La información política es poderosa por sus sombras y no tanto por lo que se conoce de ella. La asimetría de la información política representa a una especie de monopolio del pensamiento. Es decir, lo que los políticos piensan y no dicen, en proporción, supera al volumen de la información que se generan en otros sectores, incluyendo por su puesto al financiero, donde los mercados medianamente perfectos viven gracias a la aportación de información, que realizan las empresas que cotizan sus acciones, a la bolsa de valores.

 

La información política disponible es tan anémica como potente. Anémica porque representa una proporción pequeña del enorme volumen que nunca sale a la luz pública y potente porque con el mínimo gramaje es suficiente para controlar mediáticamente a la población.

 

David Brooks, columnista de The New York Times asegura que George W. Bush, en corto, es más divertido y distendido que Obama. “Ante todo, en privado era mucho más inteligente que en público. Leía más libros que el presidente Obama. En privado, si hablabas de política rusa, te hablaba del legado de Pedro el Grande. Nunca se habría permitido hacer esto en público. En público era el cowboy (La Vanguardia, 18 de marzo 2012).

 

Las percepciones que se fabricaron sobre Bush en los medios, durante su gobierno, fueron la de un hombre pazguato. Sin más.

 

Brooks sostiene que hablar con Obama implica mantener una relación analítica. “Cuando hablas con él es un poco como hablar con un experto”. Malas noticias para nuestro siglo de las redes mediáticamente sociales donde la empatía le gana al conocimiento, los guiños a los discursos y las dentaduras Colgate a la seriedad.

 

Los cienciólogos de la política intentan evitar que las campañas electorales extrapolen los escenarios políticos bajo sus atmósferas ambientalistas donde el teatro se instale cómodamente en el sofá de la política cotidiana.

 

México puede ser la excepción. Las famosas “campañas negras” no son otra cosa que la exposición de información-real (sin redundancia) sobre los candidatos que compiten por una silla. Para una cultura política como la mexicana, donde la antropología de la mentira se instala en esa frase publicitaria que parece de CocaCola, es decir, en lo políticamente correcto, las dosis de información-real es todo un éxito. En pocas palabras, lo que sucede fuera de “las campañas negras”, no sucede porque el monopolio de la información no lo desea.

 

El lenguaje político (mexicano) no se puede leer. Uno de los hashtag instalados, recientemente y con éxito, en las pantallas cerebrales de los mexicanos es la imagen de Ernesto Cordero como el candidato de Calderón. La realidad es que desde hace años Calderón sabía que su carta-pulcra se llamaba Josefina. Los medios “descodificaron” una falsa información en escenarios dominados por la veracidad. Nuevamente, la información-entretenida dibujó a Cordero como el elegido. El resultado, con apoyos económicos incluidos por supuesto, fue la victoria de Vázquez Mota en las internas del PAN. Lo dijo Cordero: “No soy el candidato de Calderón”. Nadie le creyó.

 

Otro de los mitos divertidos fue la reciente visita del vicepresidente Joe Biden a México para entrevistarse con tres de los cuatro candidatos a la presidencia. Un hombre “fuerte” vino a confesar a los candidatos, dijeron unos. La soberanía en juego, dijeron los de siempre. El propio Brooks señala a Biden como uno de los políticos que generan enormes dosis de empatía: “Si estás con el vicepresidente Biden, te toca (…) entiende lo que eres, comparte emociones”.

 

Y sí, la empatía le gana al conocimiento, los guiños a los discursos y las dentaduras Colgate a la seriedad.

 

fausto.pretelin@24-horas.mx | @faustopretelin

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