Cada vez se habla con más frecuencia de “la falta de inteligencia” en todos los ámbitos, tanto del servicio público como del privado. En todos los niveles de gobierno se reconoce la insuficiencia de “inteligencia”, para resolver sus principales problemas, señaladamente los relacionados con la inseguridad.

 

Ante el crimen organizado se hace más urgente la necesidad de “saber para actuar”, de tener “conocimiento para entender”, antes de empeñar esfuerzo alguno, a riesgo de caer en ineficiencias o fracasos.

 

Por ello, el “secreto” y la “sorpresa” se vuelven las armas más poderosas de la guerra y de cualquier competencia o confrontación. La “inteligencia” es, con y por ellos, la respuesta para convertir la incertidumbre en riesgo, y el camino para transformar el riesgo en oportunidad.

 

El espionaje como actividad para obtener información privilegiada fue, se ha llegado a decir, “la segunda profesión más antigua” del mundo, y aunque la inteligencia no es espionaje (aunque se pueda llegar a servir de él), sí se asocian los conceptos por la aspiración al conocimiento y la anticipación. Es evidente que al enemigo hay que conocerle antes de decidir siquiera cómo enfrentarlo. Estas afirmaciones dibujan la complejidad del tema, al involucrar aspectos de legitimidad, legalidad y eficacia para la supervivencia misma.

 

Los “sistemas o servicios de inteligencia” son conceptos cada vez más socorridos en jergas especializadas. Si bien, durante mucho tiempo estas ideas estuvieron reservadas a la acción de gobiernos, especialmente en el campo militar, hoy se utilizan formal y ampliamente en los negocios y en la academia, como una herramienta necesaria, útil y práctica. Así, se habla de “inteligencia para la competencia” o de “administración del conocimiento”.

 

Es imposible enfrentar la complejidad del mundo actual como se ha hecho hasta ahora. No son sólo las sofisticadas tecnologías de la información o las comunicaciones, es la manera misma de entender el conocimiento y la secrecía, junto con el trabajo en equipo y la responsabilidad compartida dentro de cualquier organización.

 

Esta acusada necesidad y carencias en la materia, junto con la creciente aplicación y acceso a instrumentos especializados, conjugados con una historia de mitos y estereotipos generados por la riqueza y complejidad del tema, provocan enorme confusión de conceptos y hace urgente desarrollar una verdadera “cultura de inteligencia”.

 

El tema es mucho más serio que las aventuras del 007 o la caricatura del Super Agente 86. Tampoco se trata de las ideas que con frecuencia se ha formado el ciudadano común sobre la CIA, la KGB o el MOSSAD, como paradigmas de la agencia de inteligencia internacional, donde la “aventura”, el “juego sucio”, la violencia y la muerte, prevalecen como sus principales atributos, gracias a las caracterizaciones que el cine ha hecho de ellas.

 

La “inteligencia” como “proceso sistemático” para la toma de decisiones difíciles, dónde la incertidumbre gobierna y las certezas son pocas, se basa en el “sentido común” y en la capacidad de contrastar lo posible con lo deseable; depende de la habilidad y la destreza, producto del esfuerzo y la disciplina, pero también es el resultado de la intuición, el empeño y la creatividad de aquellos a quienes les gusta imaginar lo imposible.

 

Es evidente la necesidad de promover el desarrollo de la “cultura de inteligencia” en México y América Latina. Todavía hoy el estudio y desarrollo de sistemas de inteligencia en la región se hace con base en la literatura y experiencias de otras latitudes, señaladamente de Estados Unidos, Rusia, Israel y el Reino Unido.

 

Abordar el tema de ” inteligencia” tiene dos retos: el primero, la obviedad de sus principios básicos, que son los mismos que gobiernan los procesos con los que “piensa” cualquiera. En abierta paradoja, esto dificulta la capacidad de reconocer el potencial que tiene el llevar el modelo de la “inteligencia humana”, a la empresa o al órgano de gobierno de que se trate, para darles una “inteligencia artificial” y poder referirse a la “inteligencia corporativa”, a la “inteligencia militar” o “policial”, por señalar algunas.

 

El segundo reto es la “universalidad” del concepto, porque todo se hace con “inteligencia”. Porque no existe una empresa u organismo público que no se haya creado y que opere con “inteligencia”. Es inevitable cuestionar entonces la utilidad de esta “especialidad”, que mas pareciera una gran “generalidad”.

 

El experto en “inteligencia” ‒que no en ingeniería, negocios, artillería, balística, mercadotecnia, ciencias políticas ni relaciones internacionales‒ es un profesional con habilidades y distinciones bien claras, destinadas a apoyar al tomador de decisiones que no disponga del conocimiento mínimo indispensable para definir un curso de acción determinado.

 

¿El arte de los secretos? Es la aplicación de la ciencia y la técnica, para enfrentar lo incierto y llevar “…la información disponible al grado de certeza…”, dicen ambiciosamente los textos de la doctrina militar mexicana.

 

La “universalidad” señalada le da una amplitud extraordinaria a la materia, cuando se trata de distinguir los distintos niveles de decisión, abarcando desde los superiores, responsables de las grandes decisiones de “la política” del Estado, de la empresa o cualquier otra entidad, pasando por las de los niveles intermedios de la estrategia y la táctica, hasta los más elementales de la operación. Lo más concreto en los niveles inferiores, permite distinguir claramente al “experto” en materias como: señales y codificación, vigilancias, informantes, redes o infiltración. Todas tienen su propia discusión legal y ética, pero en los niveles operativos es más fácil distinguirles y asignarles niveles de confidencialidad y acceso. Sin duda, más técnico, el nivel operativo no se trata en foros públicos ni en publicaciones masivas, reservándose para la acción de gobierno o la privacidad del particular.

 

La “inteligencia”, dicen algunos, puede ser un oficio peligroso y lo es, pero no por lo que normalmente se cree. En el oficio, aún en los niveles operativos, se pueden mantener buenos niveles de seguridad física, a no ser que sea un temerario, lo que podría volver muy peligrosos oficios como taxista, corredor de bolsa o limpia vidrios. La inteligencia puede ser peligrosa por el riesgo del profesional de querer (o creer posible) convertirse en “Dios” y perder la condición humana ante la incertidumbre.

 

Con frecuencia se piensa que en el negocio de la “inteligencia” lo legal no va con lo eficaz, o que áquellos no se llevan con lo legítimo. Todo nuestro concepto se basa en la tesis de que en la “inteligencia” como en todo quehacer humano, sólo es sostenible y sustentable para vivir en sociedad lo que es legal, legítimo y eficaz simultáneamente, a riesgo de perderse.

 

 

*Ex secretario técnico del Sistema Nacional de Seguridad Pública