Las últimas semanas, en giras y actos públicos del presidente Felipe Calderón por distintos estados, un hecho llamativo empieza a volverse constante: el mandatario es increpado por personas asistentes a sus eventos que, a gritos y en tono de molestia, le cuestionan y exigen responder a señalamientos que tienen que ver con temas marcadamente sensibles en la agenda pública.
En tres casos registrados a últimas fechas, los inconformes que encaran al presidente han abordado, específicamente, asuntos de coyuntura en la opinión pública: la guerra contra el narco, la falta de apoyos por la sequía en el norte del país o los programas sociales del gobierno. En las tres ocasiones, el presidente respondió con tono enérgico, frases bastante claras y bien expresadas y, en todos los casos, las respuestas del Ejecutivo han sido noticia de portada en diarios o comentadas en radio y televisión.
En ningún caso el presidente se vio mal parado o sin argumentos y su tono fue casi de regaño a los inconformes. El primer incidente, ocurrido en Zacatecas el 23 de enero pasado, fue mientras visitaba comunidades afectadas por la sequía. Los gritos de una mujer, Cecilia Freire, que se quejaba de los apoyos de Procampo, le dieron pie para decir: que nadie va “a padecer o a fallecer” por falta de agua ni comida en el país.
El segundo caso, sucedido en Guadalajara, el 30 de enero pasado durante una reunión con empresarios de la industria digital, un joven de 30 años, de nombre Tonatiuh Moreno, increpó al presidente gritándole desde el fondo del salón: “¿Cuántos muertos más?, ¿cuándo se acaba la guerra?, ¿a dónde vas a ir a vivir cuando tu gobierno termine?”. La respuesta de Calderón fue automática: “Seguramente (vendré a vivir) a Guadalajara”, respondió, lo que le valió aplausos del auditorio. Luego, engallado, el presidente dijo que las casi 50 mil muertes no son culpa de su gobierno sino del crimen organizado y remató: “Y si tú u otros pretenden que el gobierno mexicano, mi gobierno, se quede cruzado de brazos viendo cómo atentan contra los jóvenes de México, viendo cómo secuestran, viendo cómo extorsionan, están muy equivocados”. Otra vez hubo aplausos.
Y el tercer caso ocurrió el lunes pasado, cuando una mujer, en San Luis Potosí, le reclamó que no llegaba ayuda de Oportunidades. “¿A qué te dedicas?”, preguntó el presidente a la mujer. “Soy maestra”, respondió ésta. “¿Y cuánto ganas como maestra?…O sea que ganas como 8 o 9 mil pesos al mes”, se contestó el mismo Calderón y siguió: “No sé por qué alguien ganando 10 mil peos al mes está en el Programa Oportunidades…Con mucho gusto reviso su caso, porque el programa es para gente pobre…Maestra y le suplico que me deje apoyar a la gente que más lo necesita, usted está libre de hacer toda la grilla que quiera pero atrasito de la raya que estoy trabajando”. La noticia fue cabeceada por los diarios: “Aplaca Calderón a maestra”.
Cualquiera que haya estado en un acto presidencial, especialmente en el actual sexenio, sabe que los controles y los protocolos de seguridad que aplica el Estado Mayor Presidencial para los invitados al evento son demasiado estrictos y excesivamente cuidados como para permitir que personas no invitadas o con tendencias críticas se cuelen a esos eventos.
Así que, ante los casos cada vez más frecuentes de espontáneos e inconformes que increpan y encaran al presidente en sus eventos, se pueden inferir tres hipótesis: o al Estado Mayor se le están saliendo de control los actos, lo que podría poner en riesgo la seguridad del presidente, o hay un descontento creciente por la situación social y es de tal nivel que ya alcanzó al funcionamiento de los programas sociales del gobierno, o se trata de una mecánica bien ensayada y diseñada para posicionar mensajes clave del gobierno ante temas sensibles en la opinión pública.
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