La visita del papa (en español) Benito XVI a la cuna cristera mexicana, con todo cuanto esa definición signifique en los antecedentes ideológicos del partido actualmente en el poder nacional, poco roza con la gloria imaginaria de una iglesia cuestionada hasta los cimientos por su condición encubridora y cómplice de tantas y tantas atrocidades a lo largo de los siglos.

 

 

La doble condición del Obispo de Roma –jefe de Estado y líder religioso–; heredero de Pedro y vicario de Cristo, más cualquiera de los cientos de títulos con los cuales se define su investidura, ha hecho siempre complejo cualquier análisis sobre sus actuaciones políticas, las estrictamente políticas, como ésta cuya historia comenzó el viernes pasado a las cuatro de la tarde bajo el limpio sol abajeño en el evidente proceso de la “guanajuatización” nacional a través de las relaciones con el Vaticano.

 

 

Si alguien analiza y critica las acciones meramente mundanas del Papa (nada tan mundano como el poder temporal, lo llaman los curas), se encuentra siempre con la defensa de su infalible condición sacramentada, con lo cual la crítica se estrella contra el dogma.

 

 

Y ya se sabe, el dogma se admite o se rechaza (con las heréticas consecuencias de hacerlo), pero no se discute. Y eso, ahora. Antes, rechazar el dogma era sendero para la hoguera del Santo Oficio.

 

 

Pero el Papa viene a México y los chorros de miel se salen de las pantallas de la televisión y por más esfuerzos de los medios masivos no se lograr crear el adecuado entusiasmo a partir de la consigna. Por desgracia para Benito XVI y los interesados promotores de su viaje, la peregrinación a México no tiene los elementos de ocasiones anteriores.

 

 

No es como en 1979 cuando el ansia “desnacionalizadora” de la modernidad globalizante nos llevó a la antesala de las relaciones diplomáticas con la Santa Sede y la cortesía de una bienvenida podía quedar satisfecha en pocas palabras.

 

 

Lo dejo en manos de su jerarquía y sea usted bienvenido a México, le dijo José López Portillo con bien educada voz.

 

Hoy el discurso de bienvenida es una declaración de orgullo católico y una queja por la maldad del mundo. El presidente FC se convierte por un momento en orgulloso vocero del catolicismo.

 

“En este nuestro país –le dice con la elocuencia de la estadística– vivimos 93 millones de católicos, además de los muchos que se han ido a Estados Unidos en búsqueda de un futuro mejor para sus familias y a quienes extrañamos profundamente. Somos el segundo país con más católicos en el mundo”.

 

Pues sí, pero eso no tiene ningún significado práctico. ¿Hay algún mérito en todo esto? ¿No importa perder la patria si se conserva la fe?

 

Todos los emigrantes somos guadalupanos, podrán recitarle nuestros braceros al sheriff Arpaio. “Vade Retro…”

 

Quizá alguien halle un dejo de orgullo en reconocer a México como el primer país de habla hispana visitado por el Papa, aun cuando se discutan los orígenes ibéricos de la lengua lusa hablada en Brasil, poderosa nación contra la cual últimamente perdemos en todo nuestro añorado primer lugar en el subdesarrollo latinoamericano. Pero esas son cuestiones aparte.

 

Lo importante es ver cómo la visita papal nos vuelve acríticos. Varios de los diarios de esta ciudad han titulado a toda plana bobas noticias sin noticia. “El Papa reza por las víctimas de la violencia”. ¿De veras eso merece ocho columnas, excepto en el periódico mensual del Instituto Asunción, por ejemplo?

 

El Papa ora por todo y por todos a todas horas. Eso ya lo sabemos. Bendice urbi et orbi y lleva en el enorme corazón de su apostolado al planeta completo; sus congojas, sus dolores y sus esperanzas. Al menos eso dicen los católicos.

 

Pero en México, esta visita tiene muy poca relación con la religiosidad y mucho con  la utilización de los símbolos religiosos a favor de una política de gobierno. No se exalta en este caso el valor de la oración papal sino el cierre de un pacto con el gobierno.

