El primer dios Odín pendió de cabeza en el árbol del tejo durante nueve días de divina revelación. La sangre acumulada en su cabeza trajo consigo el caudal del conocimiento rúnico, que le enseñó el arte de escuchar los regaños y advertencias que la naturaleza le confiere al hombre.

 

Las runas se escriben en la pizarra de los bosques; son letras, un sistema alfabético capaz de generar las peores catástrofes o de traer la felicidad y la prosperidad. El aprendizaje de su manejo hizo fundar la escuela druída, desaparecida, por cierto, en su totalidad. El uso de las runas se fue aislando en ritos clandestinos y en el dominio público actual se reduce a un sistema de adivinación con sus tintes de morbosidad, oscurantismo y europeísmo. Según el sistema de creencias el poder de las runas se entrega indistintamente a quienes observan con atención la vida de los bosques y aprenden a interpretar su entramado.

 

Resulta interesante la relación entre el dios Odín y la carta del tarot marsellés “El Colgado”. Es ampliamente sexual la interpretación del signo: “…el que pende de cabeza en el árbol sagrado”.

 

En la mitología nórdica las raíces del tejo son capaces de absorber la hierofanía de todos los planos de la tierra y del cielo. Odín recibe la iluminación casi del mismo modo en que recibiría una erección y, aun más, una eyaculación: por medio de las venas sobreirrigadas de su cabeza, las cuales funcionan como extensiones de las raíces del árbol sagrado hacia el cosmos, con el que el dios establece contacto a través de la sangre.

 

El árbol del tejo es muy longevo. Su alta venenosidad lo ha dotado de una gran resistencia a las plagas y a las sombras, y lo hizo un árbol muy temido. Es de muy lento crecimiento y por tanto necesita espacio para crecer en solitario, lejos de la sombra mortífera de otras especies que se desarrollan con mayor rapidez, y por tanto genera un suelo inhabitable. Suele, sin embargo, encontrársele en macizos dispersos en África del norte y en España. Pese a su venenosidad produce unas intensamente rojas frutillas comestibles.

 

El tejo es muy similar al ahuehuete, el árbol sagrado de los mexicanos, (del nahuatl ahuehuetl, ”viejo de agua”) también llamado ciprés del pantano, ciprés calvo, ciprés de Moctezuma, sabino o ciprés mexicano.

 

Para los mexicanos antiguos el ahuehuete representaba la unidad entre los tres planos de la existencia: la bóveda celeste, la tierra y el inframundo. Los ocho calpullis que partieron de Aztlán en busca del águila que devora a la serpiente, señal de la tierra prometida, reconocieron otro hallazgo trascendental: el árbol sagrado insólitamente partido en dos, que simboliza la división y la emancipación de los pueblos esclavos.

 

El ahuehuete posee la extraordinaria capacidad de nacer, crecer y vivir con las raíces en el agua. Su madera es, en consecuencia, altamente resistente y muy útil en la construcción de embarcaciones.

 

En mi pragmática observación de los árboles no he podido encontrar razón suficiente para denominar “ciprés” al ahuehuete. El aspecto de un ahuehuete es muy distinto al de los cipreses que yo conozco; sólo a edad muy temprana se llega a parecer ligeramente -por su juvenil forma piramidal y sus hojas no escamosas del tipo taxus- a algunas de las especies americanas dudosamente reconocidas del ciprés. El ahuehuete posee una extraordinaria capacidad de fusión en sus troncos. Algunos sostienen que el famosísimo árbol del Tule es en realidad una fusión de varios individuos y no uno sólo.

Existen aún algunas imponentes muestras de longevos ahuehuetes en la zona de Texcoco, que fueron sembrados en millares por el de veras grande Nezahualcóyotl. Las dos hileras de ahuhuetes que actualmente vemos en el parque de El Contador -muy cerca del aguerrido pueblo de San Salvador Atenco- se formaron para enmarcar los jardines de uno de los palacios del Rey (eran unos dos mil ejemplares, de los cuales muchos fueron fusionados desde su plantación) y su ubicación coincide con los puntos cardinales. Este conjunto fue declarado patrimonio nacional durante el gobierno de Lázaro Cárdenas.

 

Netzahualcóyotl también mandó sembrar ahuehuetes en Chapultepec, y de hecho el árbol más antiguo de dicho bosque es precisamente el llamado Ahuhuete Tlatoani. Todos conocemos el tristísimo caso de un ya de por sí moribundo Árbol de la Noche Triste, que terminó quemado con gasolina. Antes del atentado que sobre este espécimen se cometiera en 1981, el árbol se encontraba en mal estado de salud, era sometido a tratamientos frecuentes, y, curiosamente, se encontraba en un periodo de mejoría y dando rebrotes en el preciso momento en que fue incendiado.

 

El ahuehuete y el tejo son dos árboles muy distintos y muy parecidos uno al otro; ambos son muy longevos, son texus y sus troncos tienden a engrosar; el ahuehuete es caducifolio y vive felizmente en cercanía al agua; el tejo es perenne. Ambos representan lo sagrado en las mitologías primordiales de sistemas de creencias que contradicen radicalmente los fundamentos del cristianismo, motivos por los cuales fueron exterminados; ambos tienen en su culto los sacrificios humanos, ambos tenían a las fuerzas de la naturaleza como entes divinos a cuidar, a adorar y a temer.

 

*Rowena Bali es novelista, ensayista y editora de la revista Cultura Urbana 

 

Pueden consultar parte de su trabajo literario en los siguientes blogs:

http://www.inarowencrop.blogspot.com
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