Fotos: Filemón Alonso-Miranda

 

La condición inmanente de la ciudad es ser habitada, para eso fue creada. Caería en un sinsentido no ser compartida por y para la multitud en sus anchas avenidas, malls, plazas públicas, microbuses, camiones de pasajeros, Metro, hoteles, cines, templos y jardines, aeropuertos y lugares donde la individualidad sólo es un término. Una de las utopías de los capitalinos, sobre todo en las horas pico, es vivir en una urbe sin tantos habitantes, un deseo que se han encargado de difundir las películas postapocalípticas del cine comercial en las que los humanos mueren por una bomba bacteriológica y los que sobreviven son dos o tres zombis en busca de alimento. Jorge Luis Borges escribió un cuento donde su  personaje principal ingresa, luego de muchos años de intentarlo, a la llamada Ciudad de los Inmortales. Cuando la recorre la encuentra maravillosa, geométrica, un gigante laberinto viejo, pero desolado que causa repulsión a su visitante que no tarda en salir corriendo de ese constructo, dice, realizado por dioses locos y solos. Estas son cinco propuestas de una ciudad de México sin habitantes.

 

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