En una ciudad que tiene mil 258 calles que se llaman “Hidalgo”, 569 “Madero”, mil 328 “Juárez” y hasta seis colonias “Gabriel Ramos Millán” hay una avenida que no tiene, digamos, clon: la Peralvillo, que hace 124 años vivió bajo el manto del miedo por la presencia de un alardeante asesino serial que apodaban El Chalequero. En los tiempos del dictador Porfirio Díaz, Francisco Guerrero (un zapatero que describían como elegante, estrafalario y guapo) degolló entre 17 y 20 mujeres, entre 1880 y 1888, a las que primero violó o tuvo sexo. No es de presumir, pero mientras Jack El Destripador regaba cadáveres de mujeres en el distrito de Whitechapel (Londres), El Destripador de la Peralvillo tiraba a sus víctimas en el Río Consulado.
Los llanos de la Peralvillo fueron importantes para recaudación de los impuestos durante los tiempos de la Colonia ya que por esta entrada de la ciudad llegaban los comerciantes de pulque, que en el siglo XVIII dejaron de ser sólo consumidos por la población indígena y se masificó entre los mestizos y criollos. En una de las pulquerías de esta zona El Chalequero se pasaba gran parte de su tiempo bebiendo y buscando a sus víctimas entre las sexoservidoras que trabajaban en los alrededores.
Uno de los mitos que llegan hasta nuestra época es que sus dotes de buen amante hacían que hasta las trabajadoras sexuales le pagaran, pero otros señalan que no era por eso sino porque las explotaba. Dicen que le gustaba usar pantalones entallados, ponerse fajas de varios colores y chalecos de charro, motivo por el cual surgió su apodo del Chalequero. Alardeaba con cualquiera que se le cruzara haber matado a más de 17 mujeres y lo describen como un sujeto frío y cruel que era mantenido por sexoservidoras. La policía lo capturó en 1888; las autoridades judiciales lo condenaron a muerte, pero el dictador Porfirio Díaz lo perdonó y sólo lo sentenció a 20 años de cárcel que purgó en San Juan de Ulúa, Veracruz; en 1904 salió libre.
Un 13 de junio de 1908 fue detenido por el asesinato y decapitación de una anciana y lo encerraron en la prisión de Belén, ahora una escuela que está afuera de la estación Balderas del Metro, donde Francisco Guerrero, El Destripador de la Peralvillo, murió de tubercolisis en espera de su ejecución.
Ahora esto casi parece un juego de niños comparado con los nuevos asesinos seriales del narco que confiesan haber matado a decenas de personas sin ninguna clase de remordimiento. Allí están los casos de Santiago Meza López, El Pozolero, que “cocinó” en tambos de ácido a 300 personas vivas para ver cómo se “derretían” o el del jefe de la Mano con Ojos que, según declaraciones proporcionadas por la Procuraduría del Estado de México, mató a más de 70.
@urbanitas