Estados Unidos, como el rey Midas con el oro, convierte en espectáculo todo lo que toca. La tradición milenaria de las asambleas o caucus en Iowa podría ser patrimonio del museo de la democracia en tiempos de Tocqueville. Levantar la mano, cortar papeles y distribuirlos entre los presentes en una pequeña sala casera para anotar el nombre del favorito o pasar una cubeta para recolectar el nombre del próximo presidente del país que vio a Steve Jobs lanzar tecnología con sentido evolutivo pero sobre todo, lúdico, son, entre algunos procesos cavernarios, las semillas de un modelo vigente y modélico.
Lo anterior lo dibujaría con perfección imaginativa Juan Rulfo o alguno de los pilares del realismo mágico sin embargo, frente a ese conjunto de procedimientos “cavernarios” se encuentran las cámaras de CNN o los reporteros del TheWashington Post. Para ser exacto, 15 mil periodistas bien conectados con el tiempo real describieron a la señora que pasaba la cubeta con fervor patriótico o al señor que juntaba sus manos para empaquetar el rito litúrgico de la celebración con la ascensión de su candidato favorito.
Lo escribió el propio Tocqueville, “ni puede establecerse el reino de la libertad sin el de las costumbres, ni cimentar las costumbres sino sobre las creencias”.
Las campañas electorales en Estados Unidos podrían ser tan previsibles como los desfiles de cada 4 de julio. Pero no lo son a pesar del guión estandarizado por los demócratas y republicanos. El mensaje central es la nación y la semiótica (tangible) más deslumbrante, por su poder de aglutine, es la bandera. No hay nada más aburrido en cualquier candidato que presumir sus tácticas de competencia a través del confeti patriotero: “Yo soy más patriota que tú”. Los candidatos como los malpensantes lo saben, y sin embargo, estos tics nunca salen de la programación electoral. En cuanto a la aportación intangible se encuentra la religión. El candidato que resulte ser más religioso puede repartir bonos de fe a todo su electorado. Ganancia mayúscula en tiempos de la prima de riesgo. El tercer elemento es toral: la capacidad de sobrevivir como nación sin necesidad de mirar al mundo: el etnocentrismo. Ron Paul, el tercero en discordia, proclamó que Estados Unidos no debió de luchar en contra de Hitler. Un especie de pregonero de la Doctrina Monroe. De esta manera Estados Unidos hubiera evitando encontrarse con personajes malignos como Bin Laden y Sadam Husein. La fórmula más exitosa que la de la Coca Cola es: bandera, fe y etnocentrismo.
También lo escribió Tocqueville: “Los partidos son un mal inherente a los gobiernos libres”.
La sorpresa es una contribución de la competencia en detrimento de la desideologización. Rick Santorum le puso la cereza más dulce al pastel de costumbre. Las últimas horas del martes del caucus podrían ser extrapoladas a todo el ciclo electoral para llegar a la conclusión de que Estados Unidos tiene una democracia juvenil, sólida y modélica. El último de la fila se coló a la parte alta apropiada por el favorito, Mitt Romney. En tan solo cinco días, Santorum demostró que las encuestas pueden ser desprendidas del ámbito científico para utilizarlas como una especie de droga de diseño electoral.
Quién más sino Tocqueville: “El mundo es un extraño teatro en el que se encuentran momentos en los que las peores piezas obtienen el mayor de los éxitos”.
La política electoral comparada nos llevaría a una clara conclusión: lo que Tocqueville leyó de la democracia de Estados Unidos, en México, lo hizo Luís Buñuel a través de su Ángel Exterminador. Los precandidatos atrapados por la aburrida amargura.
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