Hace unas cuantas semanas me reuní con unos viejos amigos a fin de visitar cantinas del Centro Histórico de la Ciudad de México. Originalmente nos enfocaríamos a las cantinas cercanas al corredor peatonal de la calle Regina, que fue peatonalizada no hace mucho tiempo. Ya estando allí decidimos caminar hacia la Merced, por la noche, y visitar algunos lugares ejemplares.
La primera parada fue en el Restaurante Don Chon, en la calle de Regina, que presume Alta Cocina Prehispánica. El lugar tiene guisos con animales salvajes, todos con posibilidades de ser criados en cautiverio, pero siempre queda la duda de si su procedencia es legal o no. Allí bebí un pulque y una cerveza. La decoración de Don Chon es un tanto opulenta, con respecto a las otras dos cantinas que visitamos esa noche, la última de las cuales era la cantina más antigua de la ciudad, La Peninsular.
No quiero centrarme tanto en describir el recorrido como en platicar la experiencia misma. En las horas que siguieron pude ver el centro de una manera completamente distinta. En años recientes ha habido importantes inversiones para la recuperación del espacio público. La peatonalización de calles como Regina o Madero puede ser muy vistosa y aprovechada por el turismo. Sin embargo, otras calles como Topacio, Talavera y Roldán, son menos turísticas y mucho más aprovechadas por los habitantes del centro.
Conforme avanzaba la noche la sorpresa era mayor. Sentir que estaba en un barrio que la gente externa suele asociar con peligro daba toques de emoción, pero más aún ver a los niños jugando en las calles, la actividad comercial a todas horas, los espacios ampliados para el disfrute de las personas y no de los autos, los monumentos históricos escondidos de la ciudad y propiedad exclusiva de nuestros ojos.
Me he vuelto un aficionado de un programa llamado instagr.am, uno toma fotos con el celular, el programa ayuda a modificar foco e iluminación, y la foto se sube a twitter y facebook en segundos. Pasé toda la noche disfrutando de mis fotos.
Hablo de este recorrido en la víspera de uno nuevo. Esta vez caminaremos por los alrededores de Garibaldi y la Lagunilla. Tenemos cada vez más confianza en la ciudad. Sin duda sería mejor para la seguridad que la población de la ciudad y los turistas se volcaran hacia el sitio. No obstante, el disfrute casi secreto me deja una gran sensación de apropiación de cada rincón. Siento incluso la misma sensación que cuando me adentraba a playas solitarias en la Península de Baja California, cuando recorrí la Transpeninsular en 2004. Cada espacio pareciera ser para mí solo.
La mayoría de las ciudades mexicanas tienen rincones olvidados que ofrecer al mundo. Necesitamos ampliar el espacio público y llevar a la gente hacia las calles a todas horas. Esto nos potenciará en términos turísticos, pero también nos hará recuperar la ciudad. No tenemos que esperar a tener vacaciones para disfrutar la ciudad. Con un poco más de espacio público lo lograremos.
* Especialista en políticas públicas de movilidad
@GoberRemes