México ha pasado a un segundo plano en la escena mundial desde principios del siglo XXI. No es más ya el país líder de América Latina ni aquella potencia media que parecía despegar en busca de mejores estadios de desarrollo a principios de los 90. Basta ver los noticieros, los periódicos y las revistas especializadas de otros países para constatar que cuando el país llega a ser noticia, casi siempre está relacionada con el problema de seguridad nacional que enfrenta, el pobre desempeño de nuestra clase política o el bajo crecimiento económico que padece.

 

Brasil se ha convertido en el centro de atención y destino preferido por los inversionistas que inyectan muchos recursos en la región en detrimento de México. El ser el próximo organizador de una olimpiada y un mundial de futbol le permitirá a Brasil seguir proyectando al mundo una imagen renovada y progresista. Al mismo tiempo ,observamos como los países asiáticos emergen rápidamente para convertirse no sólo en grandes economías sino en sociedades en franco desarrollo, algo que parecía impensable hace apenas algunas décadas.

 

A finales de los 60, México era un país orgulloso de estar en la senda del progreso tras décadas de crecimiento sostenido. El país comenzaba a ser reconocido por la comunidad internacional al gozar de estabilidad económica y política. México daba la impresión de ser candidato a convertirse en una nación desarrollada. No fue así. En las siguientes tres décadas se sortearon varias crisis económicas y la primera década de este siglo fue dominada por una crisis del modelo de gobernabilidad.

 

En el México de hoy prevalece el pesimismo, producto de un círculo vicioso: el país cambia muy poco y por eso da la impresión de que no mejora, y no mejora lo suficiente porque algunos grupos de la sociedad no quieren que cambie. Me explico: no es del interés del establishment mexicano cambiar el status quo ni mucho menos el estar legítimamente comprometido a construir un mejor país. El cambio va en contra de sus privilegios construidos a lo largo de varias décadas. El resto de la sociedad está impedida de lograr un cambio relevante pues el país no cuenta con un sistema legal eficiente que le permita defender sus legítimos derechos individuales y colectivos. Esto genera frustración, escepticismo y termina por desanimar a la mayoría de la población que desiste de ser emprendedora y concentra sus esfuerzos básicamente en subsistir. Aunado a esto tenemos una clase política subordinada e inoperante, disminuyendo aún más las posibilidades de cambio. De ahí la mala imagen que se proyecta del país en el exterior. Mas importante aún, la pobre imagen que se proyecta a sí mismo.

 

La pregunta que normalmente se ignora en las discusiones cotidianas que se dan en la clase política, la comentocracia y la población en general es: ¿Cuáles son las consecuencias de continuar en la situación de estancamiento político, económico y social en las que se encuentra el país?

 

Es indudable que el país crece y todos los días se dan cambios positivos. Sin embargo, es aun más evidente que, comparado con el desarrollo alcanzado por otros países emergentes, las transformaciones que en ellos tomaron sólo algunos años, en México toman décadas. El resultado de este letargo es que la posición relativa de México en el mundo se ha venido deteriorando y esta tendencia continuará si no hay un cambio de timón en la conducción del país. En los 60 y 70 México era un país muy superior en términos económicos y de desarrollo social, en comparación a los denominados tigres asiáticos y la mayoría de los países latinoamericanos. Hoy la comparación le resulta adversa. ¿Seguirá México progresando? Sin duda. ¿Es suficiente la velocidad con la que se avanza? Claramente no lo es. De no acelerarse el paso no se podrá cambiar la tendencia desfavorable de México. Más grave aún es que los países emergentes exitosos siguen avanzando aceleradamente ampliando aún más la brecha.

 

Los países emergentes más exitosos en las últimas 4 décadas han sido los asiáticos. Tres características principales comparten todos ellos: (1) un liderazgo político comprometido con el desarrollo económico del país y de la población, (2) poderosas instituciones gubernamentales que permiten implementar los cambios necesarios y (3) una obsesión por elevar los niveles educativos de toda la población, no solamente la de las clases privilegiadas. Desde la perspectiva del mundo occidental es cierto que estos países enfrentan serios déficits en materia de derechos humanos, democracia y libertades individuales. Lo que no se comprende con claridad en Occidente es que ellos tienen otras prioridades: (i) crear una infraestructura nacional de primer nivel que permita acelerar el crecimiento económico, (ii) alcanzar la independencia tecnológica y (iii) elevar el nivel educativo que llevará a sus sociedades a otros estadios de desarrollo. Seguramente los temas que tanto preocupan a Occidente sobre Oriente serán resueltos más adelante por estas sociedades pero lo harán desde una posición de riqueza económica y mayor igualdad social.

 

El costo para México del status quo ha sido muy alto. En términos absolutos ha progresado, en términos relativos ha retrocedido significativamente. ¿Que necesita pare retomar la senda del crecimiento y el desarrollo sostenido? Cambiar para poder concluir todo lo que ha quedado pendiente. Se requiere consolidar el sistema democrático con una mejor representatividad y un mejor modelo de gobernabilidad que permita la reconstitución de un Estado fuerte. La partidocracia actual sólo se representa a sí misma y carece de un proyecto de nación común. Se requiere consolidar el sistema de libre mercado abriendo más espacios a la competencia en sectores hoy monopolizados. Al mismo tiempo deben fortalecerse los derechos de propiedad de todos los agentes económicos y no sólo los derechos de apropiación de algunos participantes. Estos cambios solo vendrán por la presión que pueda ejercer la sociedad.

 

Hace 40 años era común escuchar en los hogares mexicanos que los niños debían terminarse la comida pues era un crimen desperdiciarla cuando en China los niños se estaban muriendo de hambre. Si México no comienza a cambiar pronto es muy probable que en los próximos 40 años este sea el comentario que se escuche en Shanghái, Taiwán o Seúl: niños, termínense la comida pues hay niños en Oaxaca o en Tlaxcala muriéndose de hambre. El cambio debe ser impostergable, se lo debemos a México, nos lo debemos los mexicanos.

 

 

*Director Ejecutivo de la empresa global Temasek Holdings.