demostraron ser políticamente decisivos. Así, en la elección presidencial peruana el ex militar y candidato nacionalista, Ollanta Humala, pudo ganar al abandonar las tesis que lo llevaron a su derrota en el 2006, consistentes en la polarización pueblo-oligarquía que asimilaban al estrato medio como aliado de las clases altas, de acuerdo el enfoque “bolivariano” del presidente venezolano Hugo Chávez. En el 2011, el modelo de brasileño de centro-izquierda lo ayudó a ganar la presidencia.

 

 

En Argentina la reelección, con una mayoría aplastante, de la presidenta Cristina Fernández fue la combinación del voto duro de los aparatos clientelares del populista Partido Justicialista, con el de las clases medias que, previamente, emitieron una señal de moderación con la reelección del alcalde derechista de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri. En la elección federal, Fernández recibió el voto de confianza a sus políticas para fortalecer el mercado interno y recuperar el poder adquisitivo.

 

En el caso de Chile, la clase media se ha rebelado a un gobierno de derecha que conduce uno de los últimos, y más puros, modelos neoliberales. Las movilizaciones estudiantiles a favor de la educación pública, han despertado un descontento popular profundo por el endeudamiento masivo de las familias, producto de una desregulación económica extrema que se acompaña de una alta concentración del ingreso. Además de criticarse el lucro en la educación se ha revalorado la memoria por el extinto Estado de bienestar.

 

México no escapará a este complejo proceso, que cuestiona a unos partidos políticos que tienen lentitud orgánica, demasiada confianza en sus aparatos clientelares y que no han elaborado propuestas concretas para este volátil actor, salvo volver al presidencialismo o seguir en una guerra no declarada y sin fin que registra 16 veces más muertos que la dictadura de Pinochet. Los políticos deberán conocer y valorar más a este fiel de la balanza, que en un esquema de tres partidos será básico para marcar la mayoría dentro de diferencias muy estrechas, como las que se presentaron en la elección presidencial del 2006.

 

 

*Profesor e investigador de la UNAM