La nueva Constitución húngara, que entró en vigor desde el perimer día de 2012, asienta la “revolución conservadora” prometida por el primer ministro, Viktor Orbán, criticado dentro y fuera del país por erosionar la democracia en el corazón de la Unión Europea (UE).

 

Desde que llegó al poder por segunda vez a mediados de 2010, con una mayoría de dos tercios en el Parlamento, Orbán ha utilizado su “rodillo parlamentario” para reorganizar Hungría a la medida institucional de su formación, el Fidesz, un partido conservador de tintes fuertemente nacionalistas.

 

La nueva ley fundamental, redactada por el Fidesz sin consensuarla con ninguna otra formación, se encomienda a Dios, al orgullo patrio, a la cristiandad y la familia tradicional, y cuenta con muchos elementos que no casan con los estándares europeos como la cadena perpetua sin libertad condicional.

 

Pero la principal crítica a la nueva Carta Magna es que restringe la separación de poderes, al politizar la judicatura y limitar la independencia y competencias del Tribunal Constitucional y otras instituciones fundamentales del Estado, como el Banco Central.

 

El Gobierno también ha “purgado” a más de 250 jueces acortando la edad de jubilación y ha copado con funcionarios afines los principales puestos institucionales, asegurándose el control del aparato estatal incluso aunque pierda en las urnas.

 

Por si esto fuera poco, se ha aprobado una nueva ley electoral que beneficia claramente al Fidesz, hasta el punto de que si se aplicase de forma retroactiva le hubiera convertido en vencedor de las elecciones de 2002 y 2006, de las que salió un gobierno de socialistas y liberales.

 

Las normas de rango constitucional que asientan la Carta Magna podrán modificarse a partir de ahora sólo con una mayoría de dos tercios de los diputados, lo que dificulta las enmiendas.

 

Las reformas son “un paso atrás en el sistema de frenos y contrapesos” de una democracia, explicó Péter Krekó, director del laboratorio de ideas “Political Capital”, tras agregar que esas políticas aislan al país en el continente.

 

La prensa, uno de los baluartes de independencia en cualquier democracia, no ha quedado al margen de los zarpazos del Gobierno, que ha implantado el todopoderoso Consejo de Medios, compuesto por miembros nombrados por el Fidesz.

 

En el último mes este consejo obligó el cierre de la mayor radio opositora, Klubradio, y dos periodistas húngaros de medios estatales han sido despedidos tras iniciar una huelga de hambre en protesta contra la ya conocida como “ley mordaza”.

 

El Tribunal Constitucional ordenó este mes enmendar aspectos de esta ley que vulneran la libertad de prensa, pero muchos analistas consideran ese fallo el “canto del cisne” de la alta corte, que con la nueva ley fundamental será reformada, sus poderes limitados y sus miembros ampliados con jueces afines al Fidesz.

 

Todos estos cambios han despertado inquietud tanto en EU como en Europa, y algunos medios como The New York Times hablan de “un golpe de estado a cámara lenta” o el prestigioso semanario conservador alemán Die Zeit se ha preguntado: “¿Es Hungría todavía una democracia?”.

 

La “revolución conservadora” también ha puesto al mundo cultural en el punto de mira. El alcalde de Budapest, István Tarlós, nombró director del teatro “Új” de Budapest a György Dörner, un conocido actor relacionado con la extrema derecha, quien a su vez nombró como intendente del centro al escritor y político István Csurka.

 

Al final el regidor tuvo que retirar el nombramiento de Csurka, que también dirige el partido de extrema derecha MIÉP (Partido de la Justicia y Vida Húngara) y que en su revista habla con un claro tono antisemita del “poder de círculos judíos” en Hungría.

 

El reconocido director de orquesta Ádám Fischer aseguró al respecto en una carta abierta que considera muy peligrosa “la cooperación de las fuerzas democráticas con otras racistas”.

 

Mientras se producen todos estos cambios, la situación de una población desencantada con la clase política empeora debido a una crisis que afecta especialmente a Hungría, y existe el peligro de que el gran beneficiado sea la extrema derecha.

 

Las encuestas señalan que el Fidesz ha perdido gran parte de sus simpatizantes, pero como la izquierda se ha fragmentado en los últimos meses, la única formación que ha sabido aprovecharse de la situación ha sido la formación extremista Jobbik, que casi se ha convertido en la segunda fuerza política del país.

 

Jobbik, abiertamente xenófobo, contaba incluso con una agrupación paramilitar, “La guardia húngara”, que aterrorizó a la minoría gitana hasta que la Corte Suprema la prohibió en 2009.  (EFE)