Ni en el PRI, ni entre los michoacanos, pasa desapercibido que el presidente de la República simplemente no levantó el teléfono para felicitar al nuevo gobernador constitucional de Michoacán, el priista Fausto Vallejo.
Ello, no sólo en la etapa de candidato electo, ni siquiera cuando el Tribunal Electoral determinó la legalidad de la elección, y tampoco luego de que el ex alcalde de Morelia tomó posesión.
Porque, digan lo que digan, no es lo mismo mandar un recadito o enviar a un representante cuando el gobernante electo rinde protesta-así se trate del secretario de Gobernación-, que hacerlo personalmente.
La felicitación personal -ya sea de tú a tú, o vía telefónica- por parte del jefe del Ejecutivo al ganador de una gubernatura, es -o era- parte importante de la liturgia política. En los tiempos del tricolor se le consideraba incluso “la ratificación máxima” del triunfo del vencedor.
Los términos en que el presidente en turno otorgaba esa felicitación al candidato vencedor, eran no sólo importantísimos sino motivo de “lectura” de sus símbolos por parte de la clase política. Lo primero que contaba era el tiempo, la inmediatez con que se le ofrecía tal felicitación al candidato vencedor y la manera como el Ejecutivo anunciaba el hecho. Todo servía como “señales” para calcular qué tan buena, regular, o mala sería la relación del gobierno federal con el gobernador entrante.
Esta costumbre la siguieron todos los mandatarios priistas hasta el final de su estancia en el poder. De hecho, la abrupta felicitación por cadena nacional de Ernesto Zedillo a Vicente Fox -cuando el panista ganó la elección en el año 2000, interrumpiendo incluso el discurso de aceptación de la derrota de Francisco Labastida-, fue la señal enviada desde Los Pinos a todos los priistas para que éstos dejaran cualquier intento por impedir el arribo de la alternancia y asumieran sin más la derrota presidencial.
La felicitación del presidente, pues, no es cosa menor. Tiene un significado político importante. Eso lo saben hasta los panistas. Tan es así, que Fox siguió con la costumbre.
Calderón también lo había hecho. Cómo olvidar sus entusiasmadas felicitaciones a Gabino Cué cuando conquistó Oaxaca y a Mario López Valdés triunfador en Sinaloa; o incluso a Ángel Heladio Aguirre, vencedor en Guerrero.
¿Qué ocurrió con Fausto Vallejo? ¿Qué pasó en su tierra? ¿Es porque la candidata derrotada es su hermana mayor, Luisa María?
La vez que Calderón se tomó la molestia de telefonear al abanderado triunfante del tricolor (a mediados de diciembre pasado), no fue para felicitarlo por haber desbancado al PRD de la gubernatura luego de 12 años en el poder, sino para decirle -advertirle-, que sería “respetuoso” de las decisiones que tomara el Tribunal Electoral del Estado”.
Llegaron las sentencias, Vallejo rindió protesta como gobernador constitucional, y la llamada del presidente no llegó.
¿Por qué? ¿Se trata simplemente de un entripado por la humillación sufrida con la derrota de su hermana -sumada a la de él mismo hace años- lo que no le permite hasta la fecha felicitar al ya hoy gobernador en funciones?
Es probable que esa sea la razón. Pero más allá de especular, la sucesión de acontecimientos a propósito de la elección de noviembre pasado muestran que para el PRI nacional, para el presidente y su hermana, lo que sigue es la venganza.
GEMAS: Le pregunté a Eduardo Sánchez, vocero del PRI, cuál era su lectura política de la ausencia de felicitación del presidente de la República al gobernador michoacano Fausto Vallejo. Contestó: “A lo mejor no comparte su felicidad…”
¡Brillante respuesta de un analista político! ¿verdad?
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