Al sanatorio Walt en Davos llegó la esposa de Thomas Mann para tratarse la tuberculosis, y el escritor decidió escribir una metáfora sobre la política europea. Faltaban pocos años para la Gran Guerra. Europa también se enfermó.
Es indudable que durante los últimos lustros del siglo pasado, el Foro Económico de Davos se convirtió en la sede de la Globalización, ese fenómeno cultural abstracto que no muchos profesores de comercio y antropología lograron derivar en los dos grandes motores de la mundialización: disminución y en muchos casos desaparición de aranceles y evolución sin precedentes de la tecnología. No era casualidad que empresas como McKinsey y Microsoft se interesaran en patrocinar el foro de foros sobre la globalización. En Davos el sanatorio Walt pasó a segundo término. La tuberculosis ya no era un problema, la enfermedad había mutado a los terrenos político, económico y empresarial. En pocas palabras, la tuberculosis se convirtió en cáncer llamado etnocentrismo. Visión miope del nacionalismo llevado a decreto. (Siglos atrás David Ricardo explicó con demostraciones matemáticas la conveniencia de buscar y obtener ventajas comparativas a través del comercio internacional pero, en México, todo indica que la SEP en épocas de nuestros próceres de la corrupción, decidieron arrancar las páginas torales de los libros de texto.)
La globalización comenzó a estabilizarse en la mitad del planeta al finalizar el siglo pasado y los problemas comienzan a mutar, como lo hizo la tuberculosis. Ahora, el problema es la especulación que recrea el marketing a través del crédito blando para lograr ascender al consumo total (aspiración, nos dirían los publicistas de El Corte Inglés, El Palacio de Hierro, Saks Fifth Avenue o Galeries Lafayette). Lehman Brothers se convirtió en una nueva forma de tuberculosis y los fondos hipotecarios en la escalera de ascenso social. En Europa y Estados Unidos las burbujas desaparecieron por los índices de desempleo; la confianza, que se disparó por las profecías de Fukuyama, fue disipándose lentamente. En pocas palabras, el PIB global se contrajo.
Un segundo factor se le unió al consumo total, la hiperinnovación de Apple. Si Microsoft contribuyó a diseñar Davos, Steve Jobs le robó atención a través de sus mini cumbres (presentaciones personales, sencillas, claras y sin necesidad de Power Point), es decir, convirtió a Davos en una reunión social de grilla económica, política y tecnológica.
Los mitos terminan por aburrir a pesar de que muchos de ellos hayan nacido con rasgos progresistas. En el 2012 Davos se vende como Foro Económico pero en realidad es una feria de vanidades. Para empresarios y políticos de países emergentes no existe quirófano mediático más importante que Davos. En la montaña mágica se industrializan rasgos (implantes) a quien los necesite. Las curvas (globales) 90-60-90 son deseadas por quienes, en el mercado doméstico, hacen todo lo posible para evitar la competencia internacional.
Las paradojas nacen para demostrar lo patético: Ricardo Salinas Pliego y Emilo Azcárraga son dos pacientes asiduos de Davos. Con los implantes de perfil global, intentan pasar como líderes de las telecomunicaciones globales, cuando en realidad ha gastado millones de pesos para evitar la competencia local. La pregunta a McKinsey (juez de estrategias globales) sería: ¿Qué opina de la colusión que distorsiona y degrada a los mercados?
Lo que inicia mañana, es una versión -1.0 de Davos. El retroceso de un foro convertido en feria. En la pasarela suben políticos y empresarios grasientos y bajan con cuerpos Danone.
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