Ha comenzado el torneo menos oportuno para los equipos europeos pero el más vistoso a nivel de selecciones. Torneo que encierra y proyecta, en cada participante, muchas de las particularidades de tan complejo continente.
El más inoportuno, porque la Copa África, a diferencia de la europea o la americana, no se efectúa en época de vacaciones futbolísticas, sino siempre entre enero y febrero, lo que obliga a numerosas escuadras del viejo continente a enfrentar varios partidos sin sus figuras africanas (el Chelsea ha perdido a Didier Drogba; el Manchester City a los hermanos Toure; el Barcelona a Seydou Keita; el Inter a Sulley Muntari). Eso desata la creatividad de la prensa europea para denominar a este certamen: malaria, virus africano o virus del Sahara, son algunos ejemplos.
El más vistoso, porque el futbol de este torneo suele superar en espectacularidad y cantidad de goles al que a menudo ofrecen la Eurocopa o la Copa América. Si la cultura del África negra se basa en el concepto de la inmediatez y la prioridad del presente por encima del futuro, eso se traduce a términos futboleros con cuadros menos rígidos tácticamente y defensas que suben alegremente al ataque: ¿Por qué preocuparme por la siguiente jugada, en la que puedo ser atacado, si en el presente, aquí y ahora, yo tengo la pelota y puedo anotar?
Sin embargo y como en toda actividad, empezando por la metáfora del párrafo anterior, es común que se busque encasillar o simplificar a la África futbolera, en la que hay marcadas diferencias de estilo: el norte, región árabe-parlante, posee un futbol mucho más técnico que potente, algo inspirado en el de sus vecinos del otro lado del Mediterráneo como España, Francia o Italia; debajo del Sahara y en el occidente, es un juego poderoso y explosivo, vertical y atlético, encabezado según el momento por Nigeria, Camerún, Senegal o Ghana; en las zonas costeras que fueron colonia portuguesa (Angola y Mozambique) es claro el espejo cultural brasileño-lusitano, aunque todavía con escaso éxito; y en el sur, Sudáfrica ha padecido mucho para encontrar estilo en un futbol que es amado por los negros (los blancos prefieren el rugby) pero jugado con más talento por los mulatos (lo que en este país se sigue calificando como “colored”).
En todo caso, la edición anterior se vio tristemente manchada por la balacera que sufrió el camión que transportaba a la selección de Togo. Esto sucedió a raíz de que el gobierno angoleño decidiera incluir como sede la región separatista de Kabinda, a manera de mostrar que ahí no pasaba nada… Y, trágicamente, sí pasó, con terroristas que han dejado para siempre este torneo manchado.
Para la presente copa, que se organiza en Gabón y Guinea Ecuatorial, el dictador ecuato-guineano Teodoro Obiang (el más antiguo de África tras la caída de Muammar Gaddafi) extremó medidas contra la prensa, encarcelando periodistas y confiscando material de grabación.
Los miedos y excesos de Obiang pueden atribuirse, sí, al viejo ideal de usar eventos deportivos para proyectar una idílica imagen del anfitrión, pero también a las complejas historias de reivindicación y politización que ha vivido el futbol africano.
El primer libertador del continente, el ghanés Kwame Nkrumah, bautizó a su selección como “estrellas negras” en recuerdo al barco y canción que debía suponer el renacer africano al abrir la ruta de comercio con Estados Unidos. El mismo Nkrumah posteriormente fundaría un equipo en su país llamado, valga contradicción y negación de Guerra Civil española, Real Republikans: lo de Real, por admiración al Madrid; lo de Republikans, por el régimen que instauraba. Por mucho que intentó difundir el panafricanismo, el anticolonialismo y el antitribalismo con sus republicanos, el futbol en este continente mantiene muchas pugnas étnicas, religiosas y políticas. Si pasa en Europa, que ha tenido en los últimos mil años menos grupos y culturas que África en la actualidad, imaginemos la frecuencia y fuerza con que acontece en el continente negro.
A la propia Ghana le sucedió con la rivalidad entre sus estrellas de procedencia Ashanti y Dagaaba (Tony Yeboah de la primera, Abedi Pelé de la segunda, brillaban en Europa pero no gustaban de compartir balón en el equipo nacional); en Kenia siempre se ha dicho que el futbol es monopolio de los Luo y por ello no convocan a los Kikuyu; en Congo es más que sabida la animadversión del entonces dictador Mobutu a jugadores de la provincia rebelde de Katanga (incluído el club Mazembe); en Nigeria, hoy en momentos frágiles y sangrientos, se ha procurado que la selección tenga una composición balanceada en dos sentidos: norte-sur y musulmán-cristiano; en Sudán no se convocaba por decreto presidencial a elementos nacidos en Darfur; en Somalia la liga de futbol llegó a ser suspendida por “anti-islámica”; en Liberia había imposible convivio en la cancha entre los dos sectores en pugna: los liberianos de siempre y los descendientes de quienes fueron devueltos de Estados Unidos 160 años antes.
Sin embargo, también hay facetas muy positivas del futbol en este continente. Pienso, sobre todo, en los casos de Sudáfrica y Costa de Marfil. Los primeros fueron campeones de la Copa África 1996 lo que, añadido a la coronación mundial en rugby un año antes, acercó a una población por décadas dividida. Y con los marfileños suele decirse que sólo su selección pudo acabar con la guerra civil, con Didier Drogba ejerciendo un papel de pacificación admirable (no obstante, el mediocampista Yaya Toure, nacido en el norte, se ha quejado de que sus compatriotas del sur lo consideran extranjero).
Al margen de política o divisiones, la Copa África revela facetas de discriminación que no han logrado ser superadas. Una vez más, la mayoría de los técnicos en la competición serán extranjeros (9 de 16) y da la impresión de que muchos de los que apuestan por un local no lo hacen por gusto sino por falta de presupuesto para importar a un estratega.
Es una discriminación desde dentro porque los dirigentes africanos siguen confiando en un liderazgo externo y no local.
Con todos sus problemas y limitaciones. Con todas las pugnas que tristemente reviven al rodar del balón. Con todas las complejidades de tan variado continente. Con los peculiares apodos de cada equipo (los cocodrilos del Nilo son Sudan; las cebras son Botswana; los elefantes son Costa de Marfil; los antílopes negros son Angola). Con lo inoportuna que a ojos europeos pueda resultar. Con todo, a Copa África es un espectáculo muy recomendable para quien se cansó de ver a equipos que sólo buscan la portería rival cuando están cerca de ser eliminados.
@albertolati