Quizá haya tenido tiempo el diputado Francisco Moreno Merino para leer y releer el políticamente inútil artículo sexagésimo primero de la pobre Constitución de este país: “Los diputados y senadores son inviolables por las opiniones que manifiesten en el desempeño de sus cargos y jamás podrán ser reconvenidos por ellas”.

 

Pero haber aludido al caballo matalón; la coqueta con destino emputecido o el hombre de bondad rayana en la pendejez, le ha privado al lenguaraz de ocupar un mullido escaño en el Senado, gracias al empuje de las feministas ofendidas por el viejo refrán campirano y la excesiva cautela en el equipo de campaña de Enrique Peña.

 

Poco antes del caso Moreno (no lo confundan con Morena por favor), Peña había sufrido el enésimo embate de los falsos redentores del mujerío quienes llevan años con el infundio de los feminicidios crecientes en el Estado de México, cuando jamás se ocuparon del repunte de los crímenes contra mujeres en el gobierno de Francisco Barrio en Chihuahua, cuando todo ese infierno comenzó, ni del viejerío, del Jefe Diego en plena candidatura presidencial.

 

Y en el colmo del absurdo, los panistas han recurrido a doña Augusta Díaz de Rivera para lanzar este “misil” cuando ella misma ha sido víctima de sobajamiento en su propio partido. La señora Augusta iba a ser senadora por el estado de Puebla, pero no opinaron lo mismo Rafael Moreno Valle y Javier Lozano y la echaron abajo (la traemos muerta, dirían como Garcés) ante el dócil silencio de Gustavo Madero.

 

Y luego la felicitaron en el Consejo por su declinante “generosidad”. La dejaron casi como Augusta Juanita y para consolar su descenso le dieron, un sitio en el coro de voceros coordinados, como se sabe, por el belicoso Juan Marcos Gutiérrez.

 

 

Pero alguien más podría enfrentarse de cualquier manera a sus palabras.

 

El jurista y escritor Gerardo Laveaga (notable es su biografía del Papa Inocencio III) se ha enfrentado en varias ocasiones contra quienes llama los “fundamentalistas de la transparencia”, especialmente por su tendencia a clausurar archivos judiciales y reservar información sobre procesos, aun si estos ya han concluido.

 

Ahora, el presidente Calderón quien en algún momento le sugirió la PGR (prefirió el Instituto Nacional de Ciencias Penales), lo propone para ocupar el sitio vacío en el Instituto Federal de Acceso a la Información para lo cual no llena los requisitos mínimos pues carece de experiencia en asuntos de esta materia e incumple lo dispuesto en la Ley Federal de Acceso a la Información Pública Gubernamental (artículo 35).

 

Pero esas son cosas son pelillos a la mar cuando se goza de los favores y cercanía del jefe del Estado, faltaba más.

 

Una muestra de esa cercanía fue hallada en la cuenta tuitera del señor Laveaga: “@ Cada día estoy más convencido de la trascendencia de la ‘revolución jurídica’ que ha impulsado @felipecalderón. La historia lo reconocerá”.

 

Y así, con una credencial relativamente ajada de jefe de comunicación de la Corte en los tiempos casi papales del ministro Vicente Aguinaco, Leveaga se enfrenta a críticos y solicita apoyadores.

 

Su caso en el Senado, piensa esta columna, será aprobado –pésele a quien le pese,dentro y fuera del IFAI–, como en su momento lo fueron las otras propuestas recientes del presidente Calderón: María Elena Pérez Jaén y Wanda Sigrid Arzt Colunga.

 

Pero a México hoy no le debería preocupar El sueño de Inocencio ni tampoco el autor de tan notable obra.

 

Más deberíamos pensar en el sueño de Benito. No del Benemérito (cuyo natalicio conmemoraremos el miércoles al tiempo de la decisión de la Primera Sala de la SCJN y el Caso Cassez), sino del décimo sexto pontífice de la Iglesia Católica así llamado (Joseph Ratzinger de nombre real) , quien llega a recibir la sombra del Cristo Rey en el Cerro del Cubilete y proyectar la luz del Vaticano sobre los votantes mexicanos del primero de julio.

