La pretendida y fracasada alianza de Pemex con la constructora Sacyr-Vallehermoso para influir decisivamente en la toma de decisiones de la petrolera española Repsol, muestra que el gobierno y la gerencia de Pemex, simplemente, no funcionan con el modelo actual.

 

A pesar de las tibias reformas que el Senado aprobó en 2008, Pemex sigue siendo una empresa atada de pies y manos a los dictámenes del Ejecutivo Federal -vía la secretaría de Hacienda en lo presupuestal y a Los Pinos en la designación de sus principales ejecutivos y en el rumbo estratégico- y a las directrices de los partidos políticos representados en el Congreso por la vía de un Consejo de Administración que responde más a los intereses político-electorales y sindicales, que a los propios intereses corporativos de la petrolera.

 

Pemex sigue siendo un gigante al que todos los actores quieren chuparle la sangre y obtener trozos sustantivos de la multimillonaria renta que anualmente produce.

 

Con esta condición es difícil que cualquier gerencia petrolera y gobierno corporativo se haga de los márgenes necesarios para diseñar estrategias y operarlas eficientemente en el tiempo. Directores generales y funcionarios de segundo nivel van y vienen sin trazar rutas estratégicas en el largo plazo ante la volatilidad de su propia permanencia en la petrolera. Gobierno tras gobierno y año tras año se materializan cambios de primer y segundo nivel jerárquico en Pemex, haciendo añicos cualquier propósito de largo plazo en la petrolera.

 

La pretendida alianza de Pemex con Sacyr sellada el 28 de agosto pasado se dio en este contexto corporativo. Nunca quedó claro bajo qué estrategia de inversiones externas de largo plazo de la petrolera mexicana se insertaba esta operación que significó un desembolso de 1,600 millones de dólares para duplicar su participación accionaria en Repsol.

 

Por la fama pública del entonces presidente de Sacyr, Luis del Rivero, y por la frágil situación financiera de la constructora aliada, era evidente que Pemex se había metido en un verdadero problema, como aquí lo señalamos desde que conocimos la operación. En todo caso parecía que la estrategia de Pemex respondía más a solventar la quebrantada situación de Sacyr y a sacar de apuros al controvertido Del Rivero, que a plantearle un futuro promisorio de negocios al monopolio petrolero del país.

 

La asamblea de accionistas de Repsol de finales de septiembre pasado en la que el presidente de la petrolera española, Antonio Brufau, y sus aliados prácticamente declararon non grato a Pemex como accionista, fue el inicio de un fracaso anunciado. Días después los accionistas de Sacyr despedirían a Del Rivero de la presidencia de la empresa y lo demás fue cuesta abajo para su alianza con Pemex y para la propia petrolera mexicana en su incursión española.

 

Con la venta de la mitad de sus acciones en Repsol el pasado martes 20 de diciembre, Sacyr cancela formalmente la alianza con Pemex y cierra una aventura poco afortunada de la mexicana que le ha costado el deterioro de su imagen corporativa internacional, consecuencia del fracasado modelo de gestión corporativa que se le diseñó. Así, Pemex está condenado.

 

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