Recién ciudadanos sin partido comenzaron a convocar a través de las redes sociales para que la gente quitara publicidad electoral que de la noche a la mañana colmó calles y avenidas de distintas ciudades del país. Varios candidatos se vieron obligados a sumarse al retiro de propaganda, pero algunos también, haciéndose chistositos, optaron por quitar primero la propaganda del contrario.

 

Yo fui candidato a diputado local en 2003. Recuerdo que, un par de horas antes de que iniciaran las campañas, es decir a las 10 de la noche del día anterior, salió mi brigada a tapizar el distrito por el que competía. El resultado de mi albazo fue que, en una semana, todas las colonias que me correspondían tenían mi flamante sonrisa, el REMES en cuádruple tamaño que el Roberto, y una frase simple, Joven, así es. Al final de los dos meses de batallas entre candidatos y postes, mi publicidad tapizó Iztapalapa de Plutarco Elías Calles y Rojo Gómez, en al menos tres ocasiones.

 

No puedo decir que me sienta orgulloso de mi estrategia de campaña (de hecho, perdí), pero sí puedo ver las cosas desde los dos ángulos: el candidato, que carece de medios para comunicar su propuesta; y el ciudadano, que está cansado de ver sus calles tapizadas de mensajes triviales y sonrisas exageradas.

 

Los institutos electorales deberían no sólo prohibir sino sancionar la colocación de propaganda en postes y señalización, de forma tan severa que realmente generara persuasión entre partidos y candidatos … pero tendría que resolver algo fundamental. ¿Cómo deben los candidatos realizar la comunicación con los electores potenciales?

 

No hace mucho tiempo leí en tuiter el reclamo de una diputada federal del PAN (Silvia Pérez) a una diputada local del PRD (Alejandra Barrales), Me tapaste. Barrales respondió con cinismo y dejadez, Pues tápame. La comunicación de los legisladores se hace por los mismos canales que la comunicación de los candidatos: bardas, mantas, lonas, en el espacio público. A menudo hasta las autoridades delegacionales o municipales recurren al mismo método.

 

Esto lo que me dice es que el problema no es sólo la colocación de propaganda en el espacio público, sino que hay un problema de fondo mucho más fuerte. Nuestra sociedad no está teniendo canales de comunicación territorialmente específicos. La Ciudad de México, al ser capital, se pierde entre los medios nacionales; pero las ciudades capitales de los estados, también diluyen sus discusiones locales para poner atención a temas estatales o regionales. El resultado es que con gran facilidad, y ciclos trienales o menores,  nuestros postes se invaden de propaganda política (e inmobiliaria).

 

 

Yo creo que los organismos electorales, estatales y federal, deberían generar publicaciones regulares, con espacios equitativos, mediante las cuales se lograra la comunicación tanto entre candidatos y electores, como entre legisladores y representados. Más restricciones en la colocación de propaganda tendrían que ir acompañadas de mecanismos de información, en los que incluso pudiera conocerse el sentido del voto de los diputados y senadores, el número de faltas o de participación en tribuna.

 

Démonos cuenta de que, detrás de este problema existe un problema mucho mayor, la insuficiente comunicación sobre los problemas locales. Y quizá, con menos derroche en pendones y carteles, el gasto para campañas pudiera reducirse, la fiscalización ser más efectiva y el nivel de conocimiento de las alternativas entre los electores tendría que ser mucho mejor.

 

@GoberRemes

 

ENTRESACADO

“Lí en tuiter el reclamo de una diputada federal del PAN (Silvia Pérez) a una diputada local del PRD (Alejandra Barrales), Me tapaste. Barrales respondió con cinismo y dejadez, Pues tápame.”