¿Qué fue lo que finalmente movió a José Antonio Meade y a Agustín Carstens a anunciar el martes pasado que el Banco de México “intervendrá” el mercado cambiario para buscar la estabilización del peso?

 

Para encontrar la respuesta hay que remontarse al pasado jueves 24 de noviembre cuando el INEGI dio a conocer el dato de la inflación de la primera quincena de noviembre. La cifra fue decepcionante y preocupante. El índice nacional de precios al consumidor quincenal se había incrementado 0.97%, una fuerte alza de precios para una quincena que no habíamos visto en los últimos tres años, ni siquiera durante la aguda devaluación que sufrió el peso en febrero y marzo del año pasado.

 

El dato encendió –creo- tardíamente las alarmas al interior de la Comisión de Cambios que preside el secretario de Hacienda. No era para menos. Las señales de una internalización de la persistente devaluación del peso frente al dólar en los tres meses anteriores, ya estaba afectando a los precios locales. El famoso pass-through –la transmisión de las variaciones de la paridad cambiaria sobre las decisiones de los precios locales, principalmente los precios de las importaciones– se hacía presente.

 

Y es que el problema potencial es de expectativas. Un cambio en las expectativas de los precios de bienes y servicios afecta las negociaciones salariales e impacta al ahorro vía las tasas reales, encadenando una serie de riesgos a la estabilidad del nivel general de precios (de hecho ayer la dirigencia de la CROC ya planteó un incremento salarial del 10%).

 

Al día siguiente del reporte de inflación, el 25 de noviembre, la debilidad del peso frente al dólar en su modalidad interbancaria se magnificó alcanzando 14.24 pesos, el nivel más alto desde marzo de 2010 contagiado por el acentuado nerviosismo en los mercados europeos.

 

Evidentemente había que hacer algo, porque la espiral devaluatoria para el peso no parecía ceder, por el contrario. Finalmente el martes pasado la Comisión de Cambios anunció la suspensión de compras de dólares del Banco de México a través de subastas y, por el contrario, la posibilidad de vender diariamente dólares al mercado cuándo exista una depreciación a fin de inhibir la especulación.

 

La medida de la Comisión luce, por lo menos, tardía. Desde finales de julio, en los últimos cuatro meses, el peso se devaluó aceleradamente en 22% y, a pesar de ello, durante todo este tiempo el banco central continuó con las subastas para adquirir dólares del mercado ejerciendo compras por 600 millones de dólares hasta el pasado 27 de octubre. Pero no solo eso. También se decidió acumular la enorme oferta de dólares que el banco central recibe por las operaciones comerciales de Pemex.

 

Es decir, a pesar de la devaluación del peso el banco central siguió acumulando reservas internacionales en estos cuatro meses –del 1 de agosto al 25 de noviembre pasado– por 5 mil 601 millones de dólares, producto de los saldos positivos netos de Pemex y de la compra de dólares del mercado local.

 

Una política difícil de entender y cuando menos extraña, sabiendo de los efectos perniciosos de una devaluación de la moneda para el nivel de los precios y para el poder adquisitivo de la población.

 

Mañana continuaremos en el asunto…

 

 samuelgarcia2010@hotmail.com | @arena_publica