La disponibilidad de divisas ha sido el talón de Aquiles de la economía mexicana. Si analizamos las crisis económicas de los años 80 y también la de 1994-95, el factor recurrente que las explica es la falta de divisas. En algún momento, la falta absoluta de divisas nos llevó a declarar la moratoria en el servicio de nuestra deuda externa.
Hay que recordar que la economía mexicana se caracteriza, aún hoy, por un déficit estructural en su balanza de pagos. Utilizamos más divisas de las que generamos. Nunca nos hemos propuesto una estrategia de desarrollo basada en la generación de excedentes de divisas, como ha sido el caso de países tan distintos como China y Alemania. Y tradicionalmente financiamos ese déficit orgánico, básicamente con la atracción de inversión extranjera directa y entradas de capitales financieros.
La primera década del Siglo XXI, que corrió de 2001 a 2010, resultó extraordinariamente favorable para México. El comportamiento de los principales rubros de nuestra balanza de pagos durante los últimos 10 años, comparado con los flujos obtenidos durante el decenio de los 90 (de 1991 al 2000), lo muestra de manera dramática:
• Las exportaciones petroleras generaron 185 mil millones de dólares adicionales a los obtenidos en los 90, a pesar de la caída dramática en la plataforma de producción petrolera provocada por la declinación anticipada de Cantarell (perdimos 900 mil barriles por día entre 2004 y 2010). El incremento se explica por un aumento extraordinario en los precios internacionales del crudo, que más que compensaron la caída en los volúmenes de exportación; a esto hay que sumar el ingreso extraordinario de recursos financieros que Pemex contrató a través del mecanismo conocido como Pidiregas, por 55 mil millones adicionales, para un total de 240 mil millones de dólares;
• Las remesas que envían los mexicanos que han tenido que emigrar, principalmente a los EU, también generaron un ingreso extraordinario por 190 mil millones de dólares en la década pasada, comparada con la inmediata anterior;
• Nuestras exportaciones a EU arrojaron un flujo extraordinario de divisas, básicamente generado por un comportamiento vigoroso de su producción industrial que utiliza insumos ensamblados en México. Este incremento se dio en la década 2001-2010, a pesar de que el mayor impacto de la liberalización comercial se dio en la segunda mitad de los años 90, con la firma del TLC en 1994. El monto adicional de divisas, generadas por esas exportaciones incrementales a EU, fue de 264 mil millones de dólares en los últimos 10 años;
• Por último, el servicio de nuestra deuda externa registró ahorros por 349 miles de millones de dólares, derivados de tres elementos sin precedente en nuestra historia económica moderna: 1) una caída extrema de las tasas de interés internacionales; 2) la sustitución de créditos denominados en divisas extranjeras, por deuda pública en pesos; y 3) la reducción sustancial del nivel de deuda pública mexicana como proporción del PIB, que la estabilidad económica alcanzada hizo posible;
• El total de divisas adicionales, extraordinarias, a las que tuvimos acceso los mexicanos durante la última década, fue de US $1’043,000, poco más de un millón de millones de dólares, equivalente a un “trillón” de dólares en el sistema americano. Esta cifra equivale, en promedio, al valor de todos los bienes y servicios producidos durante un año en la economía mexicana, o 100% del PIB.
México se ha beneficiado de una coyuntura internacional realmente favorable durante esta última década (tendencia que se ha mantenido durante el año 2011), a pesar de la Gran Recesión del 2008-2009. Esta bonanza se explica, fundamentalmente, por factores externos sobre los que no tenemos una influencia directa: precios internacionales del petróleo; crecimiento de la producción industrial de EU, que también ofreció oportunidades de trabajo productivo a nuestros migrantes; y tasas de interés históricamente bajas, entre otros. Estos elementos explican, en buena medida, el equilibrio macroeconómico alcanzado.
Las causas de esta prosperidad en nuestro entorno no son el resultado de esfuerzos productivos nuestros, ni de políticas públicas exitosas; en el caso del aumento extraordinario de las remesas, más bien lo contrario.
Vale la pregunta, entonces: ¿Qué hicimos con esas divisas extraordinarias?, ¿las aprovechamos para generar fuentes de ingreso adicionales para el futuro?
*Economista