Posiblemente la velocidad de la tecnología supera nuestra capacidad social para asimilar esos cambios y las nuevas formas de convivencia derivados de ella. Todavía no hallamos, por ejemplo, una etiqueta o una forma de urbanidad para convivir con nuestros semejantes y la telefonía celular; no sabemos comportarnos en público si tenemos una BB en la mano y los jóvenes no dejan de teclear ni siquiera en medio de la oscura penumbra de la sala cinematográfica o la solemne atmósfera de la misa, el velorio o alguna otra forma de intimidad interrumpida.
El tuiter y el FB nos ocupan más tiempo del conveniente y el murmullo de abejorros ociosos de las redes sociales, dígase cuanto se quiera en contrario, me parece un exceso. Muy pocos han sido sus verdaderos momentos de auxilio social y demasiados aquellos de respaldo a linchamientos anónimos y cobardes, hirientes y quizá generados desde incógnitas salas de estrategia política destructiva.
Las nuevas posibilidades de la tecnología aplicada a la información, ya sea institucional o de ocio infecundo, tienen sin embargo nuevas facetas, algunas de notorio interés político.
Ya pueden los censores encubiertos proponer la defensa de los derechos de creación como pretexto para leyes como la célebre SOPA en los Estados Unidos o su aproximado equivalente mestizo de la Ley Doring en México, pero el hecho es simple: a ninguna institución estatal le convienen fuerzas incontrolables y por tanto incontroladas.
Si tal se logra veremos cada vez con más frecuencia los ciberataques, al estilo de Anonymous cuya máscara hilarante de enhiestos bigotes y sardónica sonrisa, ocultan (obviamente y como corresponde a toda máscara respetuosa de sí misma), el verdadero rostro y por tanto la verdadera intención de sus autores.
No fue la del viernes pasado la primera incursión de los redentores cibernéticos en contra de instituciones públicas de México. Ya hace un par de meses habían desquiciado hasta los servidores de la alguna vez intocable Secretaría de la Defensa Nacional.
Ahora han intervenido la otrora inexpugnable fortaleza de la Secretaría de Gobernación, precisamente en el día del fallecimiento de Miguel Nazar Haro, como si ambas cosas señalaran el fin de un tiempo y el principio de otro. Una edad de reverencia temerosa y otra, la actual, de notoria debilidad en la cual todo poder puede (¿y merece?) ser desafiado.
Ante eso, siempre resulta reconfortante tener al frente de la gobernación nacional a un gallardo caballero cuya firmeza hace retroceder al más pintado: nos ha dicho confiado y seguro de sí mismo el señor Alejandro Poiré, nada nada. Nos han hecho como Eolo a don Benito, ni el sombrero nos han quitado.
–¿Hasta dónde llega la indefensión del Estado; hasta dónde la vulnerabilidad del gobierno en este campo, ya no digamos en otros campos?
Eso lo responden –entre otros–, quienes le han implantado dientes de leche a las instituciones nacionales. Por ejemplo, los consejeros electorales, temerosos de la furia de las televisoras por llevarlos al fracaso comercial de sus talk shows disfrazados de imprescindibles debates entre candidatos, pre candidatos y aun pre-pre-candidatos o los integrantes de una incompetente comisión de competencia, cuyos fallos se aplazan con temblor de corvas y reparto de culpas, mientras los poderosos concesionarios favoritos abordan el bajel con el cuchillo entre los dientes.
Hoy se anuncia con platillos y tambores la extensión de los servicios cibernéticos para el Sistema de Administración Tributaria de la Secretaría de Hacienda, sin ofrecernos a cambio la certeza de “muros de fuego” (como aquel de enormes dimensiones propuesto para la economía mundial por nuestro Presidente en Davos) y seguridad extrema en la disponibilidad de datos en las cuentas individuales en materia fiscal.
Anonymous, por ejemplo, podría en algún tiempo penetrar la red fiscal del gobierno mexicano y extraer de ahí datos considerados alguna vez confidenciales. ¿Y si no los extrae los podría modificar? A fin de cuentas un hacker puede llegar hasta donde los límites de la técnica le dicten. Cambiar una cifra, mover un cero, alterar un punto.
Sería una bonita forma de defraudar al fisco o enloquecerlo, entre otras formas de terrorismo cibernético.
Y si no se hace algo, la intención de evitar la “guerra electoral sucia”, a base de insultos y descalificaciones, contenida en las modificaciones de la ley vigente, se habrá ido por el caño. Nadie tiene capacidad de controlar las estaciones de envío masivo de mensajes por las cuales se hace posible la destrucción de cualquier imagen pública: el sabotaje, el linchamiento y la destrucción por medio de miles y miles de mensajes en las redes sociales.
Como dicen los jóvenes, ¿ya viste?, se lo están acabando en las redes.
Es el nuevo perol de los caníbales donde cualquiera puede ser cocinado a fuego lento, con el simple gorjeo del canario tuitero.
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Donde las cosas parecen complicarse hasta un punto riesgoso es en el Partido Acción Nacional. A casi diez días de cumplirse la primera fase de su proceso “democrático” de selección de candidato y con una tercia poco lucidora en cualquiera de los casos, nada parece claro todavía.
Las mediciones generalizadas de esos nuevos oráculos en cuyas manos entregan su destino los partidos políticos, las casas encuestadoras, fabricantes algunas de trajes de fiesta a la medida, les dicen a los ciudadanos (los interesados y los indiferentes) sobre el crecimiento notorio de la candidatura de Josefina Vázquez Mota quien supera con mucho a sus dos adversarios, el añejo Santiago Creel y el novato Ernesto Cordero.
El problema no reside en quién gane ahora, sino cómo va a hacer el PAN en el caso de una votación dirigida cuando quienes forman parte de su estructura emitan su opinión (o comuniquen la opinión de quien opine en definitiva).
La actitud defensiva de Ernesto Cordero, con la cual insiste en mantenerse en la contienda a pesar de su penuria estadística, ha sido machacona, insistente y tenaz: no me importan las encuestas externas; nada más la “oficial” entre militantes y adherentes, término mucilaginoso éste, cuya dimensión no se logra explicar con claridad.
¿Adherente permanente o adherente temporal? Nadie lo sabe. excepto quienes manejan esa extraña forma de alquimia interna por la cual la democracia en los procesos se resuelve, como en el caso de Isabel Miranda, con una voz desde las alturas y una fila de siervos silenciosos y obedientes.
Pero en el caso del candidato presidencial podría presentarse la voltereta. Como si fueran habitantes de otra galaxia, ajenos a las mediciones anteriores en ninguna de las cuales estuvieron comprendidos, los militantes y adhesivos (adherentes o pegajosos) podrían tener una opinión diferente.
–¿Alguien les creería?
Y no digo dentro de sus filas donde ya se vio en el caso mencionado cómo la disciplina actual no daría lugar a un nuevo desgajamiento como aquel de los tiempos de Bernardo Bátiz y compañeros. Ni siquiera el clamor de Manuel Espino y su movimiento para “Volver a empezar” dentro de la tradición panista serían suficientes. Espino ha sido la víctima más notable del neo stalinismo panista en el cual se puede “purgar” a un militante por “excesos en la libertad de expresión”. Pero ese es otro asunto.
El dilema de las encuestas sería este: ¿puede una encuesta cerrada diferir diametralmente de un sondeo general de la opinión en el cual muchos de los incluidos en la esfera menor están incluidos? ¿Puede la parte ser absolutamente distinta del todo?
Son preguntas para las cuales alguien debería estar buscando respuestas aun cuando para el hombre de la calle, la pregunta es más sencilla: ¿se atreverá la estructura a actuar contra la evidencia y en favor nada más de la obediencia?
El cinco de febrero lo sabremos. Y eso si no hay una segunda vuelta, mecanismo con el cual se podrían poner el huarache antes de pisar la espina.
DAVOS
Dijo Enrique Peña en su conferencia magistral en Davos:
“El crecimiento debe ser la prioridad de la política económica de México. Cuando un país crece, aumenta el empleo y el ingreso de las familias. Se abren las ventanas de la oportunidad y se cierran las puertas de la criminalidad, lo que genera un círculo virtuoso”.
Pues sí, pero…