Esa es la pregunta del millón para la que nadie aún tiene una respuesta certera y ése es uno de los motivos que más preocupan a los economistas y políticos de todo el mundo.

 

La prestigiada revista británica The Economist está realizando un sondeo entre los lectores de su edición en internet (www.economist.com) desde el pasado 26 de diciembre con la pregunta “¿sobrevivirá intacto el euro a 2012?”. Hasta ayer a las 18:30 horas de México y con más de 14 mil 500 respuestas, el 63% dijo que sí a la pregunta y el 37% contestó negativamente. Dos terceras partes de quienes consultan la publicación en línea –que por el perfil de The Economist deben ser lectores altamente informados y con un nivel educativo superior a la media- piensan que al final los líderes europeos harán todo lo posible para salvar a la moneda comunitaria porque las consecuencias de no hacerlo son catastróficas. Cuestión con la que muchos, como quien escribe esto, estamos de acuerdo por simple sentido común y por un análisis racional de costo-beneficio.

 

Pero el asunto es si los líderes europeos –y especialmente los contribuyentes del viejo continente- estarán dispuestos a pagar el elevado precio que aún les resta materializado en una larga recesión, mayor desempleo y fuertes recortes a los beneficios sociales; todo con tal de mantener la divisa europea común y el sueño comunitario de la Unión.

 

No todos los líderes de la Unión -y fuera de ella- están totalmente convencidos de lo anterior especialmente porque el doloroso proceso de ajuste fiscal y económico pasa necesariamente por acuerdos políticos, explícitos e implícitos, que –como en todo proceso de esta naturaleza- habrá, al final, vencedores y vencidos. En otras palabras: en la cesión de soberanía nacional que se plasmará en ajustes a los textos constitucionales de cada país con drásticos compromisos presupuestales y fiscales, no todos los países miembros cederán lo mismo en términos relativos. Para algunos el costo es francamente muy elevado.

 

A estas voces, pero por otras razones, se unen prestigiados economistas como Paul Krugman que al ver las políticas recientes adoptadas por los líderes europeos, no expresa mucha confianza en la salvación del euro. En uno de sus recientes artículos en The New York Times dice: “A estas alturas, los mercados han perdido fe en el euro en su conjunto, lo cual ha hecho que los tipos de interés suban todavía más para países como Austria y Finlandia, que no se distinguen precisamente por ser derrochadores. Y no es difícil ver por qué. La combinación de austeridad para todos y un banco central enfermizamente obsesionado con la inflación hacen que sea básicamente imposible para los países endeudados escapar de la trampa de la deuda y, por consiguiente, es la fórmula para multiplicar las suspensiones de pagos, los pánicos bancarios y el desplome financiero. Espero, por nuestro bien y por el de los europeos, que estos cambien de rumbo antes de que sea demasiado tarde. Pero, para ser sincero, no creo que vayan a hacerlo”.

 

Con el corazón espero que Krugman se equivoque, pero la razón me dice que tiene buenos argumentos.

 

 

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