 

La guerra contra la delincuencia tiene en sí misma un valor frente al cual nadie puede oponerse. Es la batalla contra el mal.

 

“El crimen organizado –le ha dicho FCH al pontífice romano-alemán– inflige sufrimiento a nuestro pueblo y muestra hoy un siniestro rostro de maldad como nunca antes”.

 

Puesta así la realidad, vista nada más esa parte del problema, las consecuencias de inseguridad generadas por la lucha misma, parecen quedar al margen de la responsabilidad del Estado. Ya nadie cuestiona (al menos desde el discurso oficial) si los efectos son en sí mismos tan graves como el fenómeno contra el cual se actúa de manera tan decidida.

 

Ya llevamos cinco años de alegar sobre eso y quien tiene el poder busca la gloria. En este caso el Papa y su discurso de conmiseración y dolor por las víctimas (así, en general), son un aval necesario frente a las consecuencias electorales de la contabilidad mortuoria y también una acusación directa, quien censura al gobierno esta automáticamente del lado de los criminales. Y eso es falso.

 

Por eso. el Presidente ha insistido en la misericordia como factor determinante para invitar al Papa. Recordemos cómo se lo propuso en Roma durante la beatificación de Juan Pablo II en mayo del año pasado:

 

“Santo Padre, gracias por su invitación, gracias a usted y a la Iglesia. Le traigo una invitación del pueblo mexicano (…) Estamos sufriendo por la violencia. Ellos lo necesitan más que nunca, estamos sufriendo. Lo estaremos esperando”.

 

Pero al mismo tiempo, frente al discurso inicial del Papa y su defensa de la libertad religiosa (una vieja demanda contra el artículo 3º constitucional), como si no existiera sobradamente en México, el Presidente le ofrece a Ratzinger una continuidad ideológica y moral trasladada obviamente a lo político.

 

Por eso, tras el rosario de calamidades ocasionadas por la presencia del mal, la crueldad y la descarnada violencia, le reitera la sujeción de toda una sociedad a los valores, “fuertes como la roca” en cuya exposición se repite el credo de la democracia cristiana.

 

“Buscamos todos los días labrar nuestro camino hacia el bien común de nuestra querida nación, de manera que sea posible el desarrollo integral y humano de nuestros hijos.”

 

Y aquí, si se me permite, una apostilla. El desarrollo integral y humano es una de las fórmulas políticas de los grupos más radicales en el pensamiento de la derecha como Desarrollo Integral y Humano. A.C., o el mismo Yunque.

 

Pero en fin, no se trata de descubrir el hilo negro o el agua tibia. En todo caso vale la pena observar la utilización legitimadora (la interminable búsqueda de legitimidad de este gobierno) mediante el refrendo de un pacto de un partido político y su única fuerza ideológica: la iglesia católica.

 

Leamos a Jesús Reyes Heroles:

 

“Para tomar parte en las elecciones se forma un ‘Partido Católico’. Según los informes de un  furioso antirrevolucionario, Vera Estañol, y precisamente en el libro que escribe contra la Constitución de 1917, el ‘Partido Católico’ fue sostenido por el clero, con intervención de los ministros de éste, que aprovechaban todas las circunstancias que privaban y usaron todos los argumentos religiosos hasta tal punto que cerca de las urnas electorales escribieron esta leyenda: Aquí se vota por Dios”.

 

 

Hoy los medios electrónicos inducen a votar por el Papa o por aquellos cercanos a su evangélico mensaje. Lo sepan o no, pero eso hacen y con ellos quienes repiten el discurso de piedad sin reflexionar sobre su origen y mucho menos su utilización propagandística, verdadero y único afán del gobierno en estos días, como lo prueba –entre otras cosas menos sacras–, el desmesurado aumento en el gasto publicitario de las oficinas ejecutoras de los programas sociales.

 

 

Sólo así se entiende la sextuplicación del presupueto en “Comunicación Social” (propaganda) en Diconsa. Todo el gasto de publicidad institucional con el cual se han saturado el cuadrante y las pantallas, reduce a nada, por ejemplo, las deudas de Coahuila y Veracruz juntas.

 

 

Pero hoy nada de eso importa. “Alzad el corazón…”