 

“Consuelo de los que sufren; adoración de la gente”, le cantó a ese monumento el enorme José Alfredo, quien ninguna relación guarda con el imaginario Estado laico al cual, dicen, aspiran infructuosamente desde hace años muchos mexicanos.

 

Bien lo dijo Enrique IV, “París bien vale una misa”, y en plena campaña electoral mexicana vemos el jaloneo por saber quién se sienta con quién en la liturgia de Benito XVI.

 

Enrique Peña Nieto, quien en Roma, en diciembre del 2009, le informó al Papa su compromiso con Angélica Rivera, ahora confirma su asistencia al sacromonte mientras Andrés Manuel oscila entre la convicción y el pragmatismo, cosa enteramente inútil pues con sus propios ojos este redactor vio muy pío en La Habana a Fidel Castro mientras Juan Pablo II elevaba la sagrada forma.

 

La pregunta es si a la hora de ofrecerse la paz Enrique le dará un abrazo a Josefina (¿no estoy yo aquí?) o ésta saludará con un beso en la mejilla al redimido peligro para México.

 

Amaos los unos a los otros, escuchan los siglos desde Galilea hasta Macuspana.

 

Para fines reales, a este gobierno le quedan políticamente poco más de tres meses. Muy poco más.

En la primera semana de julio, si no se produce un cataclismo, ya sabremos quién ganó las elecciones y con ello el poder. Un nuevo sol aparecerá en el oriente y su fulgurante aurora opacará al astro menguante. Los ojos mirarán en otra dirección y Felipe Calderón iniciará el declive final y dará los primeros pasos en su futura y muy larga caminata por el desierto.

 

El virtual interregno entre quien llega y quien se va es, en algunos casos, principio de una interminable penitencia y en otros, ocasión para arrebatos incontenibles como aquel zarpazo postrero de José López Portillo y la expropiación bancaria (1982), preludio de su propia desgracia.

 

Pero, mientras eso ocurre, el presidente Calderón decide llevar a la Secretaría de Educación Pública a un frustrado aspirante al gobierno de Guanajuato, el doctor José Ángel Córdova de cuya capacidad de organización pocos tendrían dudas.

 

Es un médico capaz y de buena fama (excepto para el yunque abajeño), cuya exitosa gestión en la Secretaría de Salud le sirve ahora para ocupar el lugar de un enfermo –Alonso Lujambio–, a quien la mala fortuna le salió al encuentro paso a paso.

 

El doctor Córdova es el cuarto secretario de Educación, si se considera como tal a Rodolfo Tuirán quien fungió en el cargo por un tiempo considerable ante la ausencia del titular y también durante la gestión de Josefina Vásquez Mota cuando se le tenía por “eminencia gris”. Buena falta le habría hecho en el Estadio Azul, pero esa es harina de otro saco.

 

Córdova llega al escritorio de Vasconcelos en plena virulencia del movimiento magisterial enfrentado a muerte contra la imaginaria Alianza Educativa. Ya enfrentó con éxito al virus del H1N1, cuya pronunciación se le atora en la garganta a la lideresa eterna del magisterio, pero entre virus y enfermos Córdova será secretario por segunda vez y por poco tiempo y se irá muy contento a sentar al hormiguero mientras en otros lugares, como el Estado de México, los docentes se comportan estimulados por un aumento de 6.5% en sus salarios.

 

“Sin duda –ha dicho en sus primeras palabras–, es trascendente la participación de todos los actores involucrados para poder lograr el progreso educativo que México demanda, desde la participación de los maestros en su actividad diaria, en su crecimiento profesional, con base en la capacitación y estímulos que permitan su mejor desempeño, reconociendo la importancia de mantener con ellos un diálogo continuo, que permita avanzar hacia mejores condiciones para el desempeño de su función, y que se exprese en mejores resultados en los alumnos que están a su cargo”.

 

Y por las calles atascadas, entre los golpes de cláxones y bocinas; policías desesperados y automovilistas furiosos, se escuchó una voz anónima:

 

— ¡Si Chucha!

 

“Los reporteros nunca envejecemos del todo”, escribió el gran maestro Pepe Alvarado y el regreso de Jacobo Zabludovsky a la TV (en ESPN) lo confirma de manera ejemplar.

 

¡Enhorabuena, Jacobo!

 

One reply on “Lenguas largas, misas y maestros”

Comments are closed.