Cuando un equipo de futbol no paga lo acordado al jugador o incumple cualquier norma laboral (que sucede y a menudo) es completamente reprobable y tiene que ser juzgado… Idéntico caso a la inversa: cuando un futbolista, con contrato en vigor, busca forzar su salida.
Humberto Suazo es uno de los delanteros más brillantes que han llegado a nuestro país en décadas: explosivo, contundente, desequilibrante, poderoso… Todo eso cuando le parecía buena idea efectuar la actividad para la que espléndidamente se le pagaba en Monterrey: jugar futbol.
Ahora exige marcharse y ser vendido, a lo que el club regiomontano accede siempre y cuando aparezca alguien que ofrezca lo que ellos pretenden (y es decisión del equipo si tazarlo más caro o más barato).
Sucede que el futbolista, en muchas otras circunstancias víctima, cuenta con un recurso especial para romper contratos: que nadie quiere quedarse con un jugador que no desea estar ahí, inconforme, desmotivado… Y por eso terminan por darse aumentos de sueldo para retener al crack que quiere escapar (ejemplo, Wayne Rooney en el Manchester United) o cediendo a su deseo de ser vendido (pienso en el caso del brasileño Ronaldo tanto en su salida del Barcelona al Inter como en la posterior del Inter al Madrid, aunque precedentes sobran).
Los contratos están hechos para cumplirse y sólo romperse por mutuo acuerdo. Que si después ya no gustó el clima, ni la ciudad, ni el entrenador, ni los compañeros, ni la táctica empleada: peor para el jugador que debe seguir a las órdenes de quien se ocupa de su sueldo; que si posteriormente no hizo goles, subió de peso, apenas actuó por lesiones: peor para el club que debe seguir pagándole.
Gio Dos Santos vive una situación parecida (aunque no igual) en el Tottenham: el director técnico ha dejado claro, en declaraciones y decisiones, que no cuenta con el mundialista mexicano. Él sólo desea irse para romper tan improductiva etapa en su carrera, pero sólo se irá si alguien ofrece precisamente lo que el propietario de sus derechos pida. Mientras tanto, le queda entrenar cuando sea citado para ello, jugar los escasos minutos que se le otorguen y esperar a que finalice ese contrato para cambiar libremente de equipo.
Carlos Tévez, siendo capitán y estrella del Manchester City en el torneo pasado, decidió en el verano que deseaba irse y que no le interesaba ningún aumento de sueldo que el jeque-presidente le ofreciera. Dejaron de contar con él, le perdieron confianza y cuando su entrenador le ordenó entrar a la cancha se negó a hacerlo: Tévez ha forzado su salida a proporciones que violan toda ética de su profesión.
Mientras los dos grandes equipos de Milán se pelean a Tévez, el Manchester City repite lo que es su derecho: que Tévez sólo se irá si la oferta resulta satisfactoria… Tal como lo que plantea el Monterrey respecto a Suazo, por el que años atrás pagó más de cinco millones de dólares y al que ya una vez tuvo que conceder (tras otro berrinche del jugador) irse al futbol español, en el que apenas estuvo seis meses.
@albertolati