Paul Auster dice en Diario de Invierno que cuando estudió en París se enamoró de una sexo-servidora que una noche tras cumplir su trabajo le recitó un poema de Baudelaire con una pasión y memoria que rompía el alma en jirones; sólo hasta que volvió a Nueva York se dio cuenta del amor repentino que sentía por esa mujer de veintitantos a la que quiso volver a ver para pedirle matrimonio. Quizá muchas veces la vida real no tiene los mismos engranajes que la vida literaria que se nutre de ese alimento etéreo que le da forma al Mundo de las Ideas de Platón, aunque de vez en cuando se reportan ciertas anomalías que provocan lo que ahora les voy a contar.

 

Durante meses me curtí el rudo deporte de tomar taxi después de las 12 de la noche y me dí cuenta de que invariablemente los choferes piensan que todo hombre que se sube a su unidad es para pedirle que los lleven a un teibol, y al ver que sólo quieres irte a dormir suelen recomendar tras dar una tarjeta de presentación: “en este lugar diles que vienes de mi parte y no te cobran la entrada”. La tarjeta dice “Bar Zeus. Las mujeres más bellas 2×1”.

 

Una de esas noches al salir del trabajo abordé la unidad de un tipo platicador que no iba escuchando la Qué Buena, que se dedicaba a ruletear desde hace siete años tras ser despedido de un trabajo aburrido de oficina, pero que no era cualquier taxista pues él -recalcaba- se había especializado en llevar a sus clientes a las “bahías sexuales de la ciudad”. ¿Especialidad? Quizá sea el efecto nocturno que produce la noche pero la mayoría de los conductores de ese transporte público sólo hablan de las teiboleras que los contratan para llevarlas del trabajo a la casa; de amigas que conocen en tal o cual calle, precios, tiempos, mañas y preguntas para hacerle a una sexoservidora antes de concretar un trabajo. ¿Especialista? ¿Qué habría dicho Paul Auster?

 

La escena se vuelve monótona por más tentadora que sea cuando debes pasar por allí todas las noches. La anterior Redacción quedaba casi enfrente de la “bahía sexual de Sullivan”: un lugar de aproximadamente 400 metros de longitud donde 60 o 70 mujeres provocaban largas filas de vehículos que se desplazaban a dos kilómetros por hora, pues por ver no se paga. El taxista entonces empieza a mencionarme de nombre a cada una de las mujeres que se encuentran en la mera esquina de Sullivan y Río Amur hasta que se detiene frente a una de ellas, baja el vidrio y escuchamos una suave y actuada voz:

 

-Hola, mi amor, conmigo vas a conocer la felicidad…

 

-¿Y cuánto me va a costar esa felicidad y cuánto tiempo?

 

Tras escuchar esto a ella, como guión cinematográfico, se le ilumina la mirada como un depredador que ver caer en la trampa a su víctima.

 

-Le he dicho a mi amigo que eres un poema de la naturaleza. -Le dice mientras yo observo desde el asiento lateral. -¿Verdad que sí lo eres?

 

-Sí.

 

Si Platón tiene razón, entonces hay un Arquetipo eterno y perfecto en todas las cosas y seres que tiene su representación física en esta dimensión, entonces esa musa que enamoró a Paul Auster es una de las muchas manifestaciones de una entidad etérea que se reproduce (aunque imperfectamente según el filósofo, perfecta según los otros mortales) una y otra vez en cualquier o todas partes del mundo a la vez o en diferentes momentos.