El terrorista más buscado del mundo fue arrojado sin vida desde un helicóptero de las fuerzas militares de Estados Unidos. Unas horas antes había sido asesinado en el barrio Abbottabad, en Islamabad, Pakistán. Muy lejos de ahí, pero en tiempo real, la secretaria de Estado de Estados Unidos se llevaba la mano derecha a su boca tratando de cubrir su rictus de admiración mientras observaba alguna pantalla de televisión; la rodeaban, al menos, doce personas (la mayoría con los brazos cruzados), entre ellas el presidente de Estados Unidos, cuatro laptops y dos vasos semivacíos de café. La Tercera Torre había caído.
Cuarenta y dos años después el dictador murió de frente a cientos de smartphones. “No me maten” fueron sus últimas palabras. Acostumbrado a trasladar su Jaima a los Campos Elíseos de París o a la Puerta del Sol en Madrid; a esclavizar sexualmente a jovencitas; y al histrionismo autoritario, el último capítulo de su vida parecería haber sido escrito por freaks de la Biblia: ojo por ojo.
Manhattan se adelantó a la globalización hasta que el tiempo real la penetró un 11 de septiembre. No satisfechos por contemplar el regalo francés bautizado como la Estatua de la Libertad, un grupo de jóvenes decidió acampar a la española en la plaza Zuccatti, la hoy conocida como plaza Libertad. El salvamento de los bancos fue la excusa; el desempleo la razón toral para observar a las corbatas de Ermenegildo Zegna salir de Wall Sreet. No es un guión de Michael Moore. Son los Indignados sin guión.
Año 2011, momentos de la deconstrucción política europea; el primer ministro italiano no pudo ser marginado del poder a través de las leyes. Su risa pendular recorrió el espectro de la ocurrencia a la perversión. Mientras tanto, la deuda pública y el desempleo femenino italianos recorrían el país como fantasmas con piel rasposa. Tuvo que salir de Fráncfurt la decisión. No de la canciller pero sí del Banco Central Europeo. Un nuevo plan, el tecnócrata, llegó para lograr contener el desorden gubernamental. La muestra es representativa. El euro empequeñeció bajo las figuras de los líderes políticos griego, portugués, español, italiano, y un largo etcétera. 2011, el año en que Europa mostró un rostro desfigurado; ni turístico ni cultural. La deuda soberana como la pedagogía global.
En la semiótica de la palabra Japón se encuentran los terremotos. La dimensión se distorsiona cuando el movimiento alcanza los 9 grados Mw y 25 mil humanos se convierten en víctimas (entre desaparecidos y muertos). No hay fotografía que logre traducir tales cifras que la de un cineasta.
La analogía no resulta banal. Los protagonistas son Osama Ben Laden, Hillary Clinton, Muamar Gadafi, los Indignados globales, Silvio Berlusconi y el terremoto en Japón, entre cientos de eventos relevantes ocurridos durante el 2011 que está por concluir.
La libertad ondeada por los países árabes es la protagonista estelar del año. La pirámide demográfica egipcia, como las de Túnez, Libia, Siria, Yemen y Marruecos, se recompone por cohortes juveniles con una clara propensión a los estudios y al uso de las redes sociales. Los regímenes autoritarios están demodé. Las externalidades positivas de las rebeliones continuarán por mucho tiempo. Los Hermanos Musulmanes quizá, eliminen el entusiasmo de la Primavera Árabe. La duda bien vale la pena someterla a juicio de 2012.
Latinoamérica permaneció obnubilada frente a las dos arenas de 2011: la crisis del euro y la Primavera Árabe. Quizá fue lo mejor que le pudo pasar a nuestra región, tan cargada de historias de dictaduras y crisis financieras.
2011 un año hollywoodense.
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