Si el índice Big-Mac se convirtió en un rápido ejercicio mental para comparar el costo de vida entre varios países, el índice miseria le arranca el botox-retórico a políticos que utilizan al banco central como salida de emergencia al no aguantar la presión social vía el desempleo o, si se prefiere, políticos que utilizan a la inflación como si de san Judas se tratara: sacan el helicóptero schumpeteriano para lanzar dinero desde los cielos cuando en realidad industrializan a la masa monetaria para crear un mundo ficticio.
El semanario británico The Economist se encargó de realizar un ejercicio muy sencillo, someter al binomio desempleo-inflación a una especie de relación econométrica para ver qué salía de ella.
El ejercicio no es nuevo. Lo demostró el economista William Phillips, hace cuatro décadas a través de la Curva de Phillips cuyo objetivo era explorar al modelo keynesiano, y de su estudio salieron resultados interesantes: cuando la inflación baja se incrementa el desempleo y viceversa, cuando la inflación sube baja el desempleo.
Pensemos en el México de la época dorada del presidente que anunció la “administración de la riqueza”, don José López Portillo. Según él, la renta petrolera desbordaría el futuro de un país cuyo desarrollo estaría casi asegurado. Si en una frase se pudiera retratar a aquella felicidad sería “Suban todos al avión cuyo destino es el primer mundo; al llegar se divertirán”. La demografía leal al sistema le creyó el guion hasta que la vulnerabilidad en el precio del oro negro pintó una realidad distinta gracias a la negligencia de los administradores públicos, es decir, del propio López Portillo. Lo que vino después fue un desastre debido a que el presidente en turno tenía el control del Banco de México.
The Economist señala a Macedonia, Venezuela e Irán como oro, plata y bronce, respectivamente en la lista del índice de miseria. Macedonia finalizó el 2011 con el 30% de la población económicamente activa en el desempleo mientras que el país gobernado por Hugo Chávez cerró el año con una inflación de 27.6 por ciento. Desempleo e inflación. Combinación explosiva. Venezuela fue uno de lo cinco países del mundo con mayor tasa de inflación durante 2011. El botox-retórico utilizado por su presidente “logró” esconder la realidad durante todo el año. Chávez, al igual que el presidente López Portillo, utiliza recursos petroleros para fines populares. No solo eso, articula una política expansiva de gasto sumamente agresiva olvidando la disciplina monetaria.
En el cuarto de máquinas de las economías se sabe que la inversión es la última carta de los gobernantes que utilizan para despresurizar el ambiente adverso. Pero en medio de expropiaciones, confiscaciones e inseguridad jurídica venezolanas no es fácil para Chávez mantener su economía salubre.
España se encuentra en sexta posición de la lista y Grecia en el lugar número 13. El índice de miseria español se disparó no por la inflación sino por el desempleo. Con 21% de la población económicamente activa en el desempleo (42% si se considera solamente a las cohortes juveniles) no le queda de otra al gobierno de Rajoy que recortar gasto. Grecia, por su parte, no pudo hacer sostenible un modelo laboral ficticio basado en la burocracia (cuatro de cada diez griegos trabajaban en el sector público hasta el mes de septiembre del año pasado).
A la pobreza también se llega a través del botox-retórico o mediante el ejercicio de un poder autárquico. La Hungría de Viktor Orbán va corriendo hacia el modelo chavista. La diferencia radica en que los europeos tienen una autoridad supranacional que se encarga de desmantelar a los regímenes que se encaminan hacia el autoritarismo. En Venezuela no.
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