Hace treinta años estalló en el Atlántico Sur la Guerra por las Islas Malvinas/Falklands, entre la dictadura argentina y la Gran Bretaña, encabezada por la primera ministra Margareth Thatcher. La invasión argentina para recuperar un territorio perdido en 1833 condujo a un conflicto que se libró del 2 de abril al 14 de junio de 1982, con un saldo mortal de 649 argentinos, 258 británicos, la derrota de la dictadura y la recuperación militar, social y económica de las islas por Gran Bretaña.

 

Desde 2010, la tensión se renovó por el inicio de la exploración petrolera en las islas, lo que aceleró la reivindicación de Argentina para recuperarlas y Gran Bretaña reaccionó aumentando su presencia militar.

 

Sobre este conflicto no se han recogido las lecciones debidas y no se sabe lo que vendrá. Pero creemos que hay unas pocas opciones a la luz de las consecuencias del conflicto y de lo ocurrido en el último tiempo.

 

Esta guerra, a pesar de su olvido, relativo, anunció el fin de la Guerra Fría. Los militares argentinos creían que su brutal anticomunismo -cuyas víctimas eran los propios argentinos-, les daba licencia para arrebatarle las islas a lo que creían era una potencia decadente. Sin embargo, apenas ocurrió la invasión, los Estados Unidos no dudaron en apoyar a los británicos, sus sólidos aliados en la OTAN.

 

La vergonzosa derrota a manos de una potencia anglosajona abrió la democratización y también los juicios por violaciones a los derechos humanos, generando una reacción nacionalista de los militares, quienes criticaron el neoliberalismo y amenazaron con cuartelazos a la democracia argentina. Ejemplo de ese nacionalismo antiliberal fue el coronel Mohamed Alí Seineldín, mezcla rara de héroe y brutal represor bajo la dictadura, cuyo credo fue adoptado por militares como Hugo Chávez.

 

Pero hubo beneficios porque Argentina arregló su entorno vecinal. En 1984 firmó un acuerdo de paz con Chile y al año siguiente dio los pasos para crear el Mercado Común del Sur (Mercosur), eliminando más tarde la hipótesis de guerra con Brasil.

 

Pero también hubo complicaciones. Gran Bretaña construyó un aeropuerto para uso militar y civil, Mount Pleasant, dándole mejor acceso al Polo Sur y controlando una zona económica adyacente a las aguas antárticas. Brasil, en el 2009, definió una política de defensa para llenar el supuesto vacío de poder en el Atlántico Sur, pero la activación del aparato militar en las islas ha puesto en entredicho estas pretensiones.

 

En todo esto hay una lección de fondo que no ha sido asimilada: la guerra de las Malvinas/Falklands demostró que la mayor arma británica fue la determinación de combatir, esto sigue siendo su ventaja hasta el día de hoy.

 

En ese sentido, el mejor momento para que las Malvinas fueran argentinas no se repetirá. En 1982 la población de las islas era pequeña y tenía vínculos con Argentina, Uruguay y Chile, en tanto que Gran Bretaña debilitaba su presencia, indicado un año antes al dejar Belice y el Caribe. En vez de asimilación, la junta militar quiso una guerra justa para borrar su guerra sucia, logrando un breve apoyo popular.

 

Hoy la aspiración por Malvinas es levantada por la presidenta Cristina Fernández con un error de apreciación: que Gran Bretaña es decadente y débil.

 

Esta apreciación ha estado presente desde diciembre del año pasado, cuando el Mercosur impidió la entrada a sus puertos de barcos con bandera de las Falklands y guía el plan de los funcionarios para “cercar” a Gran Bretaña en la Unión Europea y asfixiar económicamente a los malvinenses.

 

Esas acciones también han desatado una dura respuesta británica. El 24 de enero logró el apoyo de los 16 países de la Comunidad del Caribe (Caricom) a la tesis de la “autodeterminación de los pueblos”, aplicada para los habitantes de las Malvinas. Esto fue una innovación y un triunfo político porque en 1982 Gran Bretaña no apeló a la región, ahora creó las bases para debilitar un bloque de apoyo.

 

Luego envió su moderno destructor HMS Dauntless y el 2 de febrero llegó a las Falklands el príncipe William, además se anunció la construcción de un aeropuerto en la isla de Santa Elena, en medio del Atlántico, para asegurar una conexión aérea sin recurrir a vuelos con Sudamérica.

 

Todo lo anterior apunta solamente a un escenario: los británicos no entregarán las islas ni negociarán nada, las inversiones, el despliegue militar y la adhesión de la población van para largo. Y aunque en Argentina se cree que la economía y el gobierno británicos son débiles, no hay capacidad para doblarle la mano. Además se olvida que en 1982 Gran Bretaña estaba en una situación peor y no era parte de la Comunidad Europea.

 

El camino que, quizás, deberá tomarse fue el señalado por Margareth Thatcher, ex enemiga y ex primera ministra: “Vale la pena conocer al enemigo…por la posibilidad de que alguna vez se pueda convertir en un amigo”.

 

*Profesor de la UNAM