En los 27 meses que han transcurrido desde que el gobierno federal decidió liquidar las operaciones de Luz y Fuerza del Centro para que la Compañía Federal de Electricidad, CFE, asumiera la generación y distribución de energía eléctrica en todo el país, incluyendo al valle de México, poco o casi nada ha cambiado para los usuarios.

 

En aquella ocasión concordamos con la decisión tomada por el gobierno de Felipe Calderón, aunque señalamos que no se podían echar las campanas al vuelo porque el éxito de la decisión se mide en el mediano plazo; en los resultados concretos de la operación de la compañía y en el nivel de satisfacción de sus clientes, que somos todos.

 

A 27 meses la diferencia entre lo que se nos ofrecía a los consumidores en aquel momento y lo que se nos ofrece ahora, prácticamente no existe. No hay un avance sustancial.

 

Los políticos nos dirán que ahora hay más recursos públicos disponibles, que se gasta con mayor eficiencia o que se abatió una corrupción sindical enquistada en LyFC. Incluso la gerencia de la empresa, que encabeza Antonio Vivanco, nos dirá que ahora las sucursales son nuevas, con muebles de lujo, que existen cajeros 24 horas para pagar el servicio y que el personal está uniformado. Qué bueno que existe todo eso, pero lo esencial no ha cambiado.

 

Lo que cuenta para el ciudadano y para el consumidor que no tiene otra opción que comprarle energía a CFE, es lo que efectivamente recibe.

 

Vamos, un repaso rápido de indicadores de satisfacción que la propia CFE publica en su portal de internet –con todo el sesgo que ello puede significar- muestra lo que estamos diciendo: Entre 2008 y 2011 el plazo de conexión a nuevos usuarios pasó de 0.96 a 0.84 días, las inconformidades pasaron de 5.2 a 4.5 por cada mil usuarios (aunque las quejas ante Profeco siguen a la alza) y el tiempo de interrupción del servicio pasó de 79 a 43 minutos. Eso dice la CFE con sus propios cálculos.

 

Sin embargo para la vida cotidiana de los usuarios no hay diferencia: allí siguen los viejos transformadores colgados de los postes mientras que las frecuentes fluctuaciones en el suministro de corriente eléctrica siguen dañando los equipos y electrodomésticos obligando a los consumidores a comprar reguladores de voltaje para protegerlos. Los pagos del servicio eléctrico a través de la “banca en línea” siguen tardando dos días en ser registrados en el sistema de CFE como si el mundo de las telecomunicaciones se hubiera detenido en el tiempo. Aquellas extorsiones frecuentemente disfrazadas por los trabajadores de Luz y Fuerza con una maraña de trámites para obtener recursos extra de los clientes, siguen imperando en CFE casi como una regla de operación que los usuarios se ven obligados a aceptar, a la vez que las reconexiones del servicio toman tres días en realizarse, también como en los viejos tiempos.

 

Pero quizá lo más relevante es que las elevadas tarifas a las que vende CFE la energía eléctrica no corresponden a la calidad del servicio recibido, ni a la competencia internacional a la que los usuarios mexicanos no tienen acceso. Es la expresión cruda del monopolio estatal.

 

Todo esto es ‘la CFE cotidiana’ para los usuarios mexicanos a pesar del empeño mercadotécnico y mediático (y de los millones de pesos gastados) para mostrar que el monopolio energético del estado es “una empresa de clase mundial”. ¡Qué va!

 

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