He leído en alguna parte que hace un par de noches un periodista de la televisión británica BBC se despidió de sus telespectadores con la frase “Buenas noches, mañana les continuaremos deprimiendo”.

 

No sé si es cierto pero en todo caso sería una buena forma de cerrar la mayoría de informativos y artículos de las televisiones, radios y periódicos españoles.

 

Hace unos años, el escritor Manolo Vazquez Montalban gustaba de afirmar que, ante el convulso mundo, Europa era un balneario. Me temo que de balneario hemos pasado a huracán.

 

Después de años de euforia, Europa se encuentra bajo muy negros nubarrones. Una crisis financiera que nació al otro lado del Atlántico se ha convertido en grave crisis económica tout court en la Unión Europea. Afecta a todos los países, sin embargo parece que el ojo del huracán se sitúa a orillas del Mediterráneo.

 

Ya es paradójico que Grecia, una de las madres del pensamiento europeo, sea acusada ahora, especialmente por Alemania, como responsable de muchos de los males de Europa. Precisamente Alemania, cuyo mundo cultural en el siglo XIX, cuando nace como nación, tuvo como máxima referencia la paideia griega: la educación ilustra los valores humanos y enseña a ser ciudadanos.

 

Pero no sólo es la economía, que a los países mediterráneos nos tiene pendientes de un hilo, sino que también otros peligros se ciernen sobre el viejo proyecto de esta Europa unida que nació después de las dos grandes y terribles guerras que durante el siglo XX asolaron gran parte del continente.

 

Fue en 1951, cuando los líderes de los históricos enemigos, Francia y Alemania, firmaron un acuerdo para la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero a la que fueron uniéndose otros países. Aparentemente económico, el acuerdo era fundamentalmente político: si ningún país tenía individualmente el control sobre la producción del carbón y el acero, no podría sostener una guerra. Ahora el control quizás debiera ser sobre el petróleo y el silicio. El caso es que de aquella primera voluntad política de paz nació lo que es hoy la Unión Europea.

 

Han pasado 60 años y si bien el fantasma de la guerra queda lejos, no ocurre así con otros tópicos que en cierta medida la provocaron. Ahí están determinados sentimientos nacionalistas considerados hasta hace poco como trasnochados o la creencia, cada vez más generalizada, de que los países del norte son serios y trabajadores, frente a los de sur, dados al despilfarro y la pereza o, lo que todavía es peor, considerar que la emigración (los diferentes) son la causa de todos los males…

 

Y el miedo. Un estudio de la Fundación Pfizer, publicado en el invierno de 2010, se titulaba “Los españoles y la enfermedad del miedo”. Miedo a perder el trabajo, a no encontrarlo si ya se ha perdido, a no cobrar las pensiones de jubilación, a perder las ventajas de aquel estado de bienestar, tarjeta de visita del modelo europeo. Ha pasado un año del estudio y hoy todo no ha hecho más que empeorar.