Bastó que Benedicto XVI pisara suelo mexicano para que la crisis de violencia, la desesperación y dolor en que viven miles de mexicanos en varios estados, así como las víctimas de la violencia se volvieran visibles para muchos ciegos que no veían ese sufrimiento y que ahora hasta hablan de él. El primero en que obró ese milagro fue el presidente Calderón que, reacio siempre a aceptar que en su sexenio buena parte de país ha caído en el caos y el desorden por la violencia, aprovechó la presencia papal para expresar su pesar por las víctimas y reconocer que vivimos ¨momentos dificiles¨.
Un presidente que muchas veces ha parecido insensible ante el dolor que se esparce por varios estados y que poco ha hecho para ayudar a las víctimas de la violencia del crimen organizado, al fin producto de una guerra que comenzó en su gobierno, ahora recibió al Papa con un reconocimiento de que se vive una crisis y la petición para que una autoridad extranjera –religiosa pero al fin autoridad—haga algo para paliar la situación crítica en que se encuentran muchos mexicanos presos de la desesperanza y el miedo.
Pero Calderón no es el único que repentinamente pudo ver la violencia y el miedo que afecta a muchos mexicanos. Las televisoras, siempre autocensuradas cuando se trata de describir los horrores que ocurren en diversas ciudades del país con balaceras, bombazos, agresiones a la población, repentinamente se percataron, por las oraciones de Benedicto, de que la situación en amplias franjas del territorio era tan grave que hasta el jefe de la Iglesia católica pedía por esos pobres mexicanos olvidados por las televisoras.
Muchos conversos, católicos de ocasión, descubrieron que en México hay violencia y miedo gracias a que Benedicto XVI lo mencionó en sus discursos y a que dijo “orar por las víctimas de la violencia en México”. Ese es el verdadero milagro del Papa; no las 600 mil personas que acudieron, fervorosas, a su misa en Silao, no los cuatro candidatos presidenciales oportunistas y genuflexos que se persignaron y se santiguaron con caras de iluminados con tal de ganar simpatías de un electorado mayoritariamente católico.
Tampoco es milagroso que una visita que hasta antes de iniciar no despertaba mayores expectativas porque todos se empeñaban en comparar al papa actual con el beato y carismático Juan Pablo II, de repente se haya vuelto un fenómeno mediático que amerita que, como quizás en ningún país del mundo, las pricipales televisoras hagan un exagerado despliegue, mandando a sus conductores y comentaristas estrella a seguir paso a paso la visita papal, y les receten a los mexicanos horas y horas ininterrumpidas de peroratas insufribles y discursos religiosos, siempre patrocinados por generosas marcas que pagan los costos.
El milagro aútentico de esta visita fugaz que hoy termina es que Benedicto XVI demostró que, si Juan Pablo II fue un hábil político que logró cambiar los equilibrios políticos del mundo y comenzar la caída del muro de Berlín y de los sistemas socialistas, el actual Papa no es menos político y vino a México con un discurso ad hoc y preparado para el momento, en buena medida asesorado por los obispos y cardenales mexicanos, en el que hizo de la violencia, el miedo y la angustia que viven miles de mexicanos el tema central de su mensaje y sus oraciones.
Con eso Benedicto se echó a la bolsa a muchos mexicanos y de paso logró lo inesperado: que los ciegos que decían no ver esa violencia y esa crisis por ningún lado, y que solo hablaban de “algunas regiones con problemas”, ahora no solo la vean sino hasta hagan conmovedores discursos sobre la violencia y sus víctimas.
@sgarciasoto