El Servicio Médico Forense (Semefo) del Distrito Federal recibió el año pasado 900 cadáveres sin identificar; de ellos, 500 –el 55.5%- permanecieron como desconocidos y se fueron a la fosa común.
José Luis Dorantes, jefe del Laboratorio de Patología, apunta que la cifra de muertos que terminan en la fosa común aún es alta, y que incluso se cree que sería un gasto inútil realizarles a todos pruebas de sangre, de tejido óseo o de músculo, por lo cual sólo se les practican a quienes posteriormente se tienen evidencias de que puedan ser identificados.
El funcionario del Semefo explica que del total de cadáveres que ingresan como desconocidos al año, en los últimos años sólo se lograba identificar a una tercera parte hasta 2010. Pero el año pasado, pese a las cifras, aumentó el número de identificados hasta 45%.
Quienes preguntan por los cuerpos de personas que ingresan a la morgue como desconocidos son personas tanto de la Ciudad de México y entidades circunvecinas como el Estado de México y Morelos, hasta otras como Veracruz, Chiapas, Chihuahua, Yucatán y Sonora.
Comúnmente, quienes llegan a las instalaciones del órgano dependiente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (TSJDF), dijo el entrevistado, es porque su familiar o cercano ya no mantuvo comunicación con ellos, se mudó a vivir a la ciudad y dejó de mandar dinero, y comienza la búsqueda que a veces resulta exitosa.
La Ley General de Salud establece que deben ser 15 días los que los cadáveres pueden permanecer en el Semefo para su posible identificación, por lo cual después de ese tiempo, los que no logran identificarse se van en su mayoría a la fosa común.
Los menos, como parte de un convenio firmado el año pasado entre el TSJDF y las instituciones educativas, van a dar a estas últimas para ser empleados con fines académicos.
“Vienen los de las instituciones educativas y si ven que (los cuerpos sin vida) están en condiciones de ser utilizados, si no hay impedimento desde el punto de vista legal, se les da el tramite, y se les entrega, con el compromiso de que si se da su identificación, deben de regresarlos”, detalla.
“El aire” de Morlett
Los restos óseos, indica, son los que cuesta mayor trabajo poder ubicar, como en el caso de la estudiante de Arquitectura de la UNAM, Adriana Morlett; su identificación pudo darse porque una de las doctoras, al observar el cráneo, consideró que quizá podría tratarse de ella porque “le daba un aire”. Luego se analizó la dentadura, consultaron a su dentista y después llevaron a cabo las pruebas de ADN; entonces se confirmó su identidad.
Dorantes refiere que cuando llegan completamente destruidos los cadáveres, se ayudan de algún tratamiento odontológico o los antecedentes de alguna cirugía, algún tatuaje, “porque si no, nos cuesta trabajo” la identificación.
Otros restos humanos difíciles de identificar son los de las personas que perecen en accidentes aéreos; en esos casos se auxilian de alguna prenda, como un anillo con alguna inscripción para llegar a la identidad.