Si la cara es el espejo del alma, el fotógrafo Platon Antoniou, conocido simplemente como Platon, es quien mejor ha radiografiado el poder político con un proyecto que ha inmortalizado a más de un centenar de líderes mundiales.
La galería fotográfica vienesa Westlicht abre hoy la primera exposición monográfica sobre ese proyecto con el nombre “Platon. Las caras del poder”, y que reúne medio centenar de retratos de gran formato hasta el próximo 22 de abril.
El fotógrafo del semanario estadunidense The New Yorker, de 43 años, ya ganó el World Press Photo en 2008 con un retrato del entonces presidente ruso Vladimir Putin, con un gesto marcial y una mirada gélida, que no dejó indiferente a nadie.
“La oposición me criticó por revestir de atractivo a Putin. Y sus partidarios me reprocharon que lo había convertido en una reliquia de la guerra fría”, recuerda Platon, para quien una buena foto siempre es polisémica y está abierta a muchas interpretaciones.
Tras esa experiencia se le ocurrió un proyecto inédito: fotografiar a todos los líderes que iban a participar en la Asamblea General de la ONU de 2009.
“Me costó 67 reuniones de todo tipo durante nueve meses, pero al final la ONU me dio permiso para montar un pequeño estudio fotográfico cerca del podio donde los líderes mundiales hablan en la Asamblea General de Naciones Unidas. Esto nunca había pasado antes”, explica.
Durante cinco días inmortalizó a más de 120 líderes mundiales y el resultado es un trabajo cargado de una intensidad y energía que ofrece una radiografía individual y colectiva de la elite política mundial.
Algunos de esos líderes ya no están en el poder, como el italiano Silvio Berlusconi, y otros ni siquiera están vivos, entre ellos el caso más famoso es el del desaparecido líder libio Muamar el Gadafi, que posó sentado en un taburete envuelto en joyas y oropeles mientras lanzaba a la cámara una mirada hosca.
“Que Gadafi, que exhalaba poder y desafío en su mirada -rodeado por una guardia personal femenina que intimidaba- muriera dos años después es algo que me causó una gran impresión. Nunca hubiera podido imaginarlo en tan poco tiempo cubierto de sangre y suplicando por su vida”, asegura en una reflexión sobre la fragilidad del poder.
Aunque casi todas las imágenes son frontales y tomadas con enorme resolución con una máquina analógica de medio formato Hasselblad, cada una capta un aura distinta de cada líder.
Así, Berlusconi ofrece una sonrisa propia de un seductor, el rostro del presidente venezolano, Hugo Chávez, emerge de la oscuridad, el presidente de EU Barack Obama, lanza una mirada de curiosidad a la cámara; y el mandatario iraní, Mahmud Ahmadineyad, muestra un gesto de severidad casi pétrea.
Platon relata que cada líder imponía sus condiciones y a veces apenas había tiempo para darle al disparador de la cámara: “Chávez me dio 15 segundos, creo que tomé una o dos fotos. En ese momento debes de actuar por puro instinto”.
También observó una actitud completamente diferente entre hombres y mujeres al ser fotografiados; las mujeres -como la entonces presidenta chilena Michelle Bachelet y la actual mandataria argentina, Cristina Fernández- actuaban con mucha más soltura y seguridad.
Los líderes masculinos, en su mayoría con “un ego superlativo”, según Platon, desean tener todo bajo control y de repente se encontraban inseguros ante la cámara, explica, mientras que las mujeres eran mucho más naturales y seguras ante el objetivo.
Con el líder con el que tuvo peor relación fotográfica fue con el presidente francés, Nicolas Sarkozy, que llegó hecho una furia a la sesión fotográfica.
“Se negó a darme la mano, me gritó que detestaba la fotografía y se marchó tal como vino”, relata.
Platon recalca que las fotografías muestran a los líderes a la altura del espectador, para tratar de “humanizarles” y subrayar que éstos “están al servicio del pueblo, una idea que suena ingenua pero que hay que recordar”.
Aún así, reconoce que no era un proyecto “político” sino “humano”, y que por eso fotografió a todos los líderes mundiales, independientemente de su sistema político y de que algunos eran “crueles dictadores”.
Tras dedicar años de su vida a retratar al poder, el fotógrafo está ahora inmerso en un proyecto casi antagónico: inmortalizar a los activistas que desafían al poder en Birmania, Egipto o Rusia, entre muchos otros países.
“Después de años fotografiando a los más poderosos, quiero fotografiar a los que carecen de poder y darles la misma relevancia”, concluye. EFE