Resultaría demasiado fácil catalogar a Shame simplemente como una historia sobre adicción sexual. Es cierto, el personaje principal, Brandon, ocupa todo su tiempo libre en saciar, casi mecánicamente, su al parecer infinito libido. Ya sea con prostitutas, con ligues en el bar, con pornografía que baja de internet o masturbándose tanto en la ducha como en el baño de su oficina. Brandon, queda claro, vive para el acto sexual, ya sea entregado al onanismo o bien mediante el coito con alguna chica que por cualquier vía logre desnudar y poner frente a sí.

 

Pero, ¿cuándo se puede decir que es demasiado en términos de sexo?, ¿cuándo se puede decir que es demasiado porno en nuestras computadoras, que son demasiadas revistas en nuestro clóset, que son demasiadas parejas sexuales en nuestro haber?

 

El director Steve McQueen vende su película como la historia de un adicto sexual, pero ello no es más que una trampa: de lo que en realidad trata esta cinta no es sobre la obsesión sexual de un hombre, sino sobre su triste y dolorosa incapacidad, al parecer incurable, por conectar con otro ser humano. Brandon puede tener sexo con cualquiera, pero está completamente inhabilitado para llevar una relación, ya no se diga ofrecer los sentimientos en la cama, mucho menos hablar de amor, palabra que, suponemos, está vetada de su vocabulario.

 

El círculo vicioso es extenuante; el terror a depender sentimentalmente de alguien lo lleva a buscar más y más experiencias, desechar a más mujeres, a nunca estar satisfecho, a sentirse miserablemente vacío. Hace mucho que Brandon ha dejado de sentir placer y es justamente cuando la culpa del título llega, alimentada no sólo por lo que la sociedad pueda decir de él, sino por lo que su bagaje familiar pudo haberle inculcado.

 

El peso de la familia está representado por una sola persona, su hermana Sisi (Carey Mulligan) quien irrumpe en su rutina al caer de sorpresa en su aséptico departamento en Nueva York. Grave problema, ya que si algo no necesita Brandon es testigos que potencialmente juzguen su proceder. Sisi resulta la cara opuesta: ella sí pone sus emociones en la línea de fuego, a ella sí le duelen las rupturas, ella sí se enamora, así sea de aquel que la seduce en un bar para llevarla a la cama.

 

Esto es una guerra donde el drama sucede en el cuerpo de Brandon. La idea no es nueva para McQueen; su ópera prima -la también intensísima Hunger (2010) sobre la huelga de hambre del activista irlandés Bobby Sands- era otra variación sobre lo mismo: el cuerpo como el lugar donde se dirime una batalla, en aquel caso política, aquí más íntima y personal, el fútil intento por escapar de su prisión sexual y afectiva.

 

Desgarradora, apabullante, sumamente triste, incluso hermosa pero desprovista de toda moralina (el director jamás juzga a sus personajes, si acaso los muestra en toda su miseria); Shame es una cinta impensable sin la actuación brutal, valiente, intensa de Michael Fassbender. En la mejor escena del filme, el actor embiste a una mujer a la vez que mira de frente a la pantalla, en un orgasmo desprovisto de todo placer, transfigurado en tristeza, hastío, dolor y súplica.

 

 

SHAME (Dir. Steve McQueen, 2011)

5 de 5 estrellas.

Producción: Iain Canning. Guión: Steve McQueen y Abi Morgan. Con: Michael Fassbender, Carey Mulligan, entre otros.

 

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