La idealización

 

México es un país de monumentos, en todas las localidades urbanas se cuenta al menos uno, se encuentran por todos lados. Sin duda Juárez es el que más representaciones tiene a nivel nacional seguido de Morelos y después todos los demás, incluyendo a Fidel Velázquez y Carlos Hank. A estos monumentos tenemos que sumar los de orden “abstracto”, en este caso la variedad es amplia: la madre, el libro de texto gratuito, la expropiación petrolera, el drenaje profundo, el agua potable, el IMSS, la Revolución, la Independencia y demás abstracciones patrias. La tentación de erigir un monumento para los festejos del bicentenario era muy grande y no pudieron resistirla, lo que no midieron fue el riesgo y de ahí las cuentas por pagar.

 

 

La cita

En principio alguien decidió que el monumento debería ser un arco y ese fue el primer error (si consideramos la idea misma del monumento como un acierto), pero ello condicionaba el desarrollo formal de la idea y finalmente se decidió que mejor fuera “tema libre”. El día 15 de abril del 2009 se dieron a conocer los resultados del concurso y con ello se desataron las envidias entre un gremio arquitectónico que se percibe como autárquico y que pocas veces se ha distinguido por lo contrario.

 

Al día siguiente se anunció el proyecto ganador, mismo que deparaba varias sorpresas: la primera fue que el proyecto no era un arco, la segunda que el ganador no fue un famoso arquitecto (con el perdón de los citados) encabezados por Cesar Pérez y Martín Gutiérrez, la tercera sorpresa fue que uno de los arquitectos concursantes -Michel Rojkind y su socio Arturo Ortiz- se burlaron del concurso al “participar para perder” con una propuesta sumamente crítica y altamente cínica, en la que se planteaba un dantesco conjunto de 5 mil viviendas de interés social sobre el Paseo de la Reforma. La apuesta era abrir un debate sobre la pertinencia del proyecto, pero por desgracia el debate apenas duró dos días.

 

En días posteriores se desató otra polémica encabezada por Ramírez Vásquez y Fernando Romero, en la que argumentaban que se debía descalificar al proyecto ganador por no haber cumplido con las reglas de la convocatoria al diseñar algo que no fuera un arco. Lo más interesante de esto es que la propuesta de Ramírez y Romero no era propiamente arco sino un aro, por lo que la puntillosa argumentación descalificatoria no soportaba un simple análisis geométrico. En todo caso la pataleta fue en vano.

 

 

El enamoramiento

En realidad el análisis y la crítica al proyecto desde una perspectiva formal o constructiva fue prácticamente nula, el silencio parecía una aceptación y un reconocimiento al ya para entonces auto encumbrado Cesar Pérez Becerril.

 

A mediados del año 2009 no se veía nada de lo que se dijo sería “el eje central de las celebraciones”, a partir de ese momento se comenzó a preguntar a los responsables el estatus de la situación y desde entonces prácticamente nadie declaró nada medianamente satisfactorio. José Manuel Villalpando prometió “dos momentos inaugurales para la obra: a las 00:00 horas del 16 de septiembre se declarará inaugurada la Estela de Luz; la plaza que le rodea hasta el 20 de noviembre”, un mes después se veía obligado a declarar “sin embargo, hubo complejidades técnicas que atender. Evidentemente, a lo que yo pueda opinar, se impone la parte técnica de la constructora, que requiere ciertos espacios y movimientos para poder avanzar primero una cosa y luego la otra. Así de sencillo”. Al tiempo, el arquitecto Martín Gutiérrez Guzmán, cuando aún participaba en el proyecto, declaraba: “Las presiones a las que se ha sometido el equipo son muchas. En lugar de ganar un premio, parece que ganamos un castigo”.

 

Un mes después la confianza de los responsables llegó a su máximo histórico: “La crítica no me afecta”, aseguraba un sonriente Villalpando quien se curaba en salud mientras se envolvía en la bandera y afirmaba “La crítica, la envidia es algo muy hispánico, muy mexicano”. El tema presupuestal comenzaba a subir de tono y ya en un delirio declaratorio que le costaría el puesto, Villalpando atajaba con soltura: “se trata de conmemorar a México. Este recurso es poco en realidad frente a los muchos millones de pesos que hay en el presupuesto nacional, se trata de hacer esto inolvidable” y en su caso lo fue.

 

 

La realidad y el compromiso

Un año después, en agosto del 2010, el Presidente daba la noticia: “la Estela de Luz no estará lista para el 15 de septiembre, según lo planeado, sino hasta el último tercio de 2011.” Ante estas palabras, el secretario Lujambio, nuevo responsable, buscó matizar, relativizar e infundir confianza: “Un año más o un año menos, es un dato irrelevante”, y no contento con quitarse la presión, también nos dijo el por qué: “Esta es la pieza con la que los mexicanos queremos celebrar los 200 años de nuestra historia y estamos pensándola para 200 años. […] Si la pieza se acaba de construir en el año 2011, créanme que nadie pensará que estamos ante un dato relevante”.

 

 

“¿Caro?”, preguntó sonriente “Yo diría que necesario, justificado por su propia belleza”. Lo que nos revela que para él la belleza tiene su precio y que el Estado está dispuesto a pagarla. Todo este carrusel declaratorio lo hizo acompañado de un sonriente Pérez Becerril quien mientras festejaba las declaraciones del Secretario afirmaba que el monumento sería “de extraordinaria esbeltez, singular encanto y complejidad en su construcción” y dejando claro que “se trata de una obra de arte de inigualable belleza y no de un edificio común. La Estela de luz es una pieza única de la arquitectura mundial, es una obra sin precedentes, como obra de arte y como pieza de ingeniería”.

 

 

El rompimiento

El nuevo responsable se tomó muy en serio su papel y comenzó a cortar cabezas, incluida la del arquitecto Becerril. Éste se lanzó a la palestra mediática para explicar su desamor con el Estado y ante la pregunta de si volvería a participar en el concurso para diseñar un Monumento del Bicentenario, la respuesta del arquitecto fue con mayúsculas: “NO”. A partir de entonces las acusaciones se pusieron rudas y las justificaciones técnicas. Becerril aseguraba: “me han presionado de distintas formas para que no hable ante los medios ni denuncie la corrupción existente”, “se han priorizado los intereses económicos, personales y de terceros en contra de los intereses del País”: Buscando además advertirnos que la otrora grandiosidad del proyecto “se ha distorsionado y se está haciendo un pequeño monstruo de lo que podía haber sido un monumento muy digno”.

 

Ante esto, Lujambio saltó furioso frente a los medios para decirse sorprendido por las palabras del arquitecto y asegurar que desde su posición, éste mentía sin cesar. Acto seguido, el secretario comenzaba a darnos luz sobre las verdaderas razones del diferendo amoroso: “el arquitecto quería ser el director arquitectónico de la obra después de cobrar 18 millones de pesos y por ejemplo nunca nos resolvió el sistema de sujeción del cuarzo”, aclarando eso sí, que él entendía que el arquitecto quería algo muy estético pues “son artistas”, pero que “los ingenieros le dicen en repetidas ocasiones, entre otras cosas, que el cablerío no puede ir oculto y que el arquitecto nomás no entiende” y que por tanto él se había visto obligado a tomar decisiones al respecto.

 

 

La descendencia

A partir de entonces la obra comenzó a hacerse visible sobre el Paseo de la Reforma y, como buen despechado, el arquitecto Becerril guardó silencios, corajes, rencores y un amplio conjunto de malos recuerdos mientras que los co-autores, otrora desconocidos, regresaron con paterna alegría a supervisar el crecimiento de su hijo predilecto. Para entonces lo único que se escuchaba era el rumor de la expectativa y uno que otro reclamo del arquitecto Becerril, quien recurrió a un diputado del incuestionable PVEM para denunciar actos de corrupción. Finalmente nos decían que la Estela de Luz se encontraba prácticamente terminada aunque a simple vista no lo pareciera. Curiosamente nunca se difundió una imagen clara y precisa de cómo se vería el monumento terminado ni como se integraría al espacio urbano, es decir nunca se tuvo una imagen objetivo a la cual referirse.

 

 

El anunciado día de fiesta llegó, pero se adelantó para evitar suspicacias y una que otra manifestación popular. El evento fue deslucido y sin brillo emocional. A los pies de la Estela toda una orquesta sinfónica y un amplio coro, un discurso presidencial justificatorio de la idea del monumento y en el que se nombró a los miembros del jurado y se dejó huérfano al proyecto, palabras que fueron a dar directo al lugar común y que nos hicieron pensar que el discurso de un presidente municipal develando un busto en la plaza del pueblo hubiera sido mucho más emotivo; una niña que lanza una paloma de plástico inflada con helio que con suerte se elevó; un poema sobre la luz que a nadie conmovió; un DJ para parecer “modernos”; un grupo de niños que acompañaron al presidente en su desconcierto al tocar la Estela sin que nada relevante sucediera y finalmente un “show” de pirotécnico artificio para recordar que estábamos ahí para festejar.

 

 

El pago de la pensión

Más que símbolo del bicentenario la opinión pública lo interpreta como un símbolo del sexenio y probablemente con esa percepción se quede. Pero hasta ahora la crítica sobre el monumento, sobre el hito, sobre el proyecto mismo ha sido mínima en cantidad y calidad. Ponerle apodos, cuestionar el desmedido costo y buscar culpables, así como decretar que es un monumento a los 60 mil muertos o a la corrupción, son críticas válidas para un gobierno y/o un partido en el poder, pero no para el proyecto mismo.

 

 

El monumento al Bicentenario de la Independencia está ahí, y no debemos olvidar que está inconcluso y que se debe consumar el proyecto original ejecutando la plaza pública que se proyectó como parte integral del mismo (aunque no veo quien se atreva a invertir más recursos públicos en ello). Entonces, más allá del desahogo a la frustración sexenal y al dolor de los muertos, habrá que evaluarlo seriamente desde la perspectiva urbana, la formal, la social y la simbólica y entonces reflexionar sobre si este tipo de elementos urbanos con todo y su carga simbólica siguen siendo válidos para la ciudad contemporánea. No tenemos muchas más opciones y como siempre en estos temas, el tiempo se encargará del resto.