Si algún pre candidato presidencial tiene un programa definido de gobierno ése es Andrés Manuel López Obrador. Y es así por la sencilla razón que el virtual candidato de las ‘izquierdas’ lleva más de seis años en campaña con un equipo de asesores estable que ha trabajado sus propuestas.
Por eso el programa económico que enarbola López Obrador es ya conocido a pesar de los matices y acentos que sus asesores en mercadotecnia electoral le han sugerido para disipar los temores de las clases medias y del sector empresarial que tanto daño le hicieron en la campaña de 2006.
Pero la esencia de López Obrador se impone. En sus discursos públicos su énfasis en materia económica sigue siendo la rectoría del estado y el gasto público como el principal dinamizador del crecimiento económico.
Y eso preocupa a quienes pretende convencer con su candidatura. Y es que el discurso económico de López Obrador parece anclado en los años cincuenta y sesenta, el de las teorías estructuralistas de la dependencia que pregonaba la Cepal en América Latina, y la del nacionalismo revolucionario que colocaba a la activa intervención del gobierno como el generador y distribuidor de la riqueza que enarboló el PRI durante décadas.
En materia energética, por ejemplo, López Obrador propuso la fusión de Pemex y CFE creando una sola empresa pública “para darle más eficiencia y lograr reducir los precios de las gasolinas…” dijo durante un foro de energía celebrado en Tamaulipas el 23 de enero pasado. La propuesta desató reacciones negativas no solo entre sus críticos, sino incluso en sus simpatizantes. Fluvio Ruíz, consejero profesional de Pemex con el respaldo del PRD y del PT, me dijo al respecto en una entrevista reciente “no estoy seguro que la mejor solución sea hacer una sola empresa. De entrada no creo que sea lo más conveniente”.
Y es que propuestas así que dejan ver a un candidato que busca fortalecer aún más a los monopolios estatales, contradice y anula su mensaje de apertura al capital privado a pesar de rodearse de empresarios simpatizantes en sus presentaciones públicas.
Lo mismo ocurrió días después cuando a través de un mensaje en vídeo propuso construir cuatro refinerías más además de la de Tula, Hidalgo, ya en construcción. Dijo que construirá refinerías en Campeche, Tabasco, Oaxaca y Guanajuato, sumando 11 refinerías en el país, con las seis ya existentes. La razón con la que justificó su plan de inversiones es “generar empleos y ahorrar mucho dinero”. El argumento tampoco fue bien recibido. Ayer el Centro de Estudios del Sector Privado a través de un análisis se encargó de evidenciar lo que muchos presumen, que no son necesarias inversiones públicas de ese tamaño -solo Tula costará alrededor de 130 mil millones de pesos- en materia de refinerías para solventar la demanda de gasolinas en el país de forma rentable.
Con propuestas como éstas de corte estatista y populista, López Obrador no convencerá a los empresarios por más animadversión que muestren al gobierno actual, y tampoco ganará adeptos en las indecisas clases medias que tanta falta le hacen para repuntar en las encuestas.
Y es que, por lo visto, López Obrador no encarna a esa izquierda moderna que sus asesores quieren presentar en estas elecciones.
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