Mientras que los informes del Banco de México tengan mayor preeminencia noticiosa que los reportes de Hacienda o de Economía, sabremos que las cosas no caminan bien para el país.
¿A qué me refiero?
A que el banco central es un organismo público cuya finalidad es mantener la estabilidad de los precios, un asunto relevante para la economía y que por décadas fue un tema de capital importancia en la agenda pública, especialmente en los aciagos ochenta y noventa.
Sin embargo una vez que se logró consolidar la estabilidad de los precios y se arraigó en la cultura económica y política la noción que la inflación es un mal general, la estabilidad debe dejar de ser la ‘estrella de la película’ de la agenda pública.
Pero eso no ha ocurrido en México.
El banco central y su gobernador en turno siguen dominando la escena económica del país. Agustín Carstens es el personaje central y la autoridad en cuanto a los asuntos económicos se refiere, por encima de Bruno Ferrari, el titular de la secretaría de Economía, o del propio José Antonio Meade, quien encabeza la secretaría de Hacienda.
La explicación de lo anterior es que México se quedó estancado en el pasado. Desde el púlpito oficial se sigue predicando el mensaje de la estabilidad económica como si fuera el sermón que quieren escuchar los inversionistas, los trabajadores o los consumidores del país. El ‘estabilizador’ Carstens sigue siendo la figura que le ha ganado la partida a quienes tienen la encomienda de hacer crecer al país desde los recintos de Economía o de Hacienda.
Por el contrario, el mensaje de éstos últimos se ha caracterizado por una absoluta falta de creatividad, de ausencia de iniciativas de transformación y de políticas públicas innovadoras que hagan voltear a aquellos inversionistas en el exterior que desde hace tiempo ven en México a un país económicamente aburrido, porque simple y sencillamente no pasa nada.
El sermón del crecimiento económico no es el sermón que caracterice a México fuera de nuestras fronteras. En cambio sí lo es en Brasil, en Chile, en Colombia, o en Perú. No se diga en China o en Vietnam.
México es visto como un mercado atractivo para invertir en deuda pública, no en sus empresas, ni en el potencial de sus sectores productivos. Las estrellas del mercado accionario mexicano son las mismas de siempre: las de Slim, las de Bailleres, las de Servitje. No hay sorpresas, no hay innovación, no hay nuevos apellidos que irrumpan a través de la meritocracia los sagrados recintos de la tradicional clase empresarial de siempre. Los últimos presidentes, a través de Hacienda y Economía, se han dedicado a ‘administrar’ lo que encontraron. No más.
Mientras México siga pensando más en la estabilidad que en el crecimiento; mientras que Carstens sea más relevante que Meade y Ferrari, seguirá siendo una economía pasada de moda, aburrida, a la que los inversionistas mirarán con simpatía, pero que no voltearán a ver en serio como lo están haciendo en otras latitudes.